Desde que salió “Blind” de Hercules and Love Affair, miles deseaban volver a escuchar la escalofriante voz de Antony Hegarty envuelta en una base bailable. Quién hubiese imaginado que ocurriría en un disco altamente político. Agenda en mano, Hopelessness se enfoca en el padecimiento de los débiles y el deterioro del planeta. Tienta afirmar que es una reformulación de la carrera de la ex Antony and the Johnsons, ahora conocida por su identidad femenina, Anohni, el nombre que usaba en su círculo íntimo antes de revelarse como transgénero, pero en realidad le intrigaba la maldad humana desde su debut homónimo de 2000 (“Hitler in my heart” es la evidencia número uno), y ya en The crying light, nueve años después, era posible advertir su conciencia medioambiental.

Con la producción de Hudson Mohawke y Oneohtrix Point Never, dos maestros del beat digital, Anohni nunca antes resultó tan accesible en cuanto a sonido ni tan explícito en el mensaje. Y aun así se las arregla para desconcertar, valiéndose de fórmulas archisabidas para darles un giro y convertirlas en algo nuevo. Canta “déjame ser la que escojas esta noche”, aunque desde el prisma de una víctima de guerra que desea que un dron la mate como al resto de su familia (“Drone bomb me”); le dice a una figura paternal “sé que me amas porque siempre estás observándome”, pero se refiere al Gran Hermano, al ojo que todo lo vigila (“Watch me”). Trina como pájaro de mal agüero en “4 degrees”, adoptando la postura indolente de los que subestiman el daño al ecosistema, y ni siquiera se preocupa de ser melódica en “Obama”, cuyo único foco es comunicarle al titular que destruyó la esperanza en su gestión. Dada la contingencia, Anohnievoca un tanto al Prince de “1999”, otro artista que reaccionó a la eventual destrucción del mundo con un llamado a mover el cuerpo. Presentando “Siempre es viernes en mi corazón”, una canción protesta disfrazada de himno bailable, Alex Anwandter utilizó una imagen que le viene como anillo al dedo a Hopelessness: lobo en piel de oveja.