Hoy en el Teatro Municipal es el esperado show de Spiritualized en modo Acoustic mainlines, en una nueva fecha del ciclo S.U.E.N.A. Patricio Urzúa nos deja esta columna como apronte.

Enfrentar la discografía de Spiritualized desde Ladies and gentlemen we’re floating in space es, como expuso de manera elocuente Sebastián Rodillo en su análisis de esa gráfica, equivalente a entrar a una farmacia. Cada disco tiene una imagen clínica y limpia, y hasta el blanco rostro en relieve de Let it come down parece salido de una prensa de pastillas.

Hay que entender que este relato gráfico no es más que otra expresión de una de las obsesiones constantes del sonido de Jason Pierce, una que proviene desde sus orígenes junto a Spacemen 3. La idea de que la música es capaz de producir una revelación trascendente y espiritual, libre de toda religiosidad. Una redención pagana, sin dios ni otras patrañas de por medio.

Comencemos por comparar dos versiones de una de las canciones más obvias de su repertorio, “Any way that you want me”, una canción que compuso Chip Taylor para The Troggs en 1966. Esta es la versión de Evie Sands, de 1968:

Los arreglos de cuerda ocupan aquí un lugar secundario, funcional, bien en la línea de la experimentación con orquestas de cámara que estaba de moda por esos años gracias al trabajo de productores como Phil Spector y George Martin. En la voz de Evie Sands, la canción es más bien una declaración de amor independiente y llena de cierto júbilo. Jason Pierce, en cambio, maneja mucho más el dramatismo en la estructura de la canción en el single con el que hizo debutar a Spiritualized en 1990:

El sonido de la guitarra es clave, pero la diferencia no es sólo esa. La entrega de la voz de Jason Pierce (o J.Spaceman, más bien, todavía en esos años) es más total. Está más en control a la canción y al mismo tiempo más resignado a la rendición emocional que supone la letra. Tiene menos que perder, porque está ofreciéndose a sí mismo en una especie de sacrificio. La languidez con la que maneja los versos revela no sólo un estilo para enfrentar la canción, sino una estética que responde a una necesidad: la de comunicar una manera de entender las cosas.

La naturaleza intensa y vocal del góspel se presta bien a los efectos de intensidad que busca Pierce en su música. Por ejemplo, el origen del tema de “Feel so sad”, una especie de carta suicida de tono claramente litúrgico, hay que buscarlo en la melodía inicial de un negro spiritual clásico, “Swing low sweet chariot”, que habla acerca de entrar al cielo en una carroza.

Pero Pierce se mantiene distante, en las antípodas del lucimiento vocal de los solistas de góspel. Al mando de un coro, su voz sigue sonando lejana. Apoderarse de los lenguajes del góspel le permite a Pierce, sin ser demasiado literal, apelar al sentido escatológico de ese sonido ignorando perfectamente el contenido religioso de las letras. Porque el Señor al que le canta Pierce tiene bien poco que ver con aquel que preside la nave de una iglesia.

Por supuesto, la obsesión farmacológica de Pierce tiene que ver con su propia historia de dolencias, quiebres emocionales, hospitalizaciones y adicciones. Pero, claro, Pierce entiende que los químicos ofrecen otro acceso a la salvación, y suponen un camino diferente a la trascendencia. Como escuchar a Spiritualized, provocan una comunión que proviene de un lugar solitario, en el que cada auditor, o cada creyente, se encuentra en la ceremonia, con otros que, por su cuenta, han recorrido el mismo camino.