Nuestro corresponsal estrella Jorge Acevedo se tomó un tiempo en digerir tanta info y al fin presenta la última parte de su Informe Primavera Sound 2012. Le avisamos: vale la pena leer hasta el final.

Cuando se tienen más de 200 artistas en carpeta, que alguno falle resulta probabilísticamente posible. Pero cuando es uno de los cabezas de cartel el que privilegia su garganta a la seguridad financiera y emocional de los organizadores, la cosa cambia. O no. Porque Björk al cancelar su actuación un par de semanas antes del Festival, generó un movimiento de piezas criticado (en esas plazas públicas pasteurizadas llamadas foros de internet), pero que no alteró del todo la convocatoria general.

Hubo otros arrepentidos-enfermos en la lista como Guided by Voices (una verdadera lástima), Melvins y El-P, pero lo de la islandesa marcó la pauta noticiosa los días previos.

Aunque algunos pensaran que el combo Kings of ConvenienceSaint Etienne no era la mejor forma de suplir a la convaleciente y, por lo mismo, pidiesen las penas del infierno (más bien algo terrenal: el valor del abono para los 3 días); ello no afectó del todo una convocatoria que alcanzó a las 120.000 personas en las fechas del Parc del Fòrum. Jornadas que, con algunas fallas puntuales en sonido, como la de The Weeknd o Death Cab for Cutie, presentaron una organización efectiva, propia de un evento masivo. La mejor prueba que el sustantivo indie no tiene por qué ser acompañado con los adjetivos improvisado o exclusivo (cuando no, aburrido e impenetrable).

En este informe, algunos aspirantes a estrellas (o no), señores respetables (o no) y los verdaderos convocantes de la masa de gente que se dio cita en Barcelona hace unos días. Mientras siento el hacha talibán rozando mi oído y buscando mi maldita cabellera mainstream, iniciamos el comentario con las estrellas de un buen cartel (sin Björk).

De estrellas o algo como es

En la biblia indie dice con claridad, amén, que ese primer disco para una multinacional es la vía directa a compartir mesa con el mismísimo Satanás corporativo. Y Death Cab for Cutie (DCFC) vivieron algo de eso cuando sacaron el (me perdonarán) magnífico Plans (Atlantic, 2005). Antes de eso, todo el palmoteo en la espalda gracias a una carrera comenzada a punta de cassettes y que sólo generó interés masivo 6 años después con el sólido Transatlanticism (Barsuk, 2003) y el proyecto The Postal Service de su vocalista Ben Gibbard con Dntel. Y de ahí, para tristeza de su prestigio y alegría de su cuenta bancaria, el precipicio corporativo en forma de soundtracks de series de tv y matrimonios hipster-glamorosos, aunque con un par de discos siguientes algo flojos y con menos réditos.

Claro que si ves al bueno de Gibbard saltando en escena con la mayor de las enjundias y despachando su repertorio más accesible, uno se pregunta si esos primeros pasos de DCFC no fueron más bien un período de preparación para una banda que se maneja de maravillas en los escenarios masivos. Con un aforo considerable comenzaron con ese intento épico llamado “I will posses your heart”, continuaron con la magnífica “Croocked teeth” e hicieron un repaso meridiano por su carrera en formato festivalero, canten conmigo.

Unos que vendieron su alma, pero la recuperaron a menor costo, para luego volver a comercializarla más cara y así sucesivamente, son los superhéroes del indie, Wilco. Son 10 años de Yankee hotel foxtrot y los de Chicago siguen sacando discos impecables, sonando como los dioses, acumulando buenas canciones y riéndose de la mediocridad general. Me pregunto si decir nuevamente lo talentoso que es Nels Cline en la guitarra o referir a la solvencia de la base del eterno John Stirrat junto a Glenn Kotche no provocarán la molestia del lector.


Dani Canto

Igual cosa con la interrogante sobre cómo se las arregla Jeff Tweedy para juntar en ese lugar imaginario a The Band con Sonic Youth. Mejor idea es disfrutar de algunas de las mejores canciones del festival (“Jesus, etc”, “Imposible Germany”, “Spiders”), junto con muestras del nuevo The whole love (2011) e incluso un recordatorio de sus orígenes folk en AM (“Too far apart”). Una bofetada de clase para espíritus masoquistas con ganas de repetición.

Situación bastante diferente fue la que vivieron poco después Franz Ferdinand en el mismo escenario. Culpables del éxito masivo y sentenciados por el tribunal talibán a pedradas en la plaza pública de Internet, los escoceses llegaron con todo a su favor (miles de personas el primer día con ánimo de fiesta), pero fallaron justamente en su propio terreno.

Los escoceses tienen una cantidad tal de éxitos que bien podrían instalarse y tocarlos con solvencia, descorchar la champaña e irse a casa. No fue así. Algo sucedió entre la afonía de Alex Kapranos y las pocas ganas de la banda en general, que bombazos del tipo “Darts of pleasure”, “Walk away” o “Do you want to” cumplieron su cometido, pero sin la euforia imaginable. Algún adelanto del disco nuevo, toda su batería de hits y la sensación generalizada de una mala noche.

No podrán decir lo mismo los asistentes al Viernes 1. Usted puede haber ido por su ración de death metal (Mayhem, Napalm Death), power pop original (Big Star’s Third), viejas y nuevas glorias de la pista de baile (M83, The Rapture, Death in Vegas), e incluso ser uno de la centena de valientes que fue a ver en el peor horario posible a Christina Rosenvinge, pero igualmente deberá reconocer que el principal reclamo tenía 34 años de trayectoria y “sólo” 36 canciones y 3 horas de concierto para justificarla. Con ustedes, un hombre, su peinado escarmenado y un saco repleto de canciones: The Cure.

Cuando pasadas las 22:00 horas subían al escenario Robert Smith, Simon Gallup, Jason Cooper, el reintegrado (tercera ocasión en el buque) Roger O’Donnel y el fichaje de la temporada el gran Reeves Gabriels, ya te debías de haber enterado. La organización había reestructurado los horarios del día para darle unos “15 minutitos más” al ya de por sí extenso show.

¿Qué significó eso? Las tres docenas de canciones referidas, en un espectro en el que cupieron favoritas de fans (“Plainsong”, “One hundred years”, “Desintegration”, “Push”), repescas extrañas (“Fight”, “Bananafishbones”, “Just one kiss”) y un rosario de éxitos de los que sólo nombramos algunos para evitar la tendinitis (“Lullaby”, “In between days”, “Why can’t i be you?”, “Friday I’m in love”). Incluso escuchamos esas canciones siglo XXI que el público recibe con más respeto que euforia (“The end of the World”, “Sleep when I’m dead”).

Bien podrías decir que la creatividad de Smith quedó aparcada en algún lugar de 1992 (con algún paréntesis en el Bloodflowers de 2000) y que siempre encontrará alguna treta para volver a interesar a su audiencia (interpretar discos clásicos, recontratar músicos, anunciar ahora sí por fin y les juro que es verdad el final de la banda). Pero por enésima vez, Smith se salió con la suya con el simple expediente de su música, algunas morisquetas de esas que adoran los fans mimetizados y por último, la sensación de que una banda con esos pergaminos no tendría por qué dar conciertos tan extensos. Hasta se veía algo de molestia en Robert Smith cuando decía que “sólo les quedaba tiempo para una canción” mientras atacaban “Boys don’t cry”. Si es un engaño, el señor del escarmenado es un campeón.


Eric Pamies

De reyes de la pista, viejos tercos y un señor casi mudo

Que no se diga que los indies sólo se miran la punta de los zapatos, porque las pistas de baile (con una poca de tierra y bastante húmedas, hay que decir) se llenaron luego de la eyaculación tardía de The Cure. Con un timing casi preciso los que corrieron la media maratón pudieron ver buena parte del show del francés Anthony Gonzalez, M83 para los amigos. Si el elogiado, pero mediano Hurry up, we’re dreaming, dejó frío a su servidor, hay que reconocer que en escena se transforma en otra cosa.

A riesgo de ser confundido con un fan de Kiss, debo decir que el fantástico show de luces, la interacción de la banda en escena y TODOS los recursos a los que se puede recurrir, insuflan nueva vida a unos tracks algo anodinos en su versión estudio. El dueño de la pelota (exultante, por decir lo menos) se arropó de una buena banda y elaboró un repertorio ideal (“Midnight city” y “Couleurs” como apoteósico final) que sólo dejó sonrisas en los rostros asistentes.

Igual cosa con la fiesta que seguía en la casa de los primos neoyorquinos de The Rapture. Algo más modestos, reemplazaron pantallas Led y juegos de luces, con ritmos endiablados, solvencia instrumental y mucho, pero mucho cencerro. Idealmente ubicados para cerrar la noche del Viernes 1, la banda presentó una decena de canciones que bien podrían ser sólo una y que muchos quisieron que se extendiera hasta el amanecer. Por ahí pasaron “Get myself into it”, “House of jealous lovers” y renovando la cantera de éxitos un final celebradísimo con la reciente “How deep is your love”.

Para el que se quedó con ganas de juerga, bien podía pasarse por el escenario principal al día siguiente, cuando los franceses Justice, cruz y pared de marshalls mediante, se despacharon los temas esperados (“Stress”, “We are your friends”, “D.A.N.C.E”) con variados matices, propios de un mega evento. Aunque el cancionero de la dupla no se caracterice precisamente por la de sobriedad e introspección, en directo aumentan la sensación festivalera con el reacomodo de estribillos, cambio de tempos, salidas de pianos blancos y demases artilugios con el único fin de que te la pases bien. Algunas decenas de miles lo agradecieron con fervor.

Bastantes más de los que vieron esa misma noche a unos cabezas de cartel algo sobrepasados por la situación. Los ingleses de Saint Etienne tienen una discografía sustanciosa (incluyendo un muy buen criticado regreso este 2012), melodías reconocibles (por ahí pasaron “He’s on the phone” o “Like a motorway”), además de una vocalista con carisma y buena voz. Pero con el tremendo peso de reemplazar a Björk en horario estelar en medio de un escenario enorme.

Salieron armados de estolas, programaciones y una respetable batería de hits marca años ’90, generando entusiasmo a momentos, mientras que en otros el público deambulaba a la búsqueda de un estímulo mejor. Uno de ellos lo constituía el dúo Beach House, que entre penumbras mostraban un repertorio que sólo tiende a mejorar. Decirle “dream-pop” puede ser poco imaginativo, pero la oscuridad que los envuelve en el escenario, la escasa comunicación con la audiencia y esa voz de Victoria Legrand que (en)cantó (con) “Zebra”, “Myth” o “Norway”, probablemente no merece otro apelativo.

Y si de voces hablamos, la última referencia del festival va por una que no se pudo escuchar todo lo que merecía. Con el debut hype del año y esas estrategias de marketing siglo XXI (mix tapes descargables, identidad desconocida, etc, etc etc) lo de The Weeknd en su primera gira internacional tenía todas las posibilidades de ser un exitazo. Excepto, claro, que en ese comienzo ganador con “High on this” el sonido se vaya completamente y no te quede más que desaparecer mutis por el foro.

La cosa se remedió luego de una angustiosa espera, aunque la actuación no logró prender como en un principio. Banda sólida, muy buena la performance vocal de Abel Tesfaye, pero un debut que nunca logró remontar, además del fantasma de Lenny Kravitz que se cierne sobre el canadiense, si no controla ciertos tics en escena.