John Cale debutó en nuestro país el domingo pasado en Teatro Nescafé de las Artes. “Por Chile se apareció una leyenda”, dice Jorge Acevedo en este comentario. Las fotos son de Juan Pablo Maralla.

Hagámoslo simple, que el tiempo escasea entre tantos posteos de autoayuda para iniciar el año, análisis político-humorísticos festivaleros y videos de gatos esperando a ser vistos. Por Chile se apareció una leyenda. Uno de los últimos fundadores en pie que, además, se pasea con una vitalidad que llega a ofender. El problema es que ese ser legendario y mítico, no es muy dado a las palmadas en la espalda. No, por lo menos, a las que se consiguen con acciones fáciles. Vino John Cale a Chile, tocó más o menos lo que quiso y se fue dejando no mucho más de un par de “gracias” en el escenario y un público entre admirado y extrañado. Un clásico Cale, como quien diría.

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Aunque la cantinela de Reed, Warhol, bananas y factorías lo persiga en las reseñas apuradas de los medios; John Cale bien puede ufanarse de 45 años de carrera solista sin Velvet Underground, escapándose con éxito de la categorización estilística. No sólo porque se haya dedicado en varias ocasiones a la música concreta, las bandas sonoras y a experimentaciones de toda índole, si no porque también acumula varias referencias de pop y folk de espíritu (que no resultado) comercial y masivo. Así, según le toque la suerte y el año, usted puede ver a un John Cale maltratando instrumentos y eliminando cualquier seña de identidad en sus canciones, o a un señor que hace encoger corazones con páginas románticas y pastoriles, de endiablado buen gusto. Ello cuando no decide sacar su espíritu rockero con su cuarteto habitual para, incluso, desempolvar joyas del repertorio de Velvet Underground.

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La pregunta que daba vueltas, entonces, el domingo era qué se traía bajo el brazo el galés con su formato trío. La primera media hora de mantra sintetizado serviría para responderla: pocas concesiones. No hablamos de un predominio de música nueva, ya que el repertorio incluyó bastantes muestras de sus primeros discos, si no de opciones menos reconocibles (“The endless plain of fortune” en lugar de “Paris 1919” o “Coral moon” en vez de “Guts”) y acercamientos novedosos a material antiguo (esa “Buffalo ballet” sepultada sin misericordia bajo máquinas o una “Ship of fools” despojada de la calidez acústica). Incluso “aquella que todos nos sabemos” (“I’m waiting for my man”) se apareció en una versión de “¿estás seguro que es esa?” que ganó en sorpresa, pero perdió su filo característico.

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Con una comunicación con la audiencia limitada a lo mínimo, el afiatado trío liderado por un Cale en envidiable forma vocal y musical (aunque con visibles problemas en el movimiento) y completado por su escudero Dustin Boyer en guitarra y esa suerte de hombre orquesta que es Deantoni Parks (teclados y batería simultáneo, el modesto); se dedicaron en poco más de hora y media a unificar el repertorio antiguo ya referido con muestras de la vigencia discográfica del anfitrión. Muy sintomáticamente, temas de la última década como “Things” o “Catastrofuk”, sonaron más amigables que las alusiones al pasado, donde el filtro de su último disco M:FANS (Domino, 2016) parece explicar la rudeza de los arreglos y cierto aroma industrial en las versiones.

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Poco antes de visitar Sudamérica, John Cale dijo que sabía que “la audiencia espera canciones de toda mi carrera”. Si uno mira el setlist, algo de eso hubo, aunque en versiones algo retorcidas, estiradas al límite (ese final casi krautrock con “Gun/Pablo Picasso”) o simplemente deconstruidas para regocijo del público con más gusto experimental. Una felicidad intelectual que contrastó con el aplauso más visceral que derivó de una “Fear is a man’s best friend” cercana al guión establecido.

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Claro que hubiese sido lindo también escuchar ese “I keep a close watch” que interpretó en Argentina, donde presentó un repertorio idéntico. O probar algo de esa revisión de “The Velvet Underground and Nico” que tocará en un mes más en París. Pero, como ya sabemos, John Cale no es un fantasma que viva de sus viejas glorias. Maldición.

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