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Klaxons
Martes 21 de octubre
Teatro Caupolicán

Es curioso lo que pasó ayer con la primera presentación de Klaxons en Chile. En el escenario del Teatro Caupolicán teníamos a una de las bandas nuevas de las que más se ha hablado en los últimos dos años, pero el marco parecía decir otra cosa, con el recinto de calle San Diego ocupando cuarto de su capacidad. Dos factores pueden explicar esto: o Chile es un país sin cultura musical o la producción estuvo deficiente. No me atrevo a descartar por completo la primera (ejemplos hay varios), pero me inclino por la segunda. A pesar de que el rumor era fuerte incluso con tres diferentes locales como posibles escenarios, recién hubo una confirmación oficial a una semana del concierto. Casi no hubo difusión; tampoco papelería en las calles.

Pero bueno, vamos al show. Tal vez esperando que entrara más gente, el cuarteto londinense subió al escenario con veinte minutos de retraso, pero saludando entusiasmado. El cover “The bouncer??? fue la elegida para abrir los fuegos, seguida inmediatamente de las bocinas y el grito de “DJ!???, que no era sino la intro a la excelente “Atlantis to interzone???. A estas alturas, el sonido tampoco acompañaba a los ingleses. Los sintetizadores de James Righton se escuchaban despacio, la guitarra de Simon Taylor-Davis –que tampoco es preponderante en el sonido final, pero que le da toda la imagen nü rave al conjunto– aún menos y el bajo distorsionado de Jamie Reynolds se comía al resto.

El público estaba tibio. En un concierto que se presumía iba a ser de baile descontrolado, sólo las dos primeras filas saltaban. Más atrás, varios miraban como si se tratara de un concierto de folk. Así pasaron, entre otras, el hit “Golden skans??? y una nueva composición, que debería formar parte del nuevo disco. El público comenzó a responder de a poco, en especial con las versiones de “Gravity’s rainbow??? y “Magick??? (con un congelado a lo Hives). El sonido a estas alturas también iba en ascenso, que le hacía honor a una interpretación más que correcta de parte de los británicos.

Después de presentar otra canción nueva –bastante más rockera y guitarreada–, Righton, con su pinta de adolescente boyband y en un buen español, anunciaba que la siguiente era la última de la noche, tras sólo 40 minutos. Agradecía y, en un comentario que ni él se creía, decía que “éste concierto es el mejor de todos???. El bis, con “It’s not over yet??? y “Four Horsemen of 2012???, terminó potente y con el público más encendido. Pero no había tiempo para más. ¿Qué más se podía pedir? Era ridículo esperar que los ingleses se motivaran a tocar más tiempo. Al menos, ningún éxito faltó. Sobre el final, la promesa de volver. Ahora, si yo estuviera en sus pellejos, no vuelvo más. Nadie podría culparlos.

En resumen, el concierto sirvió para derribar el mito del nü rave. En vivo, los Klaxons suenan mucho más punk que dance. Y mucho menos electrónicos que en los discos. Con más público –o en un lugar más chico– y mejor sonido, hubiera sido un show perfecto. Ojalá que la (si es que hay una) próxima sea así, porque ayer Chile se perdió, de puro pajarones, una oportunidad que se da pocas veces: la de poder ver en suelo propio a los que están en la cresta de la ola musical.