Fotos: Rodrigo Ferrari

Repleto y más cercano a un sauna, el Teatro Cariola no fue el mejor lugar para el inmenso show que Javiera Mena realizó el pasado día viernes. Ni por la acústica (los bajos retumbaban por todos lados, sin que la voz se pudiera escuchar), ni por la ventilación (si afuera del teatro hacían 30ºC, adentro la temperatura sobrepasaba fácilmente los 40ºC), el Teatro Cariola es cualquier cosa, menos un lugar para realizar una fiesta.

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Y es que el viernes, abundaron los rayos láser, las luces estroboscópicas, los cuerpos transpirados y mucho (mucho) baile. Sí, la tónica del lanzamiento Otra era (Unión del Sur, 2014) tuvo más que ver con el ambiente de una discoteca que con una tocata de lanzamiento. Y en consecuencia, sobre el escenario del Teatro Cariola, Javiera Mena hacía las veces de MC y DJ, controlando los tiempos, lanzando bases programadas, efectos de sonido, animando a la audiencia, repartiendo agua, bailando y confirmando por qué su propuesta es tan transversal y global.

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El público, por supuesto, también reflejaba eso: no sólo abundaban las parejas homosexuales, sino también muchos papás con sus hijos (una niña de cuatro años, sobre los hombros de su papá, cantaba todas y cada una de las canciones), treintones con abultadas poncheras y varios músicos chilenos. Todo entendiendo que Javiera Mena es mucho más en vivo de lo que parece en disco. Ensamblando la nostalgia romántica de “The crying game” de Boy George, con la candidez de Esquemas juveniles (Índice Virgen, 2006) y los beats acelerados de Otra era – con apenas una pequeña pausa (“Luz de piedra de luna”) en Mena (2010) -, Javiera Mena logra hacer que el público entre en un estado de comunión. Y eso hace que todo lo que vivió el día viernes, sea memorable.

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Porque Mena, a diferencia de sus pares, entiende que la función del músico hoy en día es lograr comunicar algo a nivel espiritual (disculpen lo cursi). Sus canciones, especialmente las de su último disco, hablan de eso y está bien. Es lo que corresponde. Es lo que permite dejarse llevar y olvidar, por cerca de dos horas, el calor, la incomodidad, la mala acústica y las penas de amor. ¿De eso se trata el pop, no?

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