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Tras el nombre de Aroah se esconde Irene Tremblay, una chica que utiliza su aterciopelada voz para cantar canciones sobre la vida en clave folk pop.

Tras tener a su haber colaboraciones y un disco en conjunto con Nacho Vegas, en El Día Después, su tercer lp, el hombre clave es Raül Fernández, coautor de la mayor parte de las canciones que conforman el álbum e intérprete de varios instrumentos de la nutrida orquestación. Pero a pesar de la presencia gravitante de Fernández, ésta pasa totalmente desapercibida ya que quien sobresale aquí es Irene, pues es su suave voz la que planea por las canciones, dejando versos sueltos por todas partes, salpicando sus letras de poesía, de cotidianeidad, de absurdo, de amor y desamor.

El sonido de Aroah evoca un tanto al de Ida, quizás también a Chan Marshall, pero gana terrenos de autonomía con ciertos toques naif, con una atmósfera de ensueño y fantasía y con una orquestación que incluye saxo, trompeta, metalófono y piano, entre otros.

Entre las canciones más entrañables del disco se encuentra ‘En los días cuerdos’, donde Irene canta “En los días cuerdos, mi única pena es echarte de menos / mi único error es esta canción / quizás sea más tierno dejarlo incompleto / que total, tu ya sabes lo que siento???. En ella, la simpleza rodea una composición que no necesita demasiados elementos para construir un pasaje cargado de sentimientos, no sentimentalismos.

‘Cifras’ es, en términos líricos, casi un haiku; compacta, brevísima, mientras que en términos sonoros posee una gran variabilidad pasando de una estruendosa trompeta a un delicado metalófono en sólo unos segundos, un ejemplo como otros de la riqueza de sonidos y matices que se pueden encontrar en el disco.

La canción que da nombre al álbum es otro despliegue de nostalgia, de llantos concientes sobre leches derramadas: “El día después del despecho, dejaré de fingir / que sé lo que estoy haciendo / y ya sé que llorar no sirve para nada???.

El Día Después está compuesto por temas coloridos, de vivas melodías, como sacados de un bosque soleado, los cuales comparten el espacio con pasajes llenos de melancolía pero que no por eso se adentran en pesadas oscuridades sonoras. El disco es el retrato de la belleza simple y la sutileza encapsulada. Todo esto en sólo 29 minutos de aterciopelada luminosidad.