Es marzo de 2013 y estoy junto a mis compañeros de banda de Protistas. Mac Demarco toca en el mismo escenario que pisamos hace unas horas, en el marco del festival Nrmal, en el Parque del Ferrocarril de Monterrey. Mis amigos me han alentado a escuchar su música, que desconocía por completo, con el complemento de que es uno de los números atractivos del cartel junto a Sky Ferreira o Ariel Pink, sin hablar de Brujería cuando caiga la noche.

Sobre el escenario mexicano, este canadiense de veintitrés años usa un jockey hacia atrás, viste camisa y shorts gastados. Parece un estudiante de secundaria de algún suburbio norteamericano, o simplemente un joven desinteresado, como el líder del grupo que renunció a las reglas de abolengo, y cuya pandilla sólo quiere pasar un buen rato en esta tarde soleada.

El jovencito sabe montar lo suyo: su propuesta de banda de rock, poco pretenciosa y orgullosa del desparpajo, cautiva a la mayoría de quienes lo escuchamos. Hay un plan tácito de farsa, pero no se trata de tocar mal, sin cuidado, muy por el contrario, el ánimo relajado del show se sustenta en una ejecución precisa y mucho groove en las melodías.

La música de Mac DeMarco, de una alegría genuina, y de un romanticismo decadente que seduce, y lo acerca al stand-up comedy, es perfecta compañera de una travesía interminable, de un buen trip con los amigos, ojalá sin equipaje, sin preocupaciones por delante. Son melodías entrañables y tiernas, que nos devuelven a una adolescencia añorada.

Siguiendo un fantástico periplo, Mac pisará tierras chilenas el próximo 14 de marzo. Que lo tengamos acá y en otros países del continente como Argentina y Brasil, no es casual, si echamos una mirada a su saltarina agenda de tours, que el año pasado lo llevó de un extremo, de Estados Unidos a Islandia, de Thailandia a Australia. Este año asoma similar para este inquieto multi-instrumentista, que ha sabido aprovechar su gran momento con el apoyo de una banda perfectamente aceitada en vivo.

Su breve trayectoria ha estado marcada por el frenesí musical. Con su primer proyecto en Vancouver, Makeout Videotape, lanzó su primer disco a los dieciocho años llamado Heat Wave, que vendió rápidamente sus 500 copias auto-editadas. Siguieron unas cuatro placas más, de delicioso sonido lo-fi alucinado, propio de cantera canadiense indie, que lo prepararon para dar el salto solista en 2012 con la recolección y el collage de Rock and Roll Night Club (2012, Captured Tracks) y el ya menos ansioso, y ampliamente aclamado, 2, donde se perfila con mayor claridad su rock’nroll juguetón con momentos de conmovedora nostalgia. Su nuevo trabajo, titulado Salad Days, se lanzará oficialmente en bajo el mismo sello. Todo esto es el lado estrictamente musical, sin contar una amplia galería de videos exóticos, entre ellos, el de la hermosa balada a un cigarrillo, ‘Ode to Viceroy’, y otros menos agraciados con su propia figura. Basta googlear sus galerías de fotos para tener una buena idea del ánimo socarrón que lo caracteriza.

Nuestro músico tiene fama de montar escenas y jugarretas. Ha terminado desnudo cantando ‘Beautiful Day’ de U2. Sus compañeros no se quedan atrás en chistes sexuales. Pero sobre todo, como se puede apreciar en el último show registrado por Pitchfork Music Festival en París, son amantes de colar desvíos entremedio de su repertorio, dejándose caer con covers apolillados y queribles del cancionero pop (‘Mesagge on a bottle’ de The Police, “Tears in heaven” de Eric Clapton), para demostrar que el recicaje generacional tiene amplia cabida.

Porque más allá de la figura juglaresca, descansa una amplia galería de influencias señeras en los hombros de este chico, que le dan peso y carácter a su propuesta. Ha reconocido su gusto por figuras clásicas como Shaggie Otis, Jonathan Richman, John Lennon y Arthur Rusell, todos solitarios en alguna medida. Y aunque sus letras parezcan naif, Marc escribe con el ánimo del cantautor retraído, que quiere ser sincero consigo mismo, ya sean impresiones casuales o anécdotas sencillas, las que mejor se cuelan en las vivencias de sus fans.

Y más allá de la mofa al “rock-star”, DeMarco destaca por la habilidad en la guitarra, y la sinceridad de sus recursos rock, parte de las razones que lo han hecho famoso y querido. Usa un modelo de guitarra bizarro, instrumento pequeño digno del Persa Bío-Bío, de sonido chillón, agudo, punzante y también chirriante con un surtido de efectos poco ortodoxos. Más encima, se niega a tocar otra guitarra, y cuando rompe cuerdas en vivo, no tiene más opción que darse un tiempo para repararla. Esa honestidad musical se traduce en su marca registrada, un mood algo hawaiano, seco y colorido, que bien podría calzar con la idea del ‘jizz-jazz’ que él promueve. Los especialistas han hablado de “blue-wave” y también de jangle pop. Como sea, el punteo infantil y cosquilleante de ‘Freakin up the neighborhood’ cala cualquier oreja y se transforma fácilmente en un jingle mental.

¿Se desinflará en algún momento esta fanfarria creativa? Conciente de la ola y el ruido, del ascenso, del hype, de los numerosos viajes, gozando todo eso y dejándose marear, Mac ha reconocido en varias entrevistas recientes que su vida se ha vuelto demente, extremadamente estresante, que no hay red de protección para sus saltos de equilibrista. Y que hay mucha expectación por delante. Pero suele rematar tales entrevistas con imágenes alegres, o con pachotadas: “El alcoholismo es una gran ayuda para pasar a través de todo eso, so yeah, fuck it”. Mac sabe que tiene combustible para rato y que su trip puede ser interminable.

Cae la tarde en Monterrey, Mac levanta rápidamente una botella de cerveza del suelo, la espuma sube rápido y chorrea su cara mientras bebe. Lo disfruta y ataca la guitarra. En medio de una canción, su bajista, de jockey rosado y sin polera, le da un beso fugaz al otro guitarrista que acompaña a Mac, quien no se percata de la escena pues ocurre a sus espaldas. La imagen es tierna y boba, como si fuera un gesto de cariño más que una proposición gay.

Cuando termina su show, Mac está sentado sobre unas cajas de instrumentos, a un costado de una carpa que sirve de backstage. Dan ganas de tomarse una cerveza con él, o de compartir un pito y hablar de cualquier cosa. Pero no hago nada de eso. Se le ve algo retraído, como si qusiera estar en los márgenes de la foto, como si quisiera ser un músico como cualquier otro, ni mejor ni peor, mejor dicho, vulgar, lejos de los vicios farandulescos de la fama. No le hablo, pero al menos, le doy la mano a Ariel Pink después de su show, a quien felicito por su música. El sonríe, y su gesto me parece sincero.