Macarena Lavín estuvo el sábado en Matucana 100 en el show de despedida de Jorge González.

La primera parte del show fue un karaoke de éxitos ochenteros de Los Prisioneros como ‘Sudamerican rockers’ y las letras salen a borbotones de todas las gargantas que repletan el patio de Matucana 100. Además, animado en su despedida, interviene con un par de chistes citando al festival de Viña. Uno fue por el rumor que corría a través de DJ Méndez y decía el monto que había cobrado por tocar en la Quinta Vergara, desmintiendo la cifra difundida y agregando, sarcástico: “aunque me encanta él como DJ”. El segundo referido a los desórdenes que había provocado en camarines y que culpaba a Juan Carlos Bodoque “se portó mal, como es rostro de multi tienda y de Disney, no le dicen nada”.

Las canciones de Jorge González son un espejo de los noticiarios y la televisión barata, pero con letras que duelen más que el simple morbo al que estamos acostumbrados a escuchar. El maltrato intrafamiliar en ‘Corazones rojos’; la híper sexualidad de los adolescentes en los programas con ‘Sexo’; la colusión de farmacias o la estafa de la Universidad del Mar en ‘Quieren Dinero’ y la interminable desigualdad en educación con ‘El baile de los que sobran’.

La gracia de todo esto es que las va intercalando con sus canciones de amor y desamor. Con ellas, nos permite hurgar en una herida abierta de nuestras propias experiencias y perdernos con líneas aplastantes como ‘Es muy tarde’ de su nueva obra Libro. Pero cuando estamos hundidos ahí, coreando sobre nosotros mismos, nos despierta con temas universales como ‘No necesitamos bandera’, en la que aprovecha de proponer un cambio de escudo, cambiando el huemul por un perro policial y el cóndor por un jote.

Jorge González ha terminado su visita a Chile, se nota contento y enrabiado al cantar, más conectado nuevamente con Chile y el despertar de las protestas, incluyéndose. Nos remece también cuando canta de relaciones de una manera directa que viene de la franqueza en la que no esconde nada. Todo esto no podría ser si el hombre no sufriera de una sensibilidad abrumante. Por eso llamarlo la voz de los 80 queda tan corto e incompleto. Dejémoslo en la voz, no más.