TBT (Throwback Thursday, en español Jueves de antaño) es un reconocimiento de que la música tiene historias y una historia. En cada entrega, Ricardo Martínez recuerda y rememora un género, un estilo o un periodo de la música pop, intentando ir hacia su contexto, sus orígenes y sus consecuencias.

Hace cuatro años iba bajando en mi papú por Avenida Las Torres, desde la UAI hacia mi casa, y en el MP3 de la radio sonó quizá –ya no sé– por equisgésimacuanta vez aquella melodía que reza “Ooh! get me away from here Im dying…”, y creo que por primera vez reparé en que esa canción debe de ser la más significativa para mí como auditor en los últimos quince años. Estos son los primeros versos traducidos: “Sácame de aquí, me estoy muriendo/ Toca una canción que finalmente me libere/ Porque nadie compone ya como se hacía antes”. Nunca fue mi canción favorita ni de lejos de Belle & Sebastian –tengo unas diez o quince que la superan–, pero en ella está el secreto de porqué ésta es mi banda favorita de la vida y es tan fácil de explicar. Cuando en 1996 B&S lanzaron el LP que la incluye (If you’re feeling sinister), el pop había dado muchos giros, estaba en medio de uno y se disponía a la vuelta final. La música popular se había hecho autoconsciente y se percibía un oscuro y antiguo peligro: que le ocurriera lo mismo que al rock cuando derivó en progresivo. Por eso el grito de auxilio –sácame de aquí”– y su explicación –“nadie compone ya como se hacía antes”. La música pop estaba entonces haciendo muchas cosas, menos, quizá, transportar a ese espacio de sensibilidad en que las personas se encontraban consigo mismas, con sus propias historias, con su capital autobiográfico. Stuart Murdoch y sus amigos postularon una partida desde cero: volver a hacer canciones como aquellas que en los 60 y los primeros 70 transportaban al auditor hacia otro espacio, como la música de las girly groups o la cebollera gringa, con mucho del pop de cámara de Burt Bacharach y letras cínicas como las de 10cc. Belle and Sebastian consiguió un equilibrio impensado y sumamente precario… sus temas tendían a disolverse en esa aparente fragilidad, en ese encuentro preclaro de la epifanía. De pronto, los escritos en un viejo árbol dejados por dos estudiantes, los paseos en bicicleta fuera de la ciudad u observar las pompas de jabón en una plaza se transmutaban en una señal de algo más. Todo el indie que les siguió en Labrador, en Elefant, en Slumberland, hasta La Casa Azul o Dënver, piratearon ese hallazgo hasta casi reventarlo. Stuart Murdoch había redescubierto algo que en Chile descubrió Jorge Teillier: que observar y sensibilizarse con lo cotidiano terminaba por transubstanciarlo. ¿O no es eso este poema del lautarino?:

Se me había olvidado:
Una campanada = pasajeros del norte.
Dos campanadas = pasajeros del sur.
Tres = carga del norte.
Cuatro = carga del sur.
Esto lo aprendí una vez en un lugar cuyo nombre no importa donde ya ninguna campana
anuncia ningún tren.

“28”, de Muertes y maravillas (1971)

Por eso “sácame de aquí, me estoy muriendo” es el Ars Poetica de B&S. Sabemos, dos décadas más tarde, que efectivamente, volviendo al lar, al hogar, a la casa materna y paterna, a la música, a la nostalgia, podíamos escapar y reencontrarnos. Los que nos sacaron a sus fans fueron ellos. La canción hoy debería decir: “Nos sacaron de allí, gracias, nos estábamos muriendo/ Lograron hacer canciones como se hacían antes”.

“Get me away from here, I’m dying” – Belle & Sebastian

Sí, todo esto es cierto para mí, pero esta tarde escuché una vez más “Get me away from here, I’m dying” y por primera vez reparé en que esa canción no es la que más me ha marcado en la vida.

Por un momento intenté, como uno hace algunas veces con sus canciones favoritas, escuchar el tema como si fuera la primera vez. Y traté de concentrarme en cómo la canción progresaba. Y entonces hice el descubrimiento: la canción que más me ha marcado en la vida es una que en secreto se encuentra por debajo de “Get me away from here, I’m dying”, sutilmente oculta en la línea de bajo continuo que construye su estructura melódica y sentimental: el “Canon en Re Mayor” de Johann Pachelbel. Una progresión de acordes que sigue la secuencia a manera de ostinato: I-V-vi-iii-IV-I-IV-V. Entonces me percaté de que todas las canciones que me han gustado, que he amado en la vida, son sólo una canción: ésta. Desde “Basket case” de Green Day hasta “Don’t look back in anger” de Oasis, pasando por el tema principal de la serie spin-off de Los Días Felices, Laverne & Shirley, y “Presente” de Tango Feroz (Vox Dei).

Recuerdo la primera vez que me percaté de su existencia, en la escena inicial de Gente como uno, esa película de Robert Redford que tanta gente criticó porque le había quitado el Oscar a Scorsese y que, sin embargo, amé con todo mi corazón, porque contaba una historia común y corriente (hoy se diría “twee”), la historia de todos nosotros. Recuerdo haberla buscado en ese año –no se cuál– de los 80 infructuosamente, y luego hacerme de los compilados de música barroca en los que aparecía y aprenderla a tocar en flauta dulce en la Playa Negra de Con Con. Sí, esta canción, su melodía, me ha acompañado toda la vida, desde que la escuché quizá antes de nacer, y en casi cada copia que se hizo, hasta incluso por los Pet Shop Boys (“Go west”), para finalmente hallarla en el final de esa otra obra maestra sensible, Evangelion, como aquel tema facturado completamente por el creador del animé, Hideaki Anno: “Komm, Süsser Tod”.

Escena inicial de Gente como uno

“Komm, Süsser Tod” (Evangelion)

El “Canon en Re Mayor” dispone de la que quizá sea la secuencia melódica/armónica más pirateada de la historia y está lleno de sitios a lo largo y ancho de la Internet en que se recopilan los temas que lo han copiado, así como decenas de parodias y chistes como estos dos:

“Decomposing composers” – Monty Python

“Pachelbel Rant” – Rob Paravonian

Menos conocido es que mucha de la música que pertenece a la balada romántica latinoamericana ha hecho también lo suyo, más allá de las referencias clásicas en canciones anglosajonas. Cuatro ejemplos:

“Soñaré” – Rosana

“A puro dolor” – Son By Tour

“Ángel” – Jon Secada

“Señora de las cuatro décadas” – Ricardo Arjona

Es cierto, además, que hay muchas canciones que son “falsos Pachelbel”, donde sólo se reproducen algunos de los ocho acordes del “Canon” (típicamente los cuatro primeros del ostinato), creando una sensación de pachelbelidad, como:

“With or without you” – U2

“Sk8ter boy” – Avril Lavigne

“Torn” – Natalie Imbruglia

Johann Pachelbel descubrió, así, un tipo –un estereotipo– musical. Fue el creador del que posiblemente venga a ser el hook definitivo (Buns, 1987), ese segmento que facilita que una canción resulte memorable. Porque el barroco (el periodo musical en el que Pachelbel compuso) fue, sin duda, el primer pop. No por nada, cuando el pop se quedó sin ideas a mediados de los 60, muchos músicos y músicas volvieron sobre las estructuras, sobre las instrumentaciones y particularmente sobre las progresiones del barroco. Es comprensible, entonces, que cosas como estas “barrocas pop” (baroque & roll las llamaban) hayan surgido en esas o posteriores fechas.

“Rain and tears” – Aphrodite’s Child (sobre el “Canon en Re”)

“Walk away Renee” – The Left Banke (con instrumentación y arreglos del barroco)

“Lady Lynda” – The Beach Boys (sampleando la cantata 147 de Johann Sebastian Bach, “Jesus bleibet meine Freude”)

Es verdad, creo, que el “Canon en Re” logró dar con una especie de arquetipo musical, pero también es cierto que eso se debió a la popularidad de la pieza. Hace algunos años encontré un paper fabuloso por sus implicancias llamado What story should a history of popular music tell? (“¿Qué historia debería contar la historia de la Música Popular?”), firmado por Allan Moore (2004), en la revista Popular Music History. En ese artículo el autor se detenía en otra progresión extraordinaria en su popularidad hace varias décadas: la “progresión de los cincuentas” (fifties progression). La progresión I-vi-IV-V, que se encuentra en canciones como “Earth angel” de The Penguins (1955), Frankie Lymon and the Teenagers con “Why do fools fall in love?” (1956), The Diamonds con “Little darlin” (1957), The Platters con “Smoke gets in your eyes” (1958) y, por supuesto, la más famosa de todas: “Stand by me” de Ben E. King (1961). Moore, el autor de ese fascinante paper, sostiene que “es a partir de grabaciones de este tipo que el patrón se conoce como la ‘progresión doo-wop’”.

“Earth angel” – The Penguins

“Why do fools fall in love?” – Frankie Lymon and the Teenagers

“Little darlin’” – The Diamonds

“Smoke gets in your eyes” – The Platters

“Stand by me” – Bem E. King

Pero Moore va más lejos:

“La armonía puede ser concebida como la explicación fonética de patrón numérico, de los ‘sonidos-en-relación’: escribiré aquí sobre un patrón que puede representarse mediante los siguientes símbolos: I-vi-IV-V o, menos genéricamente, por los siguientes: D-Bm-G-A (o, lo que es equivalente: G-Em-C-D, e incluso por otros en la misma relación). Debido al nivel de generalidad, me centro en la representación anterior. Un punto de partida es representado por la canción de 1938 de Hoagy Carmichael, ‘Heart and soul’, la primera parte de cuyos versos utiliza este patrón armónico. Su ubicuidad cultural y quizá la del patrón, se puede establecer por su posición clave en el repertorio de los aprendices de músicos de piano [en los libros de enseñanza de este instrumento de los años 50], gente cuyo más probable otro tema de repertorio tiende a ser ‘palitos chinos’ ”.

“Heart and soul” – Hoagy Carmichael (el primer tema que aprendieron en piano los músicos de los 50)

“La comezón del séptimo año” – Palitos Chinos (el otro tema que aprendieron en piano los músicos de los 50)

Así, cada época tiene sus progresiones favoritas, pero la de Pachelbel se ha mantenido por décadas, desde que en 1919 el académico Gustav Beckmann redescubriera el “Canon en Re” para occidente y desde que Arthur Fiedler realizara la primera versión en disco en 1940. Pero, más que nada, desde que Jean-François Paillard y su orquesta grabaran la versión de 1968 que se popularizó extraordinariamente, sobre todo en la costa californiana desde esos días. Este ha sido uno de los temas predilectos en la enseñanza de la música en las escuelas y los conservatorios (de ahí que la progresión se grabe a fuego en la mente de las compositoras y compositores contemporáneos). Desde entonces el “Canon”, como hemos visto, se volvió un tema recurrente en decenas de melodías (algo que los profesores de música suelen llamar “cheesy“). Pero, lo más importante de todo, para mí, son esas sensaciones que me provoca escuchar una y otra vez el “Canon” y todo lo que vino más tarde, no bien pasen los lustros y las décadas. Hay algo en cómo la melodía se construye, en cómo los instrumentos se conglomeran, en cómo llega el fraseo perfecto cuando los violines saltan a la melodía principal, que me enternecerá hasta mi vejez, cuando ya me haya olvidado de todo lo demás. Un secreto y un misterio. La vida misma. A eso es a lo que se referían en secreto los Belle & Sebastian cuando cantaban, entonces, sobre “componer como se hacía antes”.

“Canon en Re” – Johann Pachelbel (Evangelion Death & Rebirth)