Nuestro informe final de Lollapalooza Chile 2017. Hasta el otro año 😉

Foto de Rodrigo Ferrari

Ya terminada la séptima edición de Lollapalooza Chile quedan recuerdos, imágenes, expectativas y todos esos conceptos ultra utilizados que sirven para iniciar crónicas sin mucha gracia. Y como somos del gremio también las ocupamos porque, la verdad, ya no sabemos de qué hablar. Por acá, entonces, optamos por una oposición de términos y la creación de una polémica falsa y ojalá rentable. Al final, decidimos el camino fácil de la polarización, que el difícil de las ideas siempre es medio pedregoso.

Desde el anuncio del cartel en Septiembre del año pasado, con la presencia de nombres sagrados entre la parroquia metalera y punk, junto con las nuevas novedades del mundo mundial, se instaló el tema de discusión más aburrido de la historia: una pelea sangrienta entre la “verdad” y la “falsedad”. Entonces, las famosas chicas del meme floreado y saltarín (ese mismo que se ocupa cada vez que alguien bromea sobre el festival) iban a “ir a ver a Rancid, galla!”, amenazaban con usar poleras de Metallica que no se “merecían” e incluso James Hetfield recibía anónimos de secuestro para hacerle glitter make up, si las cosas seguían así.

¿Y qué sucedió? Lo que usted ya sabe hace un tiempo, porque acá trabajamos lento. Nada. Absolutamente nada. O todo para esos padres en la cuarentena que les enseñaban a sus hijos sobre los tíos Kirk Hammet y Tim Armstrong, en una atmósfera familiar de camisetas negras que ya se la quisiese la proclamación de José Antonio Kast. ¿Y las chicas del meme? Inundando un Arena absolutamente repleto a base de pulso electrónico de última generación y hashtags. Sin pensar, por supuesto, en esas categorías de verdad y falsedad, sobre todo porque la realidad dura hasta pasado mañana y poco más.

Por el lado musical, la oferta paloozica fue como ese zapping a las series más populares del año que algún canal de televisión con buena voluntad te provee. Vino la sensación de la temporada llamada The Weeknd, quien demostró que con buenas artes aun se hacen hits. Si bien la voz despierta el chip de reconocimiento Michael Jackson que todos tenemos dentro, lo del canadiense es honesto, aunque de un poco de penita que sus primeros temas (esos de indie esforzado) casi hayan desaparecido de su repertorio.

También se asomaron las nuevas estrellas “alternativas” (sí, sabemos que cada vez que se menciona esa palabra 15 bebés panda comienzan a pincharse heroína, pero no hay otro término mejor) en las figuras de, entre otros, The xx, Two Door Cinema Club, Cage the Elephant y Catfish and Bottlemen. De ese grupo, grandes elogios para los primeros nombrados, quienes con un material que, a primera vista, no parece especialmente festivalero, han tomado una consistencia en vivo que los pone en una inmejorable posición. Además, escuchar ecos de Tracey Thorn o Young Marble Giants siempre será algo bueno. Del “Soulless Soul” de The 1975, mejor pasar, que hay tipos aun más blancos y con cortes más a la moda que lo han hecho mejor con menos aspavientos.

Del sector senescente y con el pulso vital a medio desaparecer, los ya mencionados Metallica y Rancid se demostraron absolutamente ajenos a cualquier polémica aburrida y entregaron shows consistentes y altamente festejados. Sí, claro, en el garage de la mente del público tocaban mejor, pero mi abuelita también cocinaba con más sabor en su cabeza que lo que efectivamente llegaba al plato. Además, estuvieron unos Jimmy Eat World con ese emo-rock tan querido en 1995 y luego tan odiado desde 1996 a la fecha; y unos The Strokes que lograron prender luego de un comienzo con problemas de sonido incluidos. Se puede ser más o menos comprensivo con la actitud displicente de Julian Casablancas y compañía, pero tocaron lo que se esperaba y ese look de quien ha desconfiado de las duchas en toda la gira sudamericana hasta algo de glamour les otorga.

Y por último, la humillación de Duran Duran. La humillación que ellos le propinaron al resto del cartel, entiéndase. Ningún otro artista o grupo (de verdad ninguno, no insistas) de Lollapalooza 2017 tenía ese repertorio infalible; y los muy desgraciados sabiendo esto lo tiraron en nuestra cara, incluso con temas nuevos para molestar. Claro, nadie cambiará “Last night in the city” por “Girls on Film”, pero el par de citas a su material reciente confirmaron que siguen de pie. Creativamente hablando, nos referimos, ya que en cuanto al show en vivo sólo se pueden decir maravillas.

La solvencia de la banda, el registro intacto de Simon Le Bon y el notable despliegue escénico, demostraron el eterno buen momento del grupo. No habrán sido cabezas de cartel, pero recibieron el verdadero premio del pueblo chileno: la petición en redes sociales de su presencia en Viña 2018. Obviando que ya estuvieron el año 2000 (y casi se queman con unos fuegos artificiales mal lanzados, según Nick Rhodes), esas campañas, sabemos, son nuestro equivalente a las llaves de la ciudad. Sí, señor, que vuelvan a Viña y no se inmolen en el intento.

¿Y el resto? Ya se sabe, un menú variado e inabarcable, a menos que le dediques esos 15 minutos que la atención permite por estos días. Entremedio, Melanie Martinez; gente buscando el mejor ángulo para sus selfies; Flume; Tove Lo; adolescentes corriendo para ver otro show y luego volver a correr; Martin Garrix; G-Eazy solito sin sus amigos colaboradores; Diplo pensando en venirse a vivir con Erlend Oye y Kevin Johansen; esas filas eternas para bebidas y alimentos; Silversun Pickups; la ley seca como de Chicago en los años 20; y todo el resto que ya no importa porque la memoria es corta y la vida no. Al final, es sólo tecno pop y nos gusta. Y a Metallica también, que bien sonrientes se fueron. Digamos que si ganó “la falsedad”, muy coherentemente, la muy desgraciada no nos lo echará en cara.