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En su concierto de anoche en el galpón Víctor Jara, el trío estadounidense formado por Steve Albini (voz, guitarra), Bob Weston (bajo) y Todd Trainer (batería) demostró que sus canciones siguen vigentes y agresivas, dando una lección lacerante caracterizada por un nervio duro y jurásico. Recorriendo generosamente las canciones de su discografía más clásica, esto es, dejando un poco de lado el reciente Excellent Italian Greyhound y quemando con temple de acero los temas de At Action Park, Terraform y el excelente 1000 Hurts, su show alcanzó fácilmente la hora y media, sometiendo al público a un ritmo matemático que ya les habrá recordado a muchos el concierto de Battles, pero en una versión protopunk y eminentemente sucia.

Lo más interesante es que en escena Shellac confirma una personalidad altamente teatral y cómica, como dejan ver los ensayos sonoros de sus discos. Manteniendo esa sensación de que el tracklist se iba construyendo en el momento -en algunos momentos, las negociaciones se convertían en dilatadas pausas para discutir las canciones y la forma de comenzarlas-, nunca dejaron de lado el sentido del show, siendo su principal artífice la leyenda por todos querida, el ingeniero Albini, un nerd con motivaciones destructivas y precisas. Delicioso era ver sus espasmos a lo Ian Curtis al dejarse caer sobre los deformados acordes, saltando bajo un impulso convulsivo de atrás hacia adelante, y cantando de manera desafinada y exigida, tal como se aprecia en sus grabaciones. Bob Weston, clavado en su posición, delineó en forma consistente y con mucho rasgueo sobre el bajo la arquitectura granítica que sustenta el sonido de Shellac, manteniendo a raya al público con patadas si era necesario, y ofreciendo “el privilegio” de contestar una pregunta que nunca pudo escuchar; mientras que Trainer, con su peculiar peinado pokemón, destacó por su concentración y dureza al enfrentar cada ritmo de batería, asumiendo rápidamente los quiebres y dotando de velocidad o pesadez . También tuvo sus enfrentones con algún fan pasado de la raya, mientras Albini reía desde el fondo y llamaba a la no-violencia. Lo más divertido se dio cuando los tres músicos quedaron colgados en una coreografía de avioncitos humanos: cada uno con sus brazos extendidos simulaban ser planeadores, dando paso a que Albini se mandase un largo speech de motivaciones y deseos profundos de libertad, que sólo podía provocar risa. Todo era parte del show.

Daba la sensación que la música fluía libremente de un músico a otro, acumulando una potencia que se liberaba radicalmente en segundos. Con una resistencia de gigantes de piedra, soportaron en algunos momentos canciones de hasta quince minutos, con un sonido áspero y libre de cualquier clase de efectos. A lo sumo, Albini apeló con su guitarra a un sonido fuzzy, pero siempre se caracterizó por la manipulación ingeniosa de la guitarra en bruto, perillando constantemete desde su amplificador hasta morder con los dientes las cuerdas. Una sesión algo agotadora en el final, sin concesiones, totalmente rabiosa de inicio a fin, donde Shellac no aflojó la fuerza y brutalidad de su sonido.