Rafael Ferreiro relata con detalles la conversión de David Bowie desde la cornisa del one hit wonder a ser una estrella universal. El relato completo se publica en Jot Down Magazine, quienes nos han permitido publicar un extracto. De paso, les contamos que Jot Down es una de las publicaciones culturales en castellano favoritas de esta redacción.

Como cualquier ser viviente, Ziggy Stardust no nació plenamente formado. Fue concebido en el melting pot de las experiencias absorbidas ávidamente por Bowie: el nombre es una referencia a Iggy Pop y a The Legendary Stardust Cowboy. Su historia de auge y caída es la del rocker de tercera división Vince Taylor —que se creía un enviado de los extraterrestres y que fue repudiado por sus propios fans—. Su estética bebe de la troupe de Warhol —en cuya Factory le había conocido personalmente— y del diseñador japonés, favorito de Angie, Kansai Yamamoto. Incluso el título del disco, recuerda sospechosamente a un antiguo proyecto de los Rats de Ronson: The Rise And The Fall Of Bernie Clippestone.

El embarazo no estuvo exento de riesgos. Ronson y los Spiders a punto estuvieron de provocar un aborto cuando Bowie les presentó la estética que lucirían: atuendos inspirados en los drugos de La naranja mecánica (A clockwork orange, Stanley Kubrick, 1971), coquilla Tudor incluida, pero con colores llamativos, para rebajar la violencia de la imagen. Ronno fue el que ejerció más resistencia por los equívocos sexuales en que podría derivar su aspecto y por que la ropa se impusiese a la música. “No son ropas de maricones, son futuristas”, le convenció David.

La gestación de Ziggy se prolongó durante el otoño e invierno de 1971 y 1972. Las canciones descartadas de Hunky Dory (1971) encajaron en un disco conceptual que contaría el increíble periplo de Ziggy stardust, un alienígena (“Starman”) que llega a la Tierra para anunciar que sólo quedan cinco años antes del colapso planetario (“Five years”) frente al que quiere concienciar a la humanidad con un mensaje de unidad pansexual y de amor fraterno y libre (“Soul love”, “Lady stardust”).

Consciente del poder de la música, decide usar el rock como vehículo (“Moonage daydream”, “Star”) pero se queda atrapado en el lado hedonista y decadente del éxito (“Ziggy stardust”, “Sufragette city”), que significan su autodestrucción, repudiado por sus propios fans (“Rock n’ Roll suicide”). Y en el último momento, Bowie tomó la decisión más trascendental: él mismo sería Ziggy, como una sublimación del concepto, la encarnación mesiánica de una entidad extraterrestre que usa la forma humana de una estrella del rock. El parto está a punto de producirse.

Es enero de 1972 y los pantalones acampanados dominan las calles. Las melenas caen muy por debajo de los hombros. Las camisas holgadas cuelgan sobre los pantalones. Es la esclavitud de la moda, que bajo la falacia del estilo individual acaba uniformando a los individuos, que asumen felices su pertenencia a la masa, ese ente protector en el que todos compartimos valores, normas, comportamientos y tendencias. En ese universo de gotas idénticas, el excéntrico, el raro, el distinto, se siente perdido y alienado.Todo eso está a punto de cambiar.

Un grupo de jóvenes se agolpan ante el escenario en el que la batería luce por primera vez el nombre de “The Spiders”. Entre ellos, dos jóvenes aún anónimos a los que la experiencia marcará profundamente: Roger Taylor y Farrohk “Freddie” Bulsara, que acaban de formar su banda Queen y cuyo cantante cambiará durante ese año su nombre de ciudadano de Zanzíbar por el más reconocible Freddie Mercury. Habían acudido a la llamada naif de Hunky Dory, pero saldrán abrumados por la fuerza revolucionaria que estallará ante sus ojos. Lo que están a punto de ver es el nacimiento de Ziggy stardust, la extraña criatura que desde esa noche en adelante, se apoderará de David Bowie.

Durante los meses posteriores al nacimiento de Ziggy, su mensaje sólo cala entre los incondicionales que acuden a los conciertos previos a la publicación del disco, que se produce el 6 de junio. Ni siquiera habían tenido mucho éxito los escándalos publicitarios provocados calculadamente por Bowie, que ese mes de marzo confesó que “siempre he sido gay, incluso cuando era Robert Jones” —la homosexualidad se despenalizó en Gran Bretaña en 1967— o cuando se arrodilló y mordió las cuerdas de la guitarra de Ronno, imagen inmortalizada por el fotógrafo Mick Rock y que un avispado DeFries publicó en el NME, previo pago, a página completa con el pie de foto de “La Felación de la Guitarra”.

Pero esa relativa indiferencia cambia cuando el extraterrestre se expone públicamente en televisión el 6 de julio de 1972. Los adolescentes británicos cumplen con el ritual de sentarse ante el televisor para ver Top Of The Pops, un programa musical cuya mayor transgresión hasta hoy fue un Marc Bolan con purpurina en la cara. Una mano rasga una guitarra azul de doce cuerdas mientras el plano se abre y muestra a un extravagante ser de rostro enjuto y pálido y con un marcado maquillaje que resalta los ángulos imposibles de su cara, en la que destacan sus ojos de distinto color. Su oposición absoluta a la moda imperante —mono ajustadísimo multicolor, botas planas de lucha libre de color rojo intenso— la culmina un peinado de pelo de punta con un tono rojizo y que cuelga ligeramente por la nuca.

Le acompañan un guitarrista de liso pelo rubio y pequeños ojos pintados de negro; un bajista de imposibles patillas; y un batería aniñado y asexual. Todos ataviados con sus respectivos monos de plástico pegados a la piel. El aspecto del singular grupo apenas despierta unos comentarios despectivos por parte de los progenitores, mientras sus hijos no pueden despegar los ojos de la pantalla.

Y de repente sucede la hecatombe: con el inicio del estribillo, el andrógino cantante pasa inocentemente (o no) un brazo sobre los hombros de su guitarrista, acercan sus caras y cantan juntos en una actitud moralmente muy reprobable. La respetable sociedad adulta británica se estremece, los valores tradicionales se tambalean, la rectitud flaquea: Ziggy ya está aquí, es una amenaza para nuestras hijas y ¡horror! también para nuestros hijos. Jamás volveremos a tener tranquilidad.”