No nos pudimos acreditar para The Cure pero varios integrantes de nuestro equipo fueron al primer show que la banda londinense dio en el Estadio Nacional de Santiago. Estas impresiones entonces son desde el punto de vista del fan que todos tenemos dentro.

Fotos desde los teléfonos de Rodrigo Ferrari y Pablo Meneses.

El de la larga espera parece un argumento manido y propio de nota apurada de noticiero local, pero el cliché acá toma otro ribete cuando caminas de vuelta a casa, pensando que contemplaste por más de tres horas una presentación en vivo que tenía todos los ingredientes para haber sido un espectáculo sólo correcto, pero que terminó transformándose en uno de los shows más prolijos y emocionantes que han pasado por estas tierras. La larga espera terminó y valió la pena. (Rodrigo Ferrari desde galería)

Mientras algunos justifican el alto precio de las entradas y la incomprensible segmentación del Estadio Nacional por lo “bueno” del show de The Cure, estamos quienes culpamos a la avaricia de las productoras locales por ello: la única manera de haber disfrutado más el show de The Cure, era endeudándose y comprando una entrada de más de $100.000 (U$200 aprox). Aún así, desde una lejana galería, se pudo apreciar que The Cure hizo un show para todos. Para los que se emocionan con sus canciones más tristes y solemnes (“Lovesong”, “Just like heaven” o la grandiosa “Pictures of you”); para los que disfrutan y bailan con las más enérgicas (“Mint car”, Why can’t I be you”, “Hot hot hot!!!”) y sobre todo, para los que entienden que The Cure es una banda que tiene su mayor mérito en haber experimentado con un sonido oscuro y agresivo, en un momento donde el synth-pop era la ley.
Cuando The Cure mostró esa faceta en vivo, la incomodidad en el público fue evidente: abundaron los bostezos, las idas al baño e incluso muchos optaron por marcharse. Los mejores The Cure del día domingo – apáticos, ásperos, ruidosos… pero muy inspirados – dejaron demostrado que son una banda que supera con creces la anécdota de conmover (y entretener) con sus monumentales singles, y que pueden crear densas atmósferas donde temas como “Primary”, “Charlotte sometimes” o “The hanging garden” (¿el mejor tema de esa parte del show?), no desentonan en lo absoluto. Lo digo de nuevo: lo único que desentonó ese día, fueron los precios. Del resto, se podrá hablar durante años. (Gabriel Pinto desde galería)

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La primera hora de concierto parecía una broma. No se podía creer. Canciones que no se alcanzaban a comentar porque luego venía otra igualmente increíble. Hablo, por ejemplo, de la seguidilla de “In between days” con “Just like heaven” que es una de mis canciones favoritas del mundo. Podíamos dedicarle ese mismo tema de vuelta al grupo. “Show me how you do that trick, the one that makes me scream (…) you’re just like a dream (…) just like heaven”. Tuvimos un doble ensueño. El primero con verlos y el segundo con el bloque de sus canciones menos radiables pero igualmente maravillosas como “Cold” y “A strange days”. Eran para quedarse quietos escuchando, admirando, perdiéndose. Momentos que todo buen concierto debe tener. (Macarena Lavín desde la galería)

Mil veces anunciada y finalmente cumplida, la primera visita de The Cure el domingo pasado en el Estadio Nacional fue más que un concierto: fue una experiencia multisensorial que a muchos nos permitió sentir que teníamos 15 años otra vez mientras sonaban canciones que tan bien nos reflejaron durante esos años en que muy pocas cosas parecen tener sentido. Poseedores de un catálogo tan extenso como variado, los ingleses nos tocaron la fibra sensible pasando del amor a la melancolía, de las imágenes pesadillescas a las delicias pop en poco más de tres horas que se hicieron breves, y en donde pasamos por cada estado de ánimo conocido. Sin caer en la penosa táctica de estrujar los mismos éxitos una y otra vez (a la usanza de bandas-franquicia como Kiss), vivimos algo que fue realmente hecho para los fans. Después de esto, solo puedo decir: ¡Infinitas gracias, Robert Smith! (Pablo Meneses desde cancha frontal)

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Antes que nada, debo mencionar que me llamó gratamente la atención el acceso tranquilo en la apertura de puertas y la ausencia de colas demasiado largas. Tal vez por el tipo de público en cuanto a rasgo etario y características de comportamiento todo resultó muy tranquilo pese a la cantidad de espectadores que se esperaba.
Y en cuanto al show, la expectación era grande y cumplió plenamente. Más allá de los hits radiales que buena parte del público hizo la razón para asistir, el segmento intermedio del concierto, la fase más dark y disfrutable en lo personal fue lo que más me conmovió. Oir en vivo temas como “A forest”, “Charlotte sometimes”, “The hanging garden” o “One hundred years” fue una experiencia religiosa, como dijo el otro.
¡Además sonaban igual!. El bajo de Gallup, los teclados de O’Donell creando esa atmósfera densa como neblina de Londres. En realidad fue un regalo para los fans más acérrimos todo ese largo segmento de oscuridad que hizo llevar el recuerdo a épocas indeseables de este mundo. Y al final, la fiesta para remecerce con esos temas más onderos pero entrañables tocados en tanto cumpleaño casero. Notable. Pocas veces me ha pasado en un concierto, eso de sentirme en comunión con la banda y entrar en estado de euforia colectiva. Más bien mantengo la distancia, pero ahora fue diluida con la magia de este grupo que es parte de una historia colectiva generacional. Por siempre en nuestros corazones, aunque no hayan tocado “A night like this” en una noche como esa, inolvidable. (Rodrigo Salinas desde la tribuna lateral)