Foto de Juanita Legumbre

Jarvis Cocker salió al escenario del Caupolicán con una bandera chilena en la mano y con caramelos en el bolsillo. Con esos dos datos -además del hecho que ibamos a presenciar a quizás el mejor letrista pop de los últimos años- uno podría pensar, en abstracto, que lo de anoche sería otro recital más de un decadente y poco empático líder de una relevante banda noventera. Si usted lo pensó, y decidió quedarse en su casa, le adelanto que la equivocación fue grande.

Ya desde el comienzo fue avasallador. Siguiendo la línea de lo que había mostrado en México y Buenos Aires, sus dos paradas previas a la de anoche, partió con las baterías aceleradas de ‘Fat Children‘ para seguir sin mucho descanso con ese hit inmediato que es ‘Don’t Let Him Waste Your Time‘ coreado por las más de cuatro mil personas que esperaron estoicas los cuarenta minutos de retraso con los que salió el inglés al escenario.

El remozado Teatro Caupolicán se caracteriza por la estupenda acústica con la que recibe recitales como este. Pero anoche no pudimos corroborarlo principalmente porque la producción calculó algunas cosas mal. Además de la guitarra saturada que molestaba bastante a la fanaticada ubicada en las localidades más altas, la falta de una ecualización adecuada hacía que la potencia de la amplificación fuera a veces impedimento para que la propia voz de Cocker se escuchara con nitidez. De pronto era como poner un home teather a todo volumen en un ascensor.

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fotografía de Fernandia

Pero estábamos ahí para ver cantar y bailar a Jarvis. Una puesta en escena sobria, con un par de pantallas que repetían imágenes cuasi submarinas y un gran telón central lleno de leds, lo importante estaba ciertamente más abajo, en el escenario. Un lujo sorpresivo para muchos fue la sigilosa presencia de Steve Mackey en el bajo acompañando cada compás del crooner principal, pero lo que íbamos a presenciar era un One Man Show: Jarvis vino y cantó, rió, bailó, bromeó, se desplomó y hasta compartió cerveza y cigarrillos con los fans de la primera fila.

La locura inicial dio paso a un cuidado set más pausado donde destacó sin lugar a dudas ‘I will kill again‘ y ‘Big Julie‘ las que fueron acompañadas de estudiadas referencias a chilenismos que hicieron chillar a buena parte de la concurrencia, para llegar al clímax con Jarvis en el suelo luego de interpretar una versión de la magnífica Black Magic con final completamente distorsionado. Acorde con el orden del disco, la despedida de Jarvis fue con la tranquila Running the World coreada por la galería. Acto seguido Jarvis se despidió, pero ni el manicero se movió de su puesto. Lo queríamos de vuelta y que nos regalara una sorpresa. Volvió para interpretar un tema más, agradecer a cada uno de los que estaban allí y para tocar una canción que anunció como una que todos conocíamos y que nos invitaba a corear con él. Varios suspiraron y la galería se paró de sus asientos.

A pesar de la inmediata excitación que se palpó por algunos segundos, se cumplió lo que se había anunciado, abandonando luego el escenario sin tocar tema alguno de Pulp, pero regalando una estremecedora versión de Starman de Bowie. A pesar de que después de semejante cierre era difícil pedir algo más, el público quería de vuelta a Jarvis. Desde la distancia, dio la impresión que si no largaban la música luego de la despedida final de los músicos, era posible contar con el segundo bis que finalmente fue reemplazado por la molesta insistencia de la producción respecto de la fiesta posterior con cafetería, que no opacó en lo absoluto la magnífica presentación del inglés, que mostró en menos de dos horas una combinación exacta entre vigencia, dignidad y talento.