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Corre 1966 y Brian Wilson, compositor para The Beach Boys, ha descubierto los encantos de la marihuana y otras drogas (LSD), que lo hacen reinterpretar totalmente los alcances de sus partituras. La experimentación en el estudio de sonoridades y texturas lleva a Wilson al universo sicodélico de Alicia en el País de las Maravillas y de Disney. El resultado será Pet Sounds (Capitol, 1966), un álbum de pop barroco, lleno de detalles y matices, muy visionario para su época.

“Mi impresión la primera vez que me pegué una volada, fue que tras pedir un vaso de agua, sentí que era la primera vez que bebía agua en mi vida, sabía tan fresca y revitalizante…”, indica el genio trastocado. Si bien las ventas no son fabulosas, el disco es visto por sus pares músicos como una obra de perfección avanzada. Brian recibe dos halagadoras llamadas telefónicas. La primera, de John Lennon; la segunda, de Paul McCartney. Los reyes del rock, en plena época de gloria, caían rendidos a los pies de Wilson.

Radicado en California, Brian es, ahora, un reconocido productor que va diez pasos más adelante que cualquiera en Los Ángeles. La discográfica Capitol reacciona entusiasmada frente a la aproximación naif de Wilson a la sicodelia, que es la de un niño que juega e intenta descubrir las facetas positivas de un mundo que se cae a pedazos entre la guerra de Vietnam y una polarización no tan fría como dicen los libros de historia. La reacción de Brian frente a la actualidad que enfrenta no es sino la del asombro frente a todo lo que ve.

Capitol le encarga producir el nuevo disco de Beach Boys, y componerlo. Esto lo realiza en interminables sesiones de grabación en el estudio que se extenderán por más de seis meses, durante 1967, en un perfeccionismo inaudito para la época. Graba y regraba cien veces las maquetas, ensayando nuevas fórmulas, con la presión auto-impuesta de crear un “disco perfecto”. De aquí en adelante, todo se vuelve complejo y nebuloso, y extrae un sencillo de adelanto: “Good vibrations”, que llegará a ser número uno.

Brian Wilson ha dado con una alquimia rara, que sabe está justo un poco más allá que sus contemporáneos. Le urge sacar pronto el álbum, antes de que otros se le adelanten por la senda trazada por Pet Sounds. Su ánimo está radiante cuando llega el momento de exponerle su cuidado trabajo a la banda. Ha creado una de las piezas más complejas y osadas del pop, con aires revolucionarios. Pero, la banda termina por rechazar el disco, ya que encuentra sus letras y melodías demasiado experimentales, inentendibles para el gran público.

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De ánimo jovial, Wilson comienza a verse atrapado en una espiral creciente de desilusiones y presiones. De pronto, Beach Boys decide enjuiciar a su disquera por los términos de su contrato, y grandes colaboradores de Smile, el anunciado disco por venir, se retiran. Entre ellos, el talentoso letrista Van Dyke Parks. En este punto, Brian no da más y abandona el proyecto, para caer en una espiral autodestructiva que durará hasta su matrimonio de 1995.

Sus cercanos niegan que sea la droga. “Brian fumaba marihuana, pero eso era positivo para su trabajo. Él era muy obsesivo, y la marihuana le permitía concentrarse para trabajar muchas más horas de lo común, y satisfacer su creatividad compulsiva”, indica uno. En efecto, el breakdown que sufre Wilson se debe mucho más a su desequilibrio emocional por el rechazo que tuvo frente a lo que él considera como su obra maestra, y la mayor pieza de ingeniería pop que jamás se haya construido hasta entonces.

Pasa el tiempo, y The Beatles sacan Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band, en 1967, siguiendo los postulados de Pet Sounds y llevándolos un poco más lejos. Wilson sabe lo que tiene entre manos, dinamita pura, y le frustra que un disco que frente al suyo sería convencional, como lo es el de los fab four, reciba los aplausos como un álbum de vanguardia pop. El silencio durará no menos de 37 años, hasta que en 2003, apoyado por amigos y una banda que acaba de formar, Brian decide retomar la composición de un Smile inconcluso, y cerrar el asunto con una presentación en vivo en Londres.

Smile ve, al fin, la luz durante 2004. Wilson comprueba que su “catedral de sonidos” es bien recibida, a pesar de no ser muy accesible. El documental narra su historia y las distintas fases por las que atraviesa en este proceso, el que termina siendo uno de sanación, cerrando las heridas abiertas por la prematura postergación del disco en pos de la industria. Brian se da cuenta de que siempre había estado en lo correcto y queda en paz consigo mismo.

Una historia similar vivirían dos grandes genios con una visión muy adelantada respecto a sus pares: Kevin Shields, quien todavía, tras casi 19 años, no puede darle un sucesor al titánico Loveless de My Bloody Valentine, y Scott Walker, quien pasó 20 años sin firmar una canción propia tras el fracaso comercial de su disco más ambicioso hasta entonces, Scott 4. Brian Wilson, eso sí, contó con una legión de seguidores, todos muy connaisseurs y preciosistas.

Ello, con figuras particularmente interesantes del indie y del pop, como lo son Jim O’Rourke, Stereolab, High Llamas, The New Pornographers, Ladybug Transistor, Yo La Tengo y Robert Wyatt, sólo por nombrar algunos de sus fans más notables.

VIDEO: Brian Wilson – “Surf’s up”
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