Se acaba el verano europeo y con él los festivales a los que a todos nos gustaría haber ido. Nuestro colaborador Sergio Navia, que sí fue a un par de ellos, nos envió un informe de algunas jornadas.

El Sonido y la furia

Texto y fotos: Sergio Navia

Está claro que España no está precisamente atravesando su mejor momento económico. A la explosión de la burbuja inmobiliaria –de la que aún queda bastante por decir– vienen a sumarse el incremento en los costos de la energía, una consecuente y creciente inflación y una ola de despidos que tiene a los inmigrantes como blanco principal. En una palabra, la economía y el futuro del país se han instalado de forma preocupante en el dialogo cotidiano.

En ese contexto, el negocio musical español puede ser abordado desde dos lecturas diferentes pero complementarias. Una de ellas es que la cartelera musical de España se ha transformado en la más importante del continente europeo, superando a plazas históricas y alicaídas como Gran Bretaña. De hecho, hoy por hoy, hasta los mismos ingleses privilegian los festivales españoles pos sobre los suyos. Es que a nivel de festivales y oferta musical, son pocos los países que se le pueden plantar al país ibérico: quizá solo los Estados Unidos puedan ofrecerle competencia en cuanto a calidad y cantidad de propuestas.

La segunda lectura que admite este fenómeno es la que nos muestra una saturación en cuanto a los shows y festivales (a los cuatro festivales principales que se describen más abajo, hay que sumar toda una pléyade de propuestas menores repartidas a lo largo del año), virtuales guerras entre unos y otros (coincidiendo muchas veces en los días de su realización y disputándose las cabezas de cartel más atractivas) y el incremento exponencial de los cachets que perciben las bandas. De hecho, es vox populi que España es el mercado en el que mejor remuneración consiguen los artistas y, en consecuencia, hacia allí se dirigen masivamente. El resultado de todo esto –y siguiendo con la línea inflacionaria– son los precios cada vez más elevados de las entradas y la sensación generalizada de que esta burbuja musical está, también, a punto de explotar.

Como dijimos, son cuatro los festivales principales que se destacan y que tienen lugar en el periodo primavera-verano:

* Sónar: Se lleva a cabo en Barcelona hacia mediados de junio y se especializa en las últimas tendencias de música electrónica y arte multimedia. [link al cartel de 2008]

* Primavera Sound:También tiene lugar en Barcelona a lo largo de tres días hacia fines de mayo/principios de junio. Es el más exquisito y desafiante en su oferta musical, concentrándose en las bandas más novedosas y oscuras de hoy y de siempre. Uno de sus escenarios es curado por el organizador del festival All Tomorrow´s Parties. En diciembre, tiene en el Primavera Club su festival satélite. Si de calidad hablamos, el único festival con el que rivaliza es el más pequeño Tanned Tin de Castellón (noviembre). [link al cartel 2008]

* Festival Internacional de Benicàssim (FIB): Sucede a mediados de julio y se posiciona en un punto intermedio entre las propuestas exigentes del Primavera Sound y cierto corte mainstream. Es el de mayor afluencia de público y mayor participación extranjera (sobre todo ingleses). No es casual que esté vinculado con el organizador de los festivales de Reading y Glastonbury. [link al cartel de 2008]

* Summercase: Tiene lugar a lo largo de dos días en Barcelona y Madrid. Tiene un perfil un tanto más mainstream que el FIB, aunque mantiene su cuota de bandas históricas y propuestas novedosas. Este año se llevó a cabo en una fecha coincidente con el FIB. [link al cartel de 2008]

Hay que decir que ante tal sobreoferta de bandas en este tipo de festivales, se ponen más de relieve que nunca los costos de oportunidad. Así, en medio de semejante avalancha, son infinitos los festivales que se pueden recortar. Lo que sigue a continuación es una crónica de tres días de FIB y un día del Sumercase, uno de esos recortes posibles.

FIB – Día 1

Existen tres grupos diferenciados entre los asistentes al FIB. Un 60 % digamos, está constituido por ingleses de no más de 25 años que hacen del NME su Biblia y cuyo único objetivo aparente es apurar la mayor cantidad de cerveza posible. Para ellos, el FIB (con sus nueve días de acampada gratuita incluidos en el precio de la entrada) funcionaría como una alternativa económica a Ibiza. Poco les importa que banda toque; lo que realmente importa es el booze.

El segundo grupo lo conforman los españoles que, ya empachados de tanto festival, toman distancia cínica y disfrutan cargándose una banda tras otra. En ese sentido, se pueden escuchar diálogos de lo más hilarantes en la onda de ver quien dice el comentario más cínico y denostador sobre tal o cual banda. Por suerte, este es un grupo muy reducido.

Las dos poblaciones descritas le hacen las cosas más difíciles al último grupo: aquellos que realmente están interesados en presenciar las distintas propuestas –más allá de sus diferentes niveles de calidad– y que, a pesar del buen sonido, ven complicados sus esfuerzos de atención ante los constantes gritos y random de conversaciones a lo largo de los shows.

Destacándose sobre la medianía de bandas de ese día, se presentó Sigur Rós. En el marco de una puesta en escena sobria pero efectiva y de la mano de “Svefn-G-Englar??? –aquel memorable puntapié del ??gaetys Byrjun-, los de Islandia arrancaron con un show quizá poco apropiado para el contexto descrito. Quien escribe, contabilizó no menos de siete cambios de lugar buscando eliminar el murmullo permanente. De todas maneras, luego de los primeros tres temas, todo fue en ascenso y el escenario se fue progresivamente poblando de una armada de músicos –una sección de bronces lookeados como marineros, el cuarteto Amiina en cuerdas– que con sus movimientos y aportes instrumentales contribuyeron a colorear los fríos parajes en los que se especializa la banda. De a poco, esa evolución contagiosa permitió arribar a momentos de alto vuelo que alcanzaron su clímax con “Gobbeldigook???, el tema inaugural de su último disco, casi una excursión al universo que Animal Collective plasmó en Sung tongs. A esto siguió una pausa muy breve y la vuelta de la banda en pleno para el cierre atronador con “Popplagið” –habitual clausura de sus directos– en lo que fue casi un anticipo de lo que vendría al día siguiente con My Bloody Valentine.

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Foto: My Bloody Valentine

FIB – Día 2

El segundo día comenzó con el rock expansivo y machacante de El Columpio Asesino, una ascendente banda española, acaso unos Pixies hispanos con algo de Sumo. De hecho, el punto alto del show –a caballo de su último disco: La Gallina– fue una lograda versión del “Vamos???.

A continuación, la puesta en práctica y las consecuencias de los mencionados costos de oportunidad implican, por ejemplo, pasar de Hot Chip y asistir al kraut for dummies de Fujiya & Miyagi: están bien, pero esto ya lo hicieron tantos! No hablemos de Neu! esta vez. Al contrario, movámonos más acá en el tiempo y ahí tenemos el Autobahn 66 de Primal Scream y el Satan´s Circus de Death In Vegas. El show tiene sus momentos pero no es una banda interesante en escena. Mejor bailarlos que verlos. Luego sobreviene el primer disgusto serio de la jornada. Es que, a quien se le ocurre programar a Spiritualized y a My Bloody Valentine con escasos quince minutos de diferencia? Ese es el tiempo disponible para ver a Pierce y los suyos, quienes arrancaron su presentación con “You lie you cheat???, un arrebato de furia eléctrica y gospel de su nuevo disco. Emociona escuchar la voz de Jason, como un cristal ajado. Sigue “Shine a light??? y el único consuelo a esta altura es repetirse que la duración programada del show es de tan solo una hora. De ahí, hay que correr a MBV.

Con bandas como My Bloody Valentine, se corre el riesgo de hypear las expectativas. El peso que imponen es grande. Pero cualquier duda o temor que pudiera existir, se disipa ni bien arrancan con “Only Shallow???, aquel comienzo devastador de Loveless. Ahí están esas guitarras alien, esas afinaciones incomprensibles, ese mutismo escénico; la quietud conmovedora de una banda que no necesita comunicarse con su público sino que prefiere arrasarlo y dejarlo impávido ante esas catedrales de sonido celestial. Ah! El shoegazer era esto! Los golpes se suceden sin tregua; quizá falten “Sue is fine??? y “Honey power??? pero no es tan grave.

Así –tan rápido- se va la primera hora. Se intuye cual puede ser el cierre: “You made me realise???. Hay leyendas que hablan de ese momento. Ahí viene, la famosa prueba de resistencia, el momento de elevación mística: los famosos veinte minutos de feedback y ruido blanco asesino y enfermo. ¿Qué es eso, por favor? ¿La turbina de un avión? ¿El viento del infierno? Llegado este punto, resulta apropiado incorporar una nota de color: a la entrada se podían retirar tapones de oídos gratis. Mucha gente recurre a ellos o se protege con las manos pero, en realidad, el ruido no lastima. Es como verle la cara a una divinidad, un buen viaje. Y claro, algún riesgo puede haber en la experiencia. Ese es el no va más del noise. Cuando termina, está claro que es el final. Shields se va así como entró –apenas levanta levemente la mano para saludar-. La gente se mira incrédula y se ríe. No hay bises, desde ya. Como corresponde.

Para terminar una noche que en realidad ya tuvo su punto culmine, no cabe otra alternativa que el synth pop contagioso y buena onda de La Casa Azul: Guille Milkyway y su banda dibujada en una puesta buenísima con algo de ABBA y ELO por allí y otro poco de Fangoria y Astrud por acá. El resultado: un público entregado.

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Foto: Mogwai

Summercase – Día 2

Luego de un show como el de MBV, lo que sucede se acerca peligrosamente a lo que pregonaba aquel disco de Astrud: Todo nos parece una mierda. Así que, a concentrarse entonces en tres show que a priori prometen bastante.

Primero, es hora de comprobar que tan bien se defiende uno de los grupos que más sonó este año: Los Campesinos! Resulta reconfortante comprobar que la banda no pierde un ápice del nervio que demostraba en Hold On Now, Youngster… En vivo, el septeto es una explosión de hormonas y desborde presidido por un cantante sobreexcitado que termina cantando el último tema entre el público. Notable.

A continuación sigue el show de Mogwai que –en la tendencia de presentación de discos completos– ejecutaban Young Team, su primer y mejor disco; un álbum en el que la banda de Glasgow dejaba infiltrar el virus cáustico del Spiderland de Slint y lo dotaba de un trasfondo de melancolía que, en su momento, se alzó como una opción refrescante en el seno del aletargado y ya decadente panorama británico. Con cumbres explosivas en “Like Herod??? y la presencia de Aidan Moffat en “R U Still In 2 It????, la banda ejecuta uno a uno los temas del disco –en el mismo orden, por supuesto– alcanzando autenticas cotas de belleza eléctrica que tienen su broche en “Mogwai Fear Satan??? y sus quince minutos de dinámica oscilante. Fue gracioso como, justo en la sección media de la canción –esa que es llevada adelante por una flauta-, un momento en que la banda toca muy bajito, la música era completamente tapada por la cacofonía del comienzo del show de los Sex Pistols. Stuart Braithwaite y los suyos no podían sino reírse de la situación. No era para menos. Menos mal que la explosión galopante del final puso las cosas en su justo lugar.

En cuanto al show de los Pistols, hay que decir que lo de John Lydon con un disfraz símil oso, repitiendo una sarta de sinsentidos para despertar al público estuvo muy cerca del patetismo. Hoy por hoy, lo suyo es el rock n´roll rancio (¿alguien dijo punk?). Imaginen que el mejor momento del show vino con el cierre con el “Roadrunner??? de los Modern Lovers. ¿Y que decir de los Kaiser Chiefs, la banda que los seguía en el line-up, un grupo de pub rock arengador y de poco vuelo? Mejor nada.

El final llegó con Los Planetas que, afortunadamente, esa noche estaban alineados. Desgranando una presentación nada complaciente y con la introducción de dos temas nuevos muy en la onda de La leyenda del espacio –su último disco, tocado casi en su totalidad– los granadinos ofrecieron un show que no tardó en rematar a un público que ya estaba entregado desde el arranque. El cierre vino con “De viaje??? y el inoxidable “Punk???. Una buena noche, después de todo.

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Foto: Richard Hawley

FIB – Día 4

La apuesta fuerte del día consistía en ver los cincuenta minutos programados para el show de The National. Sucede que con Boxer, su último disco bajo el brazo, las expectativas eran elevadas. Leve desilusión pues, hay que decirlo. La banda de Matt Berninger tiene la pasta sin duda y se especializa en plasmar melodías cuya fuerza aglutinante es la tensión. Lamentablemente en vivo muestran cierta torpeza en la construcción de esos climas amenazantes y suenan apagados, fallando incluso en la generación de ese sentimiento de algo a punto de explotar.

Sigue la presentación de Death Cab For Cutie que con Narrow stairs logró mejorar la imagen lavada de su anterior Plans. En vivo, la banda resigna sutileza e incrementa el poderío eléctrico apoyado en la solidez y aplomo de Chris Walla y en la hiperactividad exacerbada de Ben Gibbard que no paró de correr entre la guitarra y el piano. El show se apoyó básicamente en su último disco –revelando y elevando la fuerza de un tema como “I will posses your heart???– y en el entrañable Transatlanticism del que colaron cuatro temas. El último, su tema titular, marcando un cierre de desborde épico y piel de gallina. Bien ahí.

Tiempo entonces de correr a ver la última media hora del concierto de Micah P. Hinson. Hay que decir que el contraste entre los discos del músico de Abilene –cuidados arreglos, profusión de instrumentos, cuerdas– y la propuesta en vivo –power trío básico– es notable y casi un caso de esquizofrenia. Lo que en sus discos funciona como música de cámara que tiende lazos entre el folk y el country, en escena deja de lado los algodones y el ambiente narcótico y se favorece una puesta que oscila entre momentos reposadamente sensibles y desbordes furibundos a grito pelado. De hecho “Patience??? -el tema de clausura- tuvo mas punk que todo el show de los Pistols el día anterior.

Lo sucede Richard Hawley. A esta altura, lo del músico de Sheffield –había que ver la hinchada propia que tenía– ya es un caso de empecinamiento adorable. Concentrado en géneros olvidados y poco favorecidos en el mediocre panorama musical actual –rockabilly, música surf, baladas fifties– nuestro Roy Orbison y su banda ofrecieron un delicado concierto que nos confirma que Hawley puede haber sacado cinco veces el mismo disco pero, hoy por hoy, no tiene quien le haga sombra a su crooning aterciopelado. Digno de mención es el impresionante arsenal de instrumentos vintage que lució la banda –contrabajos, guitarras Gretsch y Danelectro– y la explosión sónica en el cierre con el doble knock out de “Oh my love??? y “The ocean???.

El día finaliza con Morrissey que, con la excusa del lanzamiento de su último y cuestionable grandes éxitos, tomó el mejor camino posible: olvidarse de el y concentrarse en algunas páginas deliciosas de su pasado solista –hermosa “Why don´t you find out for yourself??? con un inspirado arreglo de acordeón– y con los Smiths. En tal sentido, llamó la atención la completa renovación de los temas elegidos luego de años sin sorpresas. Así dejaron caer “Ask???, “Vicar in a tutu???, “What she said???, “Death of a disco dancer??? y Stretch out and wait???. En suma, una banda correcta (detalle: todos desnudos de la cintura para arriba) y una lista de temas inspirada. Moz todavía puede sorprender. Para terminar, un comentario que remite a lo mencionado en el Día 1 del FIB: resultaba curioso observar un grupo bastante nutridos de guiris –así les dicen a los gringos en Valencia– bailando y saltando con el show de Morrissey que se proyectaba en una pantalla. El espectáculo real transcurría a cincuenta metros de allí. Otro prueba más que viene a demostrar la progresiva decadencia de la experiencia en favor de su representación.

Para el momento en que culminaba el cuarto día, hay que decir que las fuerzas ya estaban en su nivel mínimo y que el nivel de atención había decaído a niveles que imposibilitaban un disfrute apropiado –al punto de haber pasado de los shows de Justice y el de Siouxsie-. De hecho, otro de los aspectos negativos que se pueden mencionar para un festival de este tipo es el poco tiempo con el que se cuenta para asimilar lo que se acaba de ver. Aunque eso en realidad es ponernos muy puntillosos, ya que, a pesar de esto, la masa crítica para posteriores elaboraciones es muy significativa.

En suma, un evento de este tipo resulta bastante más de lo que se puede esperar de las alicaídas carteleras sudamericanas a lo largo de cinco años. Solo resta observar si –dada la situación de saturación explicada- pueden mantener su vigencia en el tiempo y si en una de esas, algún empresario se pone las pilas y decide acometer un proyecto similar por estas tierras. Total, para soñar…