El próximo sábado 1 y domingo 2 de abril se realizará la séptima versión del Festival Lollapalooza Chile y en Super 45 estamos haciendo una cobertura especial.

“Una buena y una mala ¿Cuál prefieres?” Así como los chistes, así también como las noticias malas que se disfrazan de chistes. Y por qué no con The Strokes y su relación con Chile. Para Julian Casablancas y su chaqueta de cuero, casi nada (porque estará inserto en su categoría mental de “conciertos en lugares exóticos” junto con Bangladesh, Kazajastan y Turcas y Caicos), pero para la fanaticada, una motivación para asistir el próximo 2 de Abril al Parque O’Higgins. O para arrancar como de la peste cuando el vocalista de The Strokes se pasee en solitario por estos pagos nuevamente.

Comencemos explicando: The Strokes fueron, alguna vez, la banda más cool del planeta. Claro, cuando era “cool” decir cool y no había que utilizar comillas. Por aquellos días representaban todo ese revival del rock neoyorquino bello de los 70s (Lou Reed solista, Television, Richard Hell), aunque con mejores looks, apellidos y, si me apuran, sonidistas. Y buenas canciones, también, que de esas andaban sobrados, principalmente en This is it (Rough Trade, 2001), piedra fundacional de ese neo-garage que trajo de regreso a las guitarras y el fuzz a la música; y las ojeras y los jeans pitillos a las fotos. En esos años de gloria, Casablancas sin casi transpirar en escena, se despachaba con canciones tan bien hechas (“Hard to explain”, “The Modern Age”, “Last nite”) que ni la voz hundida ni esa batería tan feamente comprimida en la mezcla podían estropear.



Luego de eso, han pasado los años suficientes como para que la banda haya mantenido el paso (Room on Fire de 2003) vivido de las rentas (First impressions on earth de 2006), caído al abismo (Angles de 2011) e, incluso, ya pueda tener un disco de “regreso a los orígenes” en su perfil de linkedin (Comedown machine de 2013). También se ha vuelto, maldición, democrática debido a la interesante carrera solista de su guitarrista Albert Hammond Jr. y ha tenido la suficiente bipolaridad emocional con fans y prensa como para ser considerada una banda “clásica” a estas alturas del partido.

¿Y Chile? Bueno, un par de veces y algo diversas, como mencionábamos en un principio. Primero, un show de la banda en pleno período de euforia, con las suficientes Converse en el público como para sentirse en casa, en 2005. Los reportes, en esa época, hablaron de un sonido brutal y una banda en estado de gracia. Luego, pasarían 9 años para encontrarnos con una incursión bizarra de Julian Casablanca y una suerte de cruza entre Village People y Poison llamada The Voidz. Ahí, los reportes hablaron de una falta de ensayo brutal y una banda en estado de intemperancia. Pero el rock and roll es así, dicen Keith Richards, Lucho Pato Núñez y Rafael Garay. O “take it or leave it”, como cantaba el heredero del imperio Elite en su primer disco. O “la pelota es mía y el partido termina cuando quiero” que gritará hoy un niño en alguna cancha improvisada a sus amigos. Al final, esas son las maravillas del neoliberalismo, si uno se la piensa un poco.