TBT #9: La arqueología musical de las canciones olvidadas Ricardo Martínezjulio 7, 2016TBT2 comentarios TBT (Throwback Thursday, en español jueves de antaño) es un reconocimiento de que la música tiene historias y una historia. En cada entrega, Ricardo Martínez recuerda y rememora un género, un estilo o un periodo de la música pop, intentando ir hacia su contexto, sus orígenes y sus consecuencias. Hace como seis meses, en medio de uno de esos remoloneos de antes de quedarme dormido, de la nada empecé a tararear una canción. Era una canción olvidada, no recordaba ni su nombre ni quien la cantaba, ni siquiera mucho de la letra. No recordaba de dónde había salido ni cuándo fue importante en mi vida: sólo estaba esa melodía que rezaba “papá-parapapapapá-parapapapapapapapapááá-papá”. Apreté los ojos concentrándome en semisueño y traté de recordar un poco de la letra, y de pronto apareció un verso: “en ti, que eras como yo / creías como yo en el amor”. Bastó eso para que, incorporándome de la cama y tratando de que no se difuminara de mi memoria dicho segmento, tomé mi smartphone y tecleé aquel pequeño retazo de lyrics en Google. Y entonces sucedió: Google me contestó que la canción se llamaba “Si supieras”, y que la banda que la cantaba era Bravo, un conjunto vocal femenino-masculino que vino al Festival de Viña en 1985 con su éxito “Lady, Lady” [se pinta los ojos de azul]. Bravo – “Si supieras” Por supuesto que aprendí muchas cosas más en los diez o quince minutos que le dediqué a la canción en Internet, luego de recuperarla desde Youtube: que era original de José Luis Perales, regalada a este grupo en 1984; que Amaya Saizar, su vocalista y líder, había sido también la vocalista y líder de otra banda à la Mocedades, Trigo Limpio. Terminé el proceso cuando logré capturar el audio desde Youtube y fue a parar a mi carpeta de Dropbox de “Clásicos AM”. Los días que siguieron la escuché decenas de veces, tal como se escuchan decenas de veces, cuando uno las reencuentra, las canciones olvidadas del pasado. Y entonces pensé en otras de esas canciones olvidadas del pasado. Pensé que antes era mucho más difícil, que 1984 y 1985 (y 1978 y 1979) estuvieron llenos de canciones que nunca más volvieron a sonar, de temas que se desvanecieron en las arenas del tiempo. Hace unos años, mi entrañable amigo Carlos Costas estaba encargado de una radio de recuerdos de los 80 y él sentía que no conocía tanto de las canciones de esa era como para hacer una limpieza del Dalet. Costas había observado atentamente los varios miles de canciones en dicho Dalet (3.288, para ser exactos) y estaba seguro de que había que hacer una “limpieza”, esto es, borrar temas que nunca jamás volverían a tocarse, simplemente porque ya había pasado su momento y no eran “Photographs & memories” para las auditoras y los auditores. Carlos imprimió dos copias de una lista en papel de formulario continuo, nos las pasó a mí y a otro amigo y nos pidió que seleccionáramos las que no debían borrarse. Luego nos invitó una mañana de sábado al estudio y empezamos a hacerlas sonar una por una. Fue uno de los episodios musicales que más atesoro. De pronto empezaron a salir de los parlantes temas que simplemente no superaron la prueba de los años, pero que para mí eran temazos. ¿Ejemplos? Ian Cussick – “The Supernatural” Russ Ballard -“Voices” Dios, era como tomar una máquina del tiempo, porque no sólo se trataba de una reemergencia momentánea de canciones que alguna vez uno escuchó y bailó en el Eve, sino que era otra cosa… algo como recuperar una parte del ambiente de veinticinco años antes. Porque eso es lo que provoca escuchar temas menores de tiempos idos: sentir de nuevo la atmósfera, lo que los teóricos de la literatura llaman el “temple de ánimo” de una época. De a poco, mientras pasábamos alfabéticamente uno por uno por los temas de las letras A, B y C, con mi otro amigo nos empezamos a convencer de que había tres tipos de canciones alojadas en aquel Dalet. El primer tipo eran éxitos incombustibles, canciones que cualquier auditor o auditora medianamente informado podía reconocer. El segundo tipo eran éxitos menores de artistas que fueron más conocidos por otras canciones, como estos tres: Belinda Carlisle – “Leave a light on” Pat Benatar – “We live for love” Toni Basil – “Over my head” Y el tercer tipo eran simplemente one hit wonders, como los que siguen: Celebrate The Nun – “Will you be there” Amii Stewart – “Knock on wood” Algo tenían en común todas estas canciones del enorme listado de Costas: nunca más habían sonado, ni en las fiestas de los 80 con lolosaurios como yo de zapatos aún Pluma, ni en el revival reconstruido retromaníacamente por discotecas como la Blondie o el Máscara de Valparaíso. ¿Eran canciones que sólo recordábamos yo y mi otro amigo? No. Diez años antes de ese episodio con el Dalet, en el invierno de 1996, con mis compañeros de comunidad de los Sagrados Corazones decidimos armar una fiesta de los 80 en la casa de mi amiga Tone. Fue una de las primeras fiestas de recuerdos en que debo de haber participado. Y me tocó preocuparme de la música. Para hacer la lista de canciones me fui una tarde de martes de ese invierno al Portal Lyon, donde en la segunda o tercera vuelta del caracol había una tienda que tenía cedés compilatorios, algunos de los cuales albergaban colecciones enormes de éxitos recordados y olvidados de aquella década. Además de ello, conseguí que los hermanos de varias de mis amigas de comunidad rescataran de sus cajas apolilladas de casetes –de la época en que ponían música– los recordados C-60 de “rápidos y lentos en inglés”. Durante un par de semanas escuché atentamente cada track de los cinco cedés que había conseguido en el Portal Lyon y los dieciocho casetes de “música mezclada” que me habían pasado. Hice un listado en el Word de mi viejo computador que titulé Éxitos de los ochentas. Y me felicité de encontrarme con joyas que estaban en las capas tectónicas más recónditas de mi mente: Nick Gilder – “(You really) Rock me” Matthew Wilder – “Break my stride” Harlequin – “I did it for love” Cuando “pinché” esas canciones en la fiesta de la Tone, a la mayoría de los asistentes no les pasó nada, pero llegaron tres muchachos que se sentaron al lado de donde yo estaba poniendo los casetes y me empezaron a pedir temas cada vez más oscuros (de aquellos que sólo conocía el DJ del Eve) y a felicitarme por haber tocado a Matthew Wilder y a Harlequin. Ellos habían reparado en que estas canciones transportaban en el tiempo, que eran temas de un tiempo preciso, verdaderas polaroids de diez o quince años antes. Que era realmente como estar en esas fiestas hogareñas, tomando jugo Sip-Sup y engullendo suflés remojados, dando vueltas alrededor de la improvisada pista de baile de esos minúsculos living-comedor de las casas habitación de la época (a las que se había entrado “encaletado”). Pasaron tres años desde aquella memorable fiesta de los 80 y entonces llego a lo que quería contar desde el principio. Aparecieron los MP3, y Napster, y lo primero que hice fue una carpeta a la que simplemente le puse C:\MP3\Ochentas. En esa carpeta empecé a bajar como loco todo el listado de la fiesta de la Tone. Era un proceso trabajoso por la lentitud de la conexión a Internet de aquellos días. Y la sensación de logro, el chorro de dopamina (el neurotransmisor de la “recompensa por el logro”) en el cerebro que dejaba poder volver a oír, ahora desde el computador, una canción que ya nadie más tenía era asombroso, porque, como bien han explicado Juslin & Västfjäll (2008, “Emotional responses to music: the need to consider underlying mechanisms”) en el que es quizá el paper definitivo sobre música y emociones, escuchar música provoca más placeres cerebrales que los que logran el arreglo de las notas, las melodías o los ritmos por separado. De hecho, revisando artículos científicos acabo de dar con cuál es el secreto de la felicidad que provoca recuperar las canciones olvidadas. En una serie de investigaciones a lo largo de los últimos años, autores como Plailly, Tillmann & Royet (2007, “The Feeling of Familiarity of Music and Odors: The Same Neural Signature?”), Daltrozzo, Tillmann & Platel (2009, “Temporal Aspects of the Feeling of Familiarity for Music and the Emergence of Conceptual Processing”) y Zuckerman, Levy, Tibon, Reggev, Maril & Schön (2012, “Does This Ring a Bell? Music-cued Retrieval of Semantic Knowledge and Metamemory Judgments”) explican que el fenómeno de dar con una melodía olvidada se parece mucho a otro fenómeno, esta vez de lenguaje, que se conoce como “lo tengo en la punta de la lengua” (Tip of the tongue, TOT, Brown & McNeill, 1966), que sucede particularmente cuando tratamos de encontrar una palabra o un nombre de baja frecuencia de ocurrencia en nuestra mente. Con las canciones es igual: las más conocidas, las que golpean los primeros lugares de los charts o las que son interpretadas por cantantes demasiado populares (o mainstream) las podemos reconocer en sólo unos segundos, lo que Daltrozzo et al (2009) llaman el FEP (familiarity emergence point, esto es, el punto a lo largo de la secuencia de notas donde las personas empiezan a reconocer el tema). En cambio, canciones menos frecuentes, como destacan Plailly et al (2007) y Zuckerman et al (2012), cuesta más reconocerlas, pero su efecto en el sistema cerebral/mental de recompensas (“reward system”) es muchísimo más alto. Recuerdo, justamente respecto de este sistema de recompensas, una canción en especial que me demoré más de la cuenta en bajar en aquella era de Internet lenta y Napster: “Catch me I’m falling”, de Real Life. Fueron seis horas y media para un track de 3:58 minutos, en la víspera de la segunda vuelta entre Lagos y Lavín, el 16 de enero de 2000: Real Life – “Catch me I’m falling” Recuperar canciones del pasado se convirtió entonces en algo parecido a juntar las láminas de un álbum, a juntar las láminas de un álbum cuando había “láminas difíciles”. Las láminas difíciles eran todos esos semi-éxitos, esas canciones olvidadas que rondaron quizá el lugar 30, 40 del Hot 100 del Billboard en la juventud perdida. Esas canciones por las que uno llamaba a las radios a las cuatro de la mañana rogando para que el operador contestara y te respondiera que sí, que esa canción se llamaba “The days of Pearly Spencer”, que su intérprete era Marc Almond y, si resultaba que el radiooperador era –y casi siempre lo era– un erudito, te agregara que Marc Almond había sido el vocalista de Soft Cell y que esa canción era en realidad un cover de un tema más viejo todavía de David McWilliams. Marc Almond – “The days of Pearly Spencer” Recuperar canciones hoy, en cambio, es mucho más fácil. Basta con recordar cinco o seis palabras y googlearlas, o en un golpe de suerte pillarla sonando y shazzamearla. Aun con todo ello, hay todavía éxitos más olvidados, canciones más olvidadas. Esas canciones de las que no recuerdas nada más que sólo la idea de que alguna vez existieron. No recuerdas la letra, no recuerdas la melodía, recuerdas vagamente la época. Son como algo que decía Edgar Allan Poe: “Cuando surgimos del más profundo de los sopores, rompemos la tela sutil de algún sueño. Y, sin embargo, un poco más tarde (tan frágil puede haber sido aquella tela) no nos acordamos de haber soñado”. Hoy, de hecho (y por eso escribo esto), volvió a mi mente una canción, una canción muy menor de, no sé, 1984, 1985. Lo único que recuerdo es que me gustaba muchísimo y que nunca supe quién la cantaba. He tratado de tararearla, pero ni siquiera está en la punta de mi lengua. He intentado recordar cómo se llamaba y sólo sé que hablaba de “girl” o de “girlfriend”. Una vez alguien –en 1987– me dijo que parece que era de Peter Wolf, el antiguo vocalista de J. Geils Band, pero he dado vuelta la Wikipedia y YouTube y Shazzam y todo y no reconozco ninguno de sus singles, ni los singles de nadie, como esa canción. Es raro el olvido, cómo ciertas cosas se desvanecen y luego su sombra aparece en sueños y luego vuelven a las sombras. Pero lo sé: un día voy a ir en mi papú y sonará y la shazzamearé y pasará a engrosar la lista C:\MP3\Ochentas que todavía conservo desde que empecé a coleccionar MP3 en 1999, y tendré meses y años para disfrutar de una canción que nadie más recuerda. Por eso, cada noche, en medio del remoloneo de antes de quedarme dormido, cuando sueño despierto con los ojos cerrados en una época anterior a las redes sociales y a los smartphones, cuando apenas había un mail Hotmail de 2 megas de capacidad y rondaban los primeros MP3 por Napster y MAME se estaba iniciando y las conexiones de módem eran de 33.6 kbit/s, sueño con volver a 1999, cuando todo era diferente. Pero luego me doy vuelta en la cama y rezongo y pienso que no podría vivir en 1999, ni en 1989 ni en 1979, porque en aquellos años la arqueología de la memoria musical era sencillamente imposible.