Fotos: Rodrigo Ferrari

Casino Monticello. Miércoles 2 de octubre, 2013.

“El futuro es un lugar interesantísimo. Vengo de allá. En el futuro, la gente tiene dos culos y cinco ojos”. Fred Schneider, en un español de lo más aceptable, acaba de presentar así “Love in theYear 3000”. Se diría que esto es una fiesta. Pero el sentido del humor de Schneider no alcanza a hacer que despegue del todo.

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En principio, la idea de ver a los B-52s en un casino parece tener todo el sentido del mundo. El ambiente hedonista y de despilfarro que impera en un salón de juegos se aparece como el hábitat natural del sonido fiestero y del entrañable sinsentido lírico de las canciones de los B-52s. Y, si hay que ser justos, lo del miércoles sí fue una fiesta. Pero una fiesta de esas que se alargan demasiado, de esas en las que uno se queda más de lo razonable.

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Para ser un grupo nacido de la improvisación y que profesa una contagiosa devoción por el caos, los B-52’s se comportan sobre el escenario de manera excesivamente formulaica. Tal vez intuyen que lo que se espera de ellos en un escenario como este es un espectáculo más bien esquemático, sin exabruptos. Que este es un escenario de entertainers y que los casinos no son lugar para la anarquía. Tal vez el trío actuó intimidado por los gigantescos espejos versallescos y  la alfombra con motivos incaicos del salón. O quizá esperaban a más de las cientos de personas que estaban lejos de llenar la sala.

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Con todo, a pesar del cálculo que parece regir sus movimientos, Kate Piersson y sobre todo Cindy Wilson exhiben un encanto al mismo tiempo inocente y experimentado, quinceañero y geriátrico. En sus gestos y en sus pasos de baile, dejan entrever algo de la espontaneidad que le hace falta a esta noche automatizada. Cuando el trío sube al escenario mientras su banda ya toca “Planet Claire”, Kate Piersson modula notas que parecen más propias de un theremin que de una garganta humana. Cierto, el comienzo fue auspicioso.

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Técnicamente impecables, las voces de Piersson, Wilson y Schneider vibran con la misma potencia de hace años, sobre todo en el momento en el que Cindy Wilson se queda sola al frente de la banda para cantar “TheGirlfromIpanemagoestoGreenland”, que dedica a su hermano muerto. Pero el desorden, y por ende la fiesta, sólo asomaron a ratos. En “Lava”, por ejemplo, o en “Roam”. Daban ganas de que Schneider y los otros abandonaran el libreto.

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