Hay una escena en la novela gráfica Gay gigante, de Gabriel Ebensperger (Editorial Catalonia, 2015), donde el pequeño protagonista va en el asiento trasero del auto de sus papás y, con las pupilas enormes, experimenta una epifanía musical. En adelante, las viñetas lo siguen y lo muestran bailando, los brazos en alto cantando Rafaella Carrá. Y esa banda sonora, como un fantasma, recorre toda la biografía y educación sentimental del protagonista. Porque esas canciones terminan convirtiéndose en andamios de nuestro cerebro, donde se anclan recuerdos y melodías.

Erasure fue mi segunda banda favorita. Un imán brillante, con esos beats que se escuchaban opacos en las radios de baja fidelidad de fines de los ochenta, principios de los noventa. Una urgencia al baile que me dejaba pasmada y que compensaba cantando con voz de tarro los falsetes de Andy Bell. Una felicidad inmensa al hacer rewind y sentir esos ritmos en aumento de los teclados. Erasure nos hizo más libres de alguna manera, niños tocados por el halo queer de un synthpop de primera.

Partamos por el pedigrí del dúo inglés. Erasure es la cuarta banda del productor, compositor y maestro de los sintetizadores Vince Clarke, que después de trabajar en el primer disco de Depeche Mode, Speak & spell (1981), formó dos proyectos, Yazoo y The Assembly, que a pesar de algunos hits no cuajaron del todo. Tras esas experiencias, un buen día de de 1985 a Clarke se le ocurrió poner un anuncio en el diario buscando un cantante, al que respondió un pueblerino que se había mudado a Londres para ser parte de la escena gay que se gestaba en el club Heaven (y que de día vendía zapatos). Andy Bell era un fan de Vince, hiperventilado de estar grabando en el estudio junto a uno de sus ídolos, pero logró que el seriote de los teclados se vistiera de vaquero en los tiempos de su primer disco, Wonderland (Mute, 1986), cuando no los pescaba nadie y se paseaban de discoteca en discoteca incubando las boas de plumas que vendrían después.

No fue hasta que se publicó “Sometimes”, sencillo de su segundo disco, The circus (Mute, 1987), que lograron encumbrares en la lista de hits. Y no pararon hasta mediados de los noventa, convertidos en uno de los referentes más identificables del synthpop europeo, junto con Pet Shop Boys. Y no solo eso: Andy Bell fue de los primeros músicos que se declaró abiertamente gay, mucho antes que George Michael, en pleno estallido del SIDA, cuando surgían agrupaciones en defensa de los derechos de los homosexuales —como Act Up en EEUU—, organizadas en torno a la amenaza de una enfermedad que las autoridades insistían en pasar por alto. Como dijo en la revista The Quietus Daniel Miller, del sello Mute (casa de Erasure y Depeche Mode), “se vuelve político… Andy estaba haciendo lo que quería, y su declaración era que quería ser él mismo. Por supuesto que las temáticas gays en esa época eran muy distintas que las de ahora, especialmente con el SIDA. El hecho de que representaras a un personaje abiertamente gay sobre el escenario era una declaración tremendamente política, aunque no fuera tu intención”.

Es en ese contexto que en 1988 aparece “A little respect”, incluido en el tercer disco de la banda, The Innocents, y con el dúo ya gozando de su fama europea, gringa y, extrañamente, sudamericana. La canción abre con esos teclados insoportablemente pegajosos, que llaman a tocar un piano en el aire, y suma de a poco y de manera metódica la batería, capas de sintetizadores y la voz estupenda de Bell. Es de una época donde los coros no aparecían a los veinte segundos, y uno siente un crescendo enorme, una palpitación como arritmia irrefrenable, perfectamente controlada por Vince.

“He tratado de descubrir algo para endulzarme/ por favor, bebé, evita romperme el corazón”. Sabemos que Andy, escritor de las letras de casi todos los éxitos de Erasure, no ha logrado conquistar a ese otro esquivo, ese que lo hace trabajar tan duro, con malos tratos incluso, como el mazazo que le propina Vince en el video. “Estoy tan enamorado de ti/ voy a estar por siempre triste”, declara, y nosotros estamos ahí, con él. Compartimos la impotencia de que no le den ni una razón, que no tenga seguridad de que “si me debilito, ¿me abrirías los brazos?”, porque ese otro insiste en ignorarlo. Pero aún, lo rechaza.

“Debiéramos hacer el amor, no la guerra/ Y dejar en paz nuestros corazones”, dice Bell como un profeta eléctrico, y sentimos rabia con él cuando se pregunta “¿qué religión o razón podría hacer que un hombre reniegue de su amante?”. Y ahí vemos con claridad, después de tantas humillaciones y negación de derechos mínimos, que es necesaria una reivindicación de una vez por todas. Y queremos cantar fuerte:

“Alma, te siento llamando/ Por favor, dame un poco de respeto”.

El año pasado nos pareció una conquista cultural que Beyoncé, en los VMAs, apareciera cantando con un gran “feminist” de letras blancas proyectado detrás. Pues sorpresa, Erasure ya lo había hecho en el video de esta canción, con Bell y Vince parados delante de una letras enormes que completan “RESPECT”. Muy rectos, serios, hasta que arrancan con la P y salen del cuadro. Una declaración de principios sin quererla, que parece tener un epílogo natural en la aprobación del matrimonio homosexual en EEUU y el insuficiente AUC en Chile, casi 25 años después.

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