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Este bello cuarteto de cuerdas islandesas edita su primera referencia en largo, luego del aplaudido Ep AnimaminA (Worker’s Institut, 2005), cuatro temas de una pulcritud y belleza difíciles de superar. Kurr(Ever,2007) hace un buen intento y de hecho, tras una mirada atenta, no se produce salto alguno entre los arreglos de su predecesor y el recorrido sonoro más extenso de este debut, como si se tratara de una secuela respetuosa con la idiosincrasia del grupo.

Famosas a través de las giras de Sigur Rós para promocionar () el 2002 y Takk en 2006, en las cuales desempeñaron un asombroso acompañamiento, la banda decide independizarse de la placenta que las cobijo durante tanto tiempo y emprender una gira inmediatamente después de terminar el tour con sus compatriotas. El resultado fue tan positivo que les permitió comenzar una carrera en el mercado musical y hacernos llegar estas delicadas piezas sonoras que merecían haber visto la luz hace mucho tiempo. Pero el pasar de los años sin duda ha sido provechoso, sobretodo porque las cuatro han ido perfeccionando la ejecución de los instrumentos de manera que en cada presentación se lucen con un virtuosismo difícil de alcanzar, un rigor que además se conjuga con la delicadeza de las composiciones que van envolviendo y arropando desde el primer segundo.

Etéreas y suaves, las canciones de Amiina a la vez que se pasean entre violines, violas y cellos, van siendo acompañadas de sutiles arreglos electrónicos que permiten generar un ambiente que va más allá de lo que podría ser un concierto de cámara. Las programaciones y sintes le otorgan a Kurr un nivel de lectura más ligado a lo onírico, una suerte de paisaje mágico que de la mano del pop va construyendo toda una experiencia luminosa. Sin siquiera notarlo, Kurr te traslada lentamente desde un pueril juego sonoro hasta densidades tan nostálgicas y oscuras capaces de provocar un nudo en la garganta.

A lo largo de la breve y efervescente historia de la música contemporánea siempre ha sido difícil manejarse con el silencio. Hay quienes lo han logrado a través de susurros y de pequeños arreglos, sin embargo la gran cantidad de elementos que maneja este cuarteto islandés sorprende tanto por su creatividad como por su limpieza en la ejecución. Se abren camino campanitas, copas de cristal, suaves guitarras y otros ruiditos que posibilitan esa atmósfera dulce, inocente y conjurante, que crea una intensa sensación de intimidad. Y es así como será mucho más conveniente oírlas en un refugio personal en la tranquilidad de una tarde rodeado de un paisaje familiar.