Carole King es una de las grandes antiheroínas del pop de los 60 y 70. Omnipresente, de alcance mundial, 118 de sus canciones entraron en la lista Billboard Top 100, con esa candidez acogedora que fue el sello inconfundible de su música. Capaz de transformar sus composiciones en estándares del cancionero popular y volverse objeto de respeto desde los Beatles a Barack Obama, aún así nadie la pone en el mismo nivel de influencia que las Madonnas, las Arethas y ni siquiera las multi números 1 Rihannas. Y eso es una insolencia tan flagrante, tan incómoda, que la de King tiene que ser una historia compleja, llena de esa destreza asombrosa y opacidad frágil de los adultos que empiezan sus vidas como niños genios.

Carole King nació Carole Klein en Brooklyn, hija de una familia judía polaca. Desde que era muy pequeña estudió piano y adquirió una habilidad única para componer melodías. Y afortunadamente para nosotros, Carole no se fue a Julliard sino que se volvió adepta al jovencísimo género del pop, y con sus amigos del colegio Gerry Goffin y Neil Sedaka fantaseaban con escribir canciones que fueran números 1. Porque recordemos que el pop para Nueva York de esa época fue como la aparición del hip-hop en los 80, y todo adolescente que se preciara de sí mismo quería ser parte de eso. Como King, que con 15 años le fue a golpear la puerta a ABC Paramount Records en Times Square y les pidió pega. Los contrataron a los dos con Goffin, se casaron cuando ella tenía 17 años y juntos crearon una chorrera de éxitos, incluida una de las canciones más bonitas de la historia de la música pop, “Will you still love me tomorrow”, para Las Shirelles (1960). Tan prolíficos eran, que hasta le compusieron un mega hit a su nana, Little Eva: “The locomotion”(1962).

Y de ahí las cosas se vuelven, como diría Facebook, complicadas. King se separó de Goffin, por mujeriego y por su gusto extremo por el LSD, y comenzó su vida como mamá soltera trabajadora, con la composición como fuente de ingresos. Neuróticamente insegura de su valor como artista, su voz no era demasiado bonita y ella tampoco, aparte de que las letras las escribían otros. ¿Qué interesante iba a decir, entonces? King es el gesto indeciso, el rostro tímido que no mira la cámara, la historia psicoanalítica de la niña que crece y que debe valérselas por sí sola, tambaleando.

Entonces se muda a California, a Laurel Canyon, y se hace amiga de James Taylor y Joni Mitchell, y con el apoyo de su círculo cercano logra reunir la confianza necesaria para sacar su primer disco, Writer (1970). Por supuesto que fue un fracaso, porque esas son la historias que nos gustan en esta columna, y no sabemos cómo Carole logró rearmarse e intentarlo de nuevo, quizá como una atleta o una adicta. Y ahí publicó Tapestry (1971) y se volvió superestrella. Después derivaría en reclusa en Idaho, se casaría tres veces más, se volvería una ambientalista y demócrata militante y jugaría a esconderse y escapar de su estatus de leyenda tantas veces como le diera la gana.

Porque Tapestry es un fenómeno en sí mismo. Ha despachado más de 25 millones de copias y estuvo en la lista de los Billboard 200 más vendidos durante ¡seis años! Su carátula es icónica (con los rulos, el pie de King y ese gato tan gordo) y sus canciones son una mezcla de optimismo, simpleza y madurez que se mantienen incombustibles por décadas. Una de las mejores obras de la música popular, por lejos.

“It’s too late” fue el el primer single del disco. Compuesta por King y Toni Stern, parte con los acordes de ese piano de sonido profundo, acompañado de una mínima y sensual percusión. “Me quedé en cama toda la mañana, sólo para pasar el tiempo/ Hay algo mal aquí, eso no se puede negar/ Uno de nosotros está cambiando, o quizá sólo dejamos de intentarlo”. Ese debe ser uno de los mejores comienzos, entre miles y miles de canciones de amor, para decir que una relación se está acabando. El desgano, la economía de las descripciones, la duda sobre el otro que después se vuelve, en una manera muy Carole, una duda sobre sí misma.

“Es demasiado tarde, amor, demasiado tarde/ Aunque de verdad tratamos que resultara, algo adentro se murió/ Y no puedo esconderlo, no puedo fingirlo”. El coro nos llega como una pedrada al corazón, con ese piano eléctrico dulce, californiano, mientras Carole dicta sentencia de un amor que murió naturalmente. Lo interesante aquí es que si bien no sabemos por qué, sí nos enteramos que los dos trataron de mantenerlo a flote, dando la pelea como adultos, intentando revivir algo que sabían valioso. Pero no hay caso.

Oh, no.

“Solía ser tan fácil vivir aquí contigo/ Tú eras brillante y ligero y yo sabía qué hacer/ Y ahora te ves tan infeliz y yo me siento como una tonta”. Las cosas fueron buenas, hay tanta nostalgia. Pero ahora los dos están miserables, y sabemos que es la decisión correcta. Nadie quiere sentirse como una tonta, especialmente si le agregamos que la verdadera Carole, no la hablante de esta canción, fue la señora de un hombre infiel y posteriormente la del un desequilibrado que la golpeaba. No, nadie debe sentirse como una tonta.

Y ahí viene la parte más bonita de la canción, con ese piano de King que de alguna manera ya es parte de nuestro tejido musical, con esos tururús tan suaves, guitarras y luego saxo. Es como si la canción tomara vuelo, en su reflexión profunda, y se abriera paso para prepararnos para la conclusión inevitable del romance.

“Habrá buenos tiempos de nuevo, para ti y para mi/ Pero sólo es que ya no podemos seguir juntos, ¿no lo sientes también?/ Igual estoy feliz por lo que tuvimos y porque alguna vez te amé”. Y ahí King se transforma en una heroína a secas, sopesada, clarísima, augurando un futuro brillante para ella y para el otro. Generosa, en “It’s too late” Carole es la figura opuesta del despecho, agradecida de sus experiencias y pragmática en la constatación de que ambos van a seguir su vida y eso está muy bien. Lo mismo que quisieron decir Chris Martin y Gywneth Paltrow cuando inventaron esa bobada del “conscious uncoupling” (separación amistosa). Sólo que King es una titánide del pop y Chris Martin, por supuesto que no.