De espaldas al público y echando humo, sin prestar atención a un estadio lleno que lo ha esperado por años. Así es como se presenta Tricky, demostrando desde un principio quién tiene el control de este montaje. Tan estudiada como provocativa, Francesca Belmonte parece mendigarle espacio al micrófono con sordidez, con la voz precisa para el breve espacio que resta antes de aparecer el negro de rostro feo, displicente y arrogante.

Recién empezado el concierto, el artista parece estar ilimitadamente más preocupado del incómodo encierro en su polera que de la religiosa exactitud con que su banda recrea sus composiciones. Pues, hemos de reconocer que, si hay algo trascendente en la carrera del bristoliano es su capacidad para crear desde el formato forzado, armando a contrapelo nuevos códigos, lenguajes que lograron integrarse significativamente al repertorio de una década. Bien sabido es que el oficio de Tricky es recortar, reorganizar y dirigir; producir una serie de sucesos que, tangencialmente, son de naturaleza musical.

A este respecto, el trabajo de excelencia desplegado por los músicos corrobora el talento compositivo de Adrian Taws (el nombre real de Tricky), en representaciones perfectas de cada uno de su discos. Lamentablemente, lo del Caupolicán la noche del sábado dista mucho de un espectáculo musical, pues por más que se esfuerce y se frustre en el intento, Tricky no es nadie en el escenario. Como siempre y como en sus discos, se rodea de talento ajeno para fabricar un show de excelencia, que está bajo su absoluto mando y dirección, y en el que puede contar con la obediencia irrestricta de sus obreros. A la orden de un dedo hacia arriba o unas palmas hacia abajo, el bristoliano ordena a sus trabajadores qué y cómo hacer, cómo darle protagonismo a sus bravuconadas, a las conductas efectistas e incursiones vocales (tan antojadizas como torpes) que mascullaba el performer.

Siendo así las cosas, ¿reviste algún sentido detenerse en el setlist, los covers y el impecable trabajo de sus músicos si, finalmente, Tricky sólo promulga su protagonismo megalómano?. Este tongo cuenta con el desempeño musical de excelencia de su banda, como una simple cortina de fondo, mientras Tricky baja a la cancha para permitir que los fans alcancen su divinidad, una farsa en la que los músicos deben hacer su trabajo apretados por el público que el performer invita al escenario: doscientas o trescientas personas que suben a la altura donde Tricky invita benevolentemente a sus súbditos para promover el culto a su infinita grandeza. La vulgar demostración de poder culmina al final del concierto, en un acto injustificadamente largo en que el artista cae de rodillas al suelo, al centro del escenario, esperando con suma naturalidad que las lagrimas forzadas caigan por sus mejillas. Efectivamente, al metro de distancia que quien firma este comentario estaba de él, vi cómo sus lagrimas de Mentolatum caían gordas por sus mejillas. Farsante.

A falta de carisma y encanto (como cuando Bill Callahan apenas abrió la boca en el Normandie o, más cerca aun, como apenas salió a escena Francesca, la cantante de apoyo de este tour), Tricky arma un espectáculo de títeres , que en el nombre de la provocación y la actitud logra salir a flote airoso, lo mismo que el Sticky and Swet Tour de Madonna, sin ir mas lejos. Y justo ése es el mayor talento del bristoliano: la provocación.

Tricky fuerza nuevamente el formato de en vivo entregando un espectáculo a medias rockero, con la impertinencia insolente del punk y el gangeo ostentoso (y vacio) del rap de los billboard, punked gansta attitude, que lo mantiene una hora y media sobre le escenario, mostrando la cara y el torso flacuchento muchas veces gratuitamente, sin cantar una silaba, caminando mongólico y negligente, pavoneándose, estando presente en escena por el simple hecho de que la música enferma –y muchas veces perfecta- que estábamos escuchando había salido de su cabeza. Eso era para lo cual había venido: para que tributáramos en su presencia su grandeza, como también lo atestiguan las escasas líricas que lanzó al micrófono, en su gran mayoría con morfemas del tipo “me” , “mine” “I” y “Superstar”. Tras una noche de producción impecable, tras el llanto, el gran farsante se viste y se va.