Spoon @ Ex Oz
Martes 20 de octubre, 2015.

Pongámoslo de una manera simple: todos hemos soñado alguna vez que en el pop y el rock no aplican las reglas del mundo físico, ese IRL que queda fuera de nuestros audífonos. El rock ofrece esa fantasía de cantantes eternamente flacos, con pelo y que pueden sobrevivir a tomarse una botella de whisky al día. El mundo indie, siempre dispuesto comunicar esas malas noticias que nadie más quiere dar, tenía claro hace rato que eso era una pelotudez. Pero aun así, hay otro espacio donde nos encanta contarnos esas historias de generación espontánea, donde las bandas se sustentan en un espiral de chispazos de genialidad y donde las cosas no son difíciles, porque existe una inspiración innata que no requiere de ninguna disciplina.

Ah, nos encanta contarnos historias donde no hay esfuerzo. Y eso es otra gran idiotez.

Pensemos en lo que hizo ayer Britt Daniel y compañía en la Ex Oz, en su primera visita en Santiago y traídos por Fauna, entre un público raleado pero fervoroso. Spoon lleva veinte años perfeccionando una técnica. A punta de varios cientos de tocatas, discos memorables y una marca indiscutida que los hizo sonar como los 2000 sin saber que fueran representantes de algo. Conversábamos ayer con la colaboradora de Super 45, Maca Lavín, que en esa década el indie saltó al mainstream a través de la TV, con The OC, Scrubs y películas con manic pixie dream girls. Y aun así, capitalizando de eso, Spoon se escurrió entre una calificación difícil, de pop rock más denso, más hermético, que los dejaba entremedio entre el público post o math rocker de la época y los derechamente indie pop. Quizá, como dicen los comediantes, es too soon para hablar de una nostalgia en relación a su sonido. Pero lo que los hace inasibles es que ayer fueron algo totalmente distinto a esas expectativas dosmileras que guardábamos, mal categorizadas, de la banda.

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En un show exhilarante de hora y media, la banda demostró haber mutado en un ensamblaje de base de rock clásico, con teclados precisos y un dejo de distorsión justa, enmarcando a Britt Daniel -con traje negro y camisa roja, la guitarra colgando hacia atrás o empinada a lo Johnny Cash- que lucía como un exponente preciso de ese look de rockero de los cincuentas que Maca identificó certera. Porque había algo en el show de ayer, algo de clase atemporal, de aplomo, de saberse buenos porque han estado en esta por años, como una banda que mejora cuando se incluye elementos nuevos (era imposible no notar Alex Fischel, el nuevo tecladista, guitarrista y bailarín estrella) al tiempo que potencia sus componentes claves (sólo en vivo, uno se da cuenta que Spoon fue siempre y por sobre todo, las líneas de bajo, que ayer retumbaban en el pecho como caja de resonancia). Un show inteligentemente armado que les permitió recorrer lo mejor de sus discografía, a través de hits incombustibles a pedido de los fans (“The beast and the dragon adored,” “Small stakes,” “The way we get by,” “I turn my camera on,” o “You got yr. cherry bomb”), intercaladas con canciones de su excelente último disco They want my soul, como “Inside out” que con unos arreglos de teclados/cuerdas venidos del cielo sonó como esa epifanía que no sabíamos que estábamos esperando, pero que vaya que necesitábamos. Con dos regresos al escenario, la banda manejó los tiempos a la perfección, prometiendo volver cada dos años y se despidieron con señas a todos los asistentes. Como unos músicos de peso, seguros de estar representando una tradición revistada con propiedad, agregándole clase, una alegría genuina y un compromiso con el oficio refrescante. Como todos unos profesionales.

 

Revisa el resto de las fotos por Juan Pablo Maralla acá.