Sin lugar a dudas, y solo hablando en términos de organización, el festival Lollapalooza Chile mejora año a año: no sólo el acceso hacia el Parque O’Higgins y dentro de él es cada vez expedito, seguro y rápido; sino que su etiqueta de “festival inclusivo” es ampliamente justificada, esta vez sumando lenguaje de señas en cada concierto, habilitando pasarelas a lo largo de todo el parque para facilitar la movilización en silla de ruedas y creando una alianza con la app Lazarillo (para personas con discapacidades visuales). Con la excepción del engorroso sistema para comprar comida, que causó innecesarias confusiones en cada uno de los stands dispuestos para ello, se puede decir que la experiencia del festival fue más que placentera.

Sin embargo, y tal como se ha venido cuestionando desde hace un par de años, la selección artística parece estar aún al debe, sobre todo si se toma en cuenta que durante las primeras ediciones había un equilibrio entre propuestas consagradas, música independiente, sensaciones de la temporada y proyectos que atraían a más de un curioso. Hoy, el festival ve un período de confusión e incoherencia artística, tratando de tener un número “fuerte” para cada segmento etario, pero sin que por ello medien conceptos como “calidad” o “relevancia”. Esto último, más que jugar a favor de la transversalidad que se atribuye el festival, parece tensar la atmósfera cándida que supone un evento como éste.

La mayor señal de esto fue la tensa situación que se vivió el primer día, cuando los roces entre los fans de Metallica que trataban de entrar a la fuerza al Parque O’Higgins (principalmente, hombres adultos, enfundados en poleras de la banda) y aquellos quienes habían decidido irse a esa hora (adolescentes rubios, en su mayoría), terminaron con botellazos, escupos y la llegada de fuerzas especiales de carabineros, en una postal deprimente, que pudo haberse evitado con un cartel realmente inclusivo y no tan sesgado.

Reporte Día 1

A eso de las 2 de la tarde, la presencia de Weichafe en uno de los escenarios principales sólo pareció hacer eco en quienes, a eso de las 22 horas, irían al show de Metallica. La cantidad de poleras con el logo de los estadounidenses entre el público que presenciaba el show del conjunto chileno, así lo atestiguaba. Los chilenos venían a presentar su trabajo Mundo hostil (2016), mostrando que en vivo lo incendiario es su actitud pero no sus matices sonoros. De no ser porque estaban sus consignas polítcas y del hecho que se presentaban ante un público ad-hoc para ellos, la suya podría haber sido uno más de los muchos shows anecdóticos del primer día.

Más de 10 años tuvieron que pasar para que Silversun Pickups pudiera tocar en Chile ese hit generacional que es “Lazy eye”. Tristemente, el público que se acercó a ellos a esa hora, poco más podría decir: la suya fue una actuación mediocre, de canciones cercanas al grunge, pero livianas y perezosas. Esa etiqueta de “rock alternativo”, que tanto les gusta usar a los medios gringos para referirse a un conjunto de bandas genéricas y sin personalidad que abundaron durante los 00s, les viene de perilla.

Como dos caras de la misma moneda, los shows de Glass Animals y Bomba Estéreo parecían tomar las falencias de uno para hacerlas virtudes del show propio. Si los colombianos resultaban divertidos, espontáneos y encendidos; los ingleses parecían algo cansados y faltos de chispa. Sin embargo, estos tuvieron un sonido impecable, en donde sus bases -cercanas al R&B más travieso de Years & Years o Alt-J- fueron las principales protagonistas: los tímidos bailes de la asistencia, fueron la prueba de ello. No se pudo decir lo mismo de Bomba Estéreo, en donde los graves -saturados y sin mucha definición- hicieron que la voz de Li Saumet perdiera protagonismo. Claramente, ambos shows quedaron a medio camino de lo que se podía esperar de ellos.

Con las primeras horas de la tarde, cayó la que sería una de las grandes desilusiones del festival: The 1975. Precedidos por muy buena prensa, un hype tremendo y una fanaticada que ya se quisiera cualquier otra banda del festival, el mediocre show de The 1975 estuvo a medio camino entre playback y el concierto de una banda tributo: con varias pistas pregrabadas (¡incluyendo los coros!), los de Manchester son un reciclaje de los peores momentos de los 80s, en donde ni los pequeños atisbos de Spandau Ballet o el David Bowie de “Young Americans”, ni la sobrada actitud de su vocalista Matty Healy; salvaron a la banda de la total vergüenza. Al día siguiente, Duran Duran -doblándolos en edad- tomarían estos mismos clichés de los 80s y los llevarían a mucho mejor puerto.

En un día lleno de contrastes, la presentación de Rancid se alzó como la más disonante del panorama. Pero no por ello perdió solidez: los californianos se pararon como verdaderas bestias en el escenario, no dando tregua a los riffs de guitarra ni al infinito mosh pit que se armó entre el público. Aunque daba algo de pudor ver a unos cincuentones tatuados cantando sobre revolución, solidaridad y otros tópicos comunes del punk (con “oi! oi! oi!” incluidos), el carisma y alma con que impregnaban cada canción, fue más que suficiente para satisfacer no solo a su fans (incluidos muchos punks con mohicanos, que se encontraban entre el público), sino a toda la asistencia presente.

Llegada la noche, The xx dieron el mejor show del festival. La suya, aunque parezca improbable, es una propuesta que logra aunar lo íntimo y lo masivo de igual manera. Su sonido es aún más inclasificable que en sus álbumes: si en estos, hay mayormente ecos de R&B y bass music, en vivo se suman citas a Pixies, Young Marble Giants y la música de club. Es quizás esa transversalidad sonora la que los hace ideales para un festival como este, en donde muchos se acercaron con timidez pero terminaron bailando (Jamie xx hizo las veces de DJ, mezclando “Loud places” de su disco en solitario con una reversión de “Shelter”); o emocionados (en completa soledad, Romy xx interpretó “Performance”) e incluso seducidos (Oliver xx es uno de los performers más sobrios de la actualidad, como probó al interpretar “Fiction”). Salvo los pequeños problemas de sonido al inicio del show (con unos graves algo abombados), el show de The xx rayó en la perfección.

De Metallica, poco y nada se puede decir. Mientras algunos insisten en que bandas como estas abren el espectro de un festival como Lollapalooza Chile; la cantidad de veces que se escuchó gente de negro con logos de la banda hablar de “música de maricones”, parecen decir lo contrario. Si bien, el show de Metallica fue impecable, tanto en lo visual como lo sonoro, cabe preguntarse si no es mejor que bandas así se presenten en un concierto en solitario, antes que en una instancia que promueve el respeto, la diversidad y la promesa de una fiesta para toda la familia. Lo mencionado en la introducción de esta reseña, hacen pensar que así es.