Usamos el Día de San Valentín como excusa para volver con Lovesongs, donde Carmen Duarte nos comenta la historia tras aquellas inolvidables o lacrimógenas canciones de amor de todos los tiempos.

Si el camino al adult oriented rock –ese género sedante en la facilidad de sus armonías y con el ímpetu de sus guitarras acorraladas por los sintetizadores y por peinados con demasiada laca- es inevitable, así como la aceptación de la vejez y la certeza última que las voces a coro en perfecta armonía tienen una suerte de poder místico, entonces el camino que tomó Fleetwood Mac debe ser una de las trayectorias espirituales más raras del coming of age del rock.

Formados a fines de los ‘60 en Inglaterra como un ensamblaje de rock blusero barbudo, la banda del baterista Mick Fletwood y el bajista John McVie vio por casi diez años una progresión estilística dramática, desde un sonido a la Yardbirds, acercamientos a la psicodelia para arrimarse cada vez más -incluyendo cambio de casa a la costa oeste de Norteamérica- al pop dorado californiano.

En el camino y en un vuelco a la Syd Barrett, el guitarrista genio de la banda John Green se vuelve loco tras un infortunado episodio con ácido; Jeremy Spencer, quien toma la posta del control creativo, tras un episodio de fuerte consumo de mezcalina termina uniéndose a la secta de los Hijos de Dios, dando pie a una sucesión de guitarristas que se van despedidos o hartos, en un claro signo de las cosas no estaban funcionando.

Para 1975, ya se había unido al grupo Christine McVie, señora de John, quien junto a Mick Fleetwood eran a esas alturas los únicos sobrevivientes de una banda que nunca había llegado a la gloria y que por un extraño sentido del destino manifiesto, insistía en mantenerse a flote, buscando un chispazo de genio en un guitarrista que pudiera devolverles el balance perdido. Y ahí, por fin, aparece el dúo compuesto por el gélidamente guapo Lindsey Buckingham y su novia, una hipnótica rubia en apariencia tan inocente llamada Stevie Nicks.

Buckingham, con su sensibilidad por las armonías y los arreglos complejos, le dio el contrapeso a la banda. Con frontwomen y frontmen estelares, logran la lotería con Fleetwood Mac (Reprise, 1975) con ese pop impetuoso con bases rockeras, y quedan campeones indiscutidos gracias a Rumours (Reprise, 1977)

Hoy uno de los grandes discos de los ’70, Rumours es el triunfo de la persistencia artística, la conjunción de los momentos precios con las personas indicadas y una conceptualización del pop como elemento de trascendencia. Porque Rumours es un ejercicio de exorcismo. Para 1976, a Stevie Nicks y compañía les salía la cocaína por los lagrimales, estaban empezando a odiarse como presos, y las dos parejas del grupo (Nicks-Buckingham y los McVie) veían venirse abajo sus respectivas relaciones mientras todos se metían con todos en una endogamia circular. El panorama es oscuro: Rumours son los cinco miembros por separado viviendo fuera de foco una crisis mayor, mientras Fleetwood Mac como banda logra de hacer de esa experiencia límite un disco perfecto.

“Dreams” no es más que la canalización de ese tumulto. Dominada omnipresente por la voz gorgojeante de Stevie Nicks, el tema tiene una progresión sensual en las armonías con Christine y una línea de guitarra insinuante en su simpleza. El coro, efectivo y sin mellas en su vocación de radio de auto y con su ritmo contenido, da el pie para que la canción siga progresado metódicamente, marcada por el bajo que sostiene el mensaje casi mántrico. Porque Stevie Nicks, magnética en su personaje de adicta devora-hombres, tras “Rhiannon” se ha transformado en una suerte de profeta. Alguien que viene con un mensaje poderoso que no puede ser negado.

“Aquí voy de nuevo/Dices que quieres tu libertad/Bueno, quién soy yo para detenerte/Es sólo lo correcto/ que lo hagas como lo sientes/ Pero escucha con cuidado/ el sonido de tu soledad/Como un latido/te vuelve loco /En la inmovilidad de recordar/lo que tenías y lo que perdiste”

Nicks, abandonada, tiene una voz clara. Con sus mantos negros sobre el escenario y sus bailes sinuosos, en sus palabras hay algo mucho más lúcido que el triste consuelo de decir las últimas palabras que tiene todo despechado.

Nicks, clarividente, está al frente de una situación que ya ha vivido otras veces y con calma admite tener “visiones cristalinas/visones que guardo para mí/ Solamente soy ya la que quiere envolver tus sueños/¿Y tienes tú algún sueño que quieras vender?/Sueños de soledad”, donde su contraparte parece estar ofreciendo algo ilusorio que no puede compartir y que por lo mismo hará -como un decreto irrenunciable- que termine solo. Nicks sabe que “las mujeres vendrán y se irán” porque ella conoce algo que él (Lindsey quizás) ignora y que ella guardará como una carta de triunfo y una victoria moral innegable: que ese hombre que se va, inevitablemente se arrepentirá.

Admirablemente segura, Nicks sabe que ella no es como las otras. En un período de uso de drogas duro y donde Nicks más tarde reconoce que fue utilizada, mentida, descartada y engañada hasta que se resignó a la sobriedad simplemente porque le era imposible parar, “Dreams” es tanto un momento de lucidez como una reafirmación del valor propio, en el convencimiento de que hay algo más grande que uno mismo en una relación y tirarla por el despeñadero puede ser un error fatal.

“Los truenos sólo aparecen cuando está lloviendo/los jugadores sólo te aman cuando están jugando/las mujeres vendrán y se irán/cuando la lluvia venga y te limpie/sabrás/Oh sí, ahí sabrás.”

La chica, en una metáfora simple en el coro, le advierte sin odio que se dará cuenta de su error sólo cuando se vea atrapado en una jugarreta donde él será el dejado y vea con claridad que era ella la que valía la pena. Como una profecía de cómo sería considerada Nicks más adelante en su carrera, ella con su confianza intacta y con los odiadores descartándola de plano, en “Dreams” hay una evidencia clara que en Rumours Nicks y compañía habían alcanzado algo parecido a la claridad. Lamentablemente, en el bajón cursi que sería Fleetwood Mac en los ‘80, parecieron dejar tener esa confianza a prueba de balas  y se separaron millonarios y ajados a fines de esa década.