Estoy escuchando un mixtape que me regaló el sábado Jean, el vocalista de My Light Shines For You. Creo que hace más de diez años que alguien no me pasaba un compilado. Este se llama Personal party III y tiene en la solapa un monito que parece un Akira triste, resfriado. Reconozco a The Pastels, a Magnetic Fields entre los nombres que escribió a mano. No tengo idea quién es Tony Molina -que me encanta- ni tampoco a Nerd Gets the Girl ni menos a Ataque de Caspa. Jean, con una letra pulcra, declara seguro que estas son algunas de sus canciones favoritas, compiladas para el Santiago Popfest.

Me siento afortunada.

Por eso voy a partir de lo indiscutible, de eso que aprendimos a creer con una fe talibana desde que éramos veinteañeros: el indiepop es lo más parecido a lo que pensábamos que era estar enamorados. Sus coros agridulces de chico-chica, la precariedad de su sonido, las guitarras saltonas, la certeza pasada a serotonina de que ahí había algo cierto, al espasmo terrible al percatarse de la endogamia del sonido.

Oh, éramos tan trágicos entonces, persiguiendo frenéticos la nota menor y fatigada después del coro power pop.

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El Santiago Popfest, festival con un cartel de doce bandas, tuvo lugar el viernes y el sábado recién pasado en ese horrible centro que es El Cerro en Bellavista, ominoso si consideramos esa estatua de Venus de Milo en el patio y su sonido como de gimnasio helado y hostil. Pero eso no importa, ni un poco. Lo que necesitamos saber es que fue una celebración de cumpleaños al indiepop y a esa militancia DIY de rescatar lo mejor de la tradición igualitaria del punk, que tuvo a los músicos invitados conversando con Pedro, Juana y Diego, y a gente muy amable vendiendo stickers de chicas con peinado de bacinica, fanzines escritos a manos y discos a siete lucas.

Y como profeta trasnochada, vengo a decirles que el indiepop no está muerto. Ahí estaban La Vuelta al Mundo con una vocalista hipnótica y la candidez trágica de los adorables My Light Shines For You, que venían de enterrar a un muy buen amigo que murió en la tocata funesta de Doom de la Alameda, y nos instaban, como algo urgente, vital, a apoyar a la música independiente.

Trementina, con un shoegaze profesional, listos a pasar de Valdivia a Japón, le tiraron un besito a Boris, canoso emblema de Super45, después de un set sólido. La Felicia Morales, -maestra- los dejó a todos callados con su cello triste y sus arreglos mínimos, y Fakuta demostró que hay una progresión hacia atrás, o quizás hacia delante, del sentimentalismo indiepop a la impudicia perfecta que es “Amiga Mía” de Jorge González.

Favoritos: Les Ondes Martenot, como un dejavú expansivo con sus animales inflables, sus carcajadas sobre el escenario, su cover de Katy Perry y sus hits enormes, atemporales. Y Los Días Contados, ese súper grupo de Luife Saavedra, que alguna vez estuvo en The Ganjas, Carlos Reinoso aka Cerebro de Mostro y el frontman Juan Pablo Abalo, que lograron una combinación imposible entre sensualidad y técnica depurada en su evocación a Virus, que debiera hacer que nazcan niños por generación espontánea y que uno diga asombrada que en esto de la música pop hay mutaciones y cultivos impredecibles, que germinan silenciosos en el ambiente frágil que es hacerlo usted mismo.

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Y ahí el relato se acaba, antes de ver a Hidrogenesse y el set sorpresa de Dënver y bailar moviendo la cabeza de un lado hacia otro, porque aunque todo esto se trate de ser veinteañeros fulminados, la verdad es que a quién engañamos: ya estamos viejos y necesitamos dormir y despertarnos al otro día felices, con nuestro compilado de Les Ondes Martenot y el disco nuevo de Fakuta.

Foto gentileza de Javiera Tapia.