Hasta el cierre de esta nota, no estábamos enterados de la suspensión de las presentaciones de Laurie Anderson en Chile, especialmente la de este sábado 21 de Octubre, Laurie Anderson se presentará. Fuerza mayor es la razón que se da y en el evento está toda la info sobre devolución de entradas. A pesar de todo, Gabriel Pinto había preparado este gran reportaje que repasa hitos de la carrera de la artista norteamericana.

Posiblemente, la identidad de una sociedad se define a través de las historias que se han contado en ellas desde su formación. Por supuesto, la manera en que estas se han contado ha evolucionado a través del tiempo: si en sus inicios, todo relato se contaba alrededor de una fogata y las historias se pasaban de generación en generación a través de la tradición oral; hoy los soportes tecnológicos sobre los que es posible contar una historia y el acceso a las mismas, han aportado elementos enriquecedores, que permiten ampliar no sólo su público objetivo, sino también las propias construcciones de identidad en las sociedades.

La obra de Laurie Anderson (1947, Chicago), está justamente comprendida por estas dos ideas: por un lado, la tradición del contar historias (y específicamente, el rol del narrador en ellas) y por otro, el papel de la tecnología en la construcción de las mismas. “(Mi trabajo) es acerca de las historias.” – contaba en una entrevista para The Guardian en enero de este año – “Y de qué pasa con estas historias cuando son contadas una y otra vez”. Esta idea de que una historia puede cambiar y transformarse cada vez que es contada, se refleja en la fragmentada narrativa de sus obras: en ellas, abundan pedazos de obras bíblicas, comerciales de televisión, noticiarios, signos de tránsito, videos caseros y un largo etcétera de sonidos e imágenes que tratan de conformar la historia mayor – la Historia – que construye las bases de nuestra sociedad.

“Es difícil escribir algo en momentos como éste, en donde las personas están al borde de volverse locas tratando de darle sentido a sus vidas, tratando de contar historias” – decía en The New York Times sobre cómo enfrentarse a su rol como artista durante la presidencia de Donald Trump – “Mi miedo es no poder describir eso. Estoy entrenándome para tratar de hablar de lo que son las historias, de cómo las inventas, de cuál es la diferencia entre ficción y realidad. Esas ficciones las construyo a diario y las llamo mi vida”.

Estas reflexiones en torno al rol que cumple la vida personal en la labor del narrador, dieron pie al trabajo más reciente de Laurie Anderson, el documental-ensayo Heart of a Dog (2015). En él, Anderson establece un paralelo entre el Libro tibetano de los muertos y las muertes en su propia vida: la de su madre (a quien, concluye, “nunca amó”); la de sus amigos más cercanos (entre ellos, el chileno-estadounidense Gordon Matta-Clark); las ocurridas a raíz del 9/11 en Nueva York (la ciudad en la que ha vivido y desarrollado su carrera); y aquellas que la afectaron de manera más íntima: la de su terrier Lolabelle y la de su pareja, el músico Lou Reed.

El hombre al costado

“Nunca vi una expresión tan llena de asombro como la de Lou cuando murió. Su manos estaban haciendo la posición 21 del tai chi. Su ojos estaban muy abiertos (…) La vida – tan hermosa, dolorosa y luminosa – no va a ser mejor que eso. ¿Y la muerte? Creo que el propósito de la muerte es liberar amor”.

El párrafo anterior, es parte del ensayo que Laurie Anderson escribió en la revista Rolling Stone tras la muerte de Lou Reed. En él, al igual que en Heart of a Dog, Anderson parece dar a entender que la muerte es un eje que permite la creación de algo más profundo. En palabras del reputado crítico de cine Roger Ebert: “Anderson plantea que nosotros seguimos adelante después de las tragedias (…) llamándonos no a despertar, sino a celebrar, a aceptar todos los momentos de nuestras vidas, los pequeños y los grandes, los predecibles y los inesperados”.

Esta reflexión, coherente con la manera en que Anderson ha desarrollado su carrera artística y su vida íntima, es la que le ha permitido continuar trabajando y creando. En ningún caso, ni siquiera cuando Reed se encontraba vivo, su carrera y su impulso creativo se ha visto ensombrecido o limitado por la condición de figura pública del ex-Velvet Underground.

“Sé que soy una viuda, pero esa es no mi identidad” – comentaba al respecto de ese tema en enero de este año. “Pero mi identidad nunca se vio limitada por el marido y mujer – a pesar de que lo éramos”.

Es posible que para muchos, la figura de Anderson haya pasado desapercibida de no haber sido por la relación que mantuvo con Lou Reed. Sin embargo, su identidad se ha construido aparte y lejos de Reed, dejando un legado tanto o más interesante que el de éste: 12 álbumes publicados, 6 libros de ensayos, dos películas, un CD-ROM interactivo y diversas instalaciones de videoarte, son la prueba tangible no sólo de una impresionante carrera, sino también de una inquieta búsqueda para encontrar la interfaz correcta para contar historias. En eso, los avances tecnológicos han sido su mejor aliado.

“Para mí, la tecnología siempre ha estado conectada al contar historias. Quizás porque las primeras historias se contaron alrededor del fuego, ya que éste era mágico, irresistible y peligroso. A través de su luz y su poder destructivo, el fuego nos transforma. La tecnología es la versión moderna del fuego”, escribía en su libro de ensayos Stories from the Nerve Bible: A Retrospective.

Son contados los artistas que han explorado tanto las posibilidades de la tecnología de la manera y con el alcance que Anderson lo ha hecho. Ya sea a través de sitios web interactivos o creando un violín que se tocaba solo, Anderson siempre ha pretendido impulsar el arte de contar historias un paso más allá, estableciéndose ella como un cuerpo eléctrico, en que los gestos, las historias y las canciones, se mezclan con sintetizadores, proyecciones de videos, material impreso y computadores. No deja de ser curioso que la palabra “rendimiento” y “actuación”, se traduzcan de la misma manera en inglés: “performance”. Para el trabajo de Anderson, que estos dos términos sean sinónimos, tiene un completo sentido.

La ciencia grande (y los amigos grandes)

“Los científicos y los artistas tienen los mismos problemas”, comentaba Anderson en una entrevista en donde se le preguntaba sobre la relación entre arte y tecnología. “Los científicos tienen con los artistas muchas más cosas en común de las que crees, porque ninguno de los dos grupos sabe qué es lo que está buscando. Y hacen las cosas de manera similar: tienen una idea, una corazonada, y a partir de ahí, deciden hacer cosas”.

En el año 2003, Laurie Anderson fue la primera persona invitada a participar de la residencia artística financiada por la NASA. Una experiencia que Anderson declaró como “sobrecogedora y maravillosa”. No fue su único lazo haciendo tecnología: unos años antes, había trabajado junto a la incubadora tecnológica Interval Research en la creación del Talking Stick, un instrumento inalámbrico que utilizó durante su gira Moby Dick. Por supuesto, esta relación no se ha desvanecido con el pasar de los años: en conjunto con el artista taiwanés Hsin-Chien Huang, creó un ambiente de realidad virtual, que permite a quien use, sumergirse en sus historias casi de manera literal.

Pionera en el uso de la tecnología como herramienta de performance, no sorprende que Laurie Anderson tenga una afinidad artística (y humana) con Brian Eno, con quien colaboró en Bright red (Warner Bros, 1994). Eno – que se ha destacado por una carrera artística en la que ha desarrollado artilugios compositivos, instalaciones multimedia y tres apps para crear música ambiental (Scape, Bloom y Trope) – ha dicho que su participación en ese disco cambió la manera en la que estaba produciendo música hasta ese momento: “antes de trabajar con Laurie, producía la sección rítmica y sobre ella, extendía las voces. Tras Bright red, mi fascinación por la voz de ella, hizo que invirtiera el proceso. Y así lo trabajo hasta hoy”.

Los elogios son mutuos. En una entrevista realizada al músico británico por la propia Anderson, ella iniciaba el texto con el siguiente párrafo: “Si los humanos pudieran escuchar la luz y analizar el espectro visual de la poesía, no habría necesidad de la existencia de Brian Eno, quien parece hacer esto sin esfuerzo. Mientras nosotros nos contentamos con escuchar música, Eno parece verla con claridad. ¿De qué otra manera podemos explicar los coloridos campos sónicos y los brillantes paisajes sonoros que él crea?”.

No es sólo Eno el único que, admiración y respeto mediante, ha colaborado con Laurie Anderson. Cimentada en una amistad que se extiende a partir de los años 70s, cuando la comunidad artística de Nueva York parecía evolucionar con cada respiro, Laurie Anderson ha trabajado con el compositor Philip Glass en innumerables ocasiones, siendo la más reciente American Style, un show conjunto que los tuvo girando a principios de este año.

“Cuando nos conocimos, no teníamos mucho dinero, pero si estaban pasando muchas cosas. En ese entonces, la gente no tenía carreras, solo trabajos. No sabíamos lo que era una carrera. Éramos artistas. Jamás pensamos vivir de esto”, comentaba Glass sobre el contexto en el que conoció a Laurie Anderson. “El único apoyo que teníamos era el que nos dábamos nosotros mismos”. Ese apoyo mutuo es el que ha Anderson ha valorado desde ese entonces. En múltiples ocasiones, ella ha menciona se ha visto continuamente inspirada por la generosidad de Glass, su mente abierta y las ideas frescas que trae a su propio trabajo.

Eno y Glass se suman a una larga lista de colaboradores musicales (y artísticos) que han visto en Laurie Anderson un referente artístico a nivel mundial. Personas como John Cage, Peter Gabriel, David Sylvian, el humorista Andy Kaufman, el escritor Allen Ginsberg y el propio Lou Reed, no sólo han colaborado con ella en múltiples ocasiones, sino que también la han llenado de elogios y han reconocido su importancia en la historia musical contemporánea. Que hasta el día de hoy, artistas tan disímiles como Julia Holter, Cut Copy o Tara Jane O’Neil, citen a Laurie Anderson como una influencia directa en su trabajo, no debería sorprende a nadie.

Mientras la lista de seguidores parece crecer con cada año, Anderson sigue enfocada en crear historias. A los ya mencionados trabajos en realidad virtual y su colaboración con Philip Glass, Anderson suma cuatro libros (en proceso); la organización del archivo de Lou Reed; la práctica del budismo; y el tratar de expandir el lenguaje hacia adelante. Hacia el lenguaje del futuro.