Digamos que debe de haber sido la peor pesadilla de cualquier miembro del Ku Klux Klan (o el sueño húmedo, que con esa gente nunca se sabe), pero la imagen de un negro ejerciendo de hechicero vudú y cantando aquello de “I put a spell on you” en los temerosos Estados Unidos de los ‘50, seguramente interrumpió la placidez de varios sueños. El bueno de Screamin’ Jay Hawkins, que gustaba de salir de ataúdes y ponerse un hueso en la nariz para sus actuaciones, había compuesto sin quererlo un estándar en todo el sentido de la palabra. Una de esas grandes canciones (tres frases y poco más que eso) que permiten relecturas de lo más variadas: de las country rock blanquitas-blancas tipo Creedence Clearwater Revival (probablemente la versión más famosa) a las desaforadas e inquietantes como la de Diamanda Galas. E incluso, las suavemente perversas, como la  proveniente de nuestro gentleman preferido. En un bar de luz tenue, con los sentidos ya embotados y con las pasiones a medio controlar, susurraba hace una década y poco más aquello de “you better stop the things you do”. Como si eso fuese posible.

La imaginería que destilan video y canción de “I put a spell on you” en la voz de Bryan Ferry en su disco Taxi (Virgin, 1993), bien sirve para explicar la vida y obra de este hijo de un granjero y primigenio estudiante de arte. Con material importante compuesto por su persona, pero, a la par, con una bien cimentada carrera de crooner elegante, Ferry se ha transformado en las últimas cuatro décadas en el paradigma de lo sofisticado. Que a ello se le coloque el cartel de kitsch o de cool, son categorías del observador que varían en el tiempo, porque el inglés se ha dedicado a mantener su estilo (y chaquetas) de forma casi invariable. Desde que servía con su esmoquin de contraste a las plumas de Brian Eno y los lentes gigantes de Phil Manzanera en Roxy Music, Bryan Ferry sigue su propia senda de glamour y elegancia.

Efectivamente, es Roxy Music el verdadero motivo por el que estemos hablando del señor del tuxedo en esta prestigiosa página, más que por sus contribuciones al fondo sonoro de cócteles desde hace tres décadas (con las fantásticas “Slave to love” o “Don’t stop the dance”, por nombrar sólo dos). Desarrollando la mejor combinación posible de ganchos pop e innovación sonora, la banda creó una serie de discos imbatibles que, paulatinamente fueron acercándose al estilo suave y pulcro de Ferry, según amanecía la década de los ‘80. Reactivados a principios de siglo (sin Brian Eno, quien prefiere guardar las plumas en el armario), Olympia tuvo el engañoso comienzo de ser “el nuevo disco de Roxy Music”, como fue publicitado en 2006, con la altamente mencionada aportación de Eno en las grabaciones. Cuatro años después y transformado en el primer disco con canciones propias desde Frantic (Virgin, 2002), el nuevo álbum de Bryan Ferry tampoco difiere mucho de lo que podríamos haber encontrado en el hipotético regreso de la banda.

Adaptado en algunos tics sonoros al nuevo siglo, pero manteniendo las clásicas portadas femeninas marca de casa (esta vez, Kate Moss emulando un cuadro de Manet)  Olympia es un disco que se alinea plácidamente entre Avalon (Virgin, 1982), Boys and girls (Virgin, 1985) y Mamouna (Virgin, 1994), donde también aparecía la mano del productor Rhett Davies. Repitiendo históricos invitados (Nile Rodgers, David Gilmour, sus compañeros de Roxy Music) y agregando a algunos alumnos agradecidos (Jonny Greenwood, Scissor Sisters, Flea), la sucesión de canciones pueden carecer, quizás, del impacto melódico de anteriores álbumes, pero mantienen un estándar de calidad envidiable para cualquier contemporáneo de Ferry.

Si bien existe cierto deja vu en piezas como “Heartache by numbers” y “BF Bass (ode to Olympia)”, hay ejercicios de estilo realmente destacables, como “Alphaville”, “Me oh my” y  “You can dance” (sin el pulso bailable de la versión previa con DJ Hell). Si a eso sumamos la necesaria dosis de covers (nuevamente logrando un triunfo estilístico con la versión de “Song to the siren” de Tim Buckley), el interesante acercamiento a las pistas de baile en “Shameless” con Groove Armada y una (muy, pero muy) ligera alusión al legado Roxy con “Tender is the night”, el resultado es más que positivo.

Para el que tenga la tentación de preguntarse qué distancia separa a Olympia de cualquier disco realizado por Ferry hace 25 años, la respuesta no es nada de difícil. Si tomamos como datos contextuales la reactivación a principios de 2011 de Roxy Music para celebrar sus 40 años interpretando For your pleasure (Island, 1973) en una gira por Reino Unido y Australia, y la mantención más allá de lo aconsejable de sus ideas políticas (conservadoras), estilísticas (aquellas eternas chaquetas negras) y de género (digamos que feminista, precisamente, no es); podríamos hablar de Bryan Ferry como un clásico. Con TODO lo que ello implica.