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Aparecido en Agosto de 1996.

La culpa es del cine. La necesidad de contar con una banda sonora para toda circunstancia vital es inevitable. O sea, si estoy contento, sirve un poco de música twee tipo Belle and Sebastián o The Magic Numbers para ver el sol primer mundista entre tanto smog subdesarrollado. Si el ánimo es del color del cielo santiaguino, mi opción puede ser Tindersticks o, derechamente, el desconsuelo de Mark Kozelek en alguna de sus varias encarnaciones. Con una carretera por delante ¿Wilco, quizás? O para toda circunstancia, la música de un señor al que se le ocurrió esta idea mucho antes. El dueño del score en busca de una película: Barry Adamson.

Para que la historia tenga algún sentido podemos decir que, al revés, había otro señor que tenía una película, pero le faltaba el score. Un caballero dado a las cintas impenetrables llamado David Lynch, que preparaba una, por decir lo menos, extraña llamada “Lost Highway??? y que encontró en el disco de Adamson la inspiración musical que le faltaba. E instruyó a su propio Nino Rota llamado Angelo Badalamenti a abandonar los pasajes espectrales e incluir la mezcla entre jazz y dub de las bandas sonoras de fantasía del ex bajista de Magazine y de los Bad Seeds de Nick Cave. Una suerte de genio multiinstrumentista con las suficientes películas de gangsters en su cabeza como para llevar un par de bandas sonoras imaginarias (y alguna real por ahí) a su haber.

Recapitulemos. Antes de que Bill Pullman dejara su eterno rol de papanatas (sea éste presidente, papá, beisbolista, etc, etc, etc) para ser un saxofonista asesino al son de ‘Something wicked this way comes’; Barry Adamson había hecho la escuela post-punk necesaria para dotar de experimentación artística a sus conocimientos musicales. Primero en los inefables Magazine, banda de culto si es que las hay, y luego en una de las primeras formaciones de los Bad Seeds de Nick Cave; Adamson preparó el camino para generar su primer soundtrack sin película llamado Moss Side Of The Story (Mute, 1989) homenaje a su barrio de nacimiento y acta fundacional de su estilo. La combinación de avant-garde con jazz y algunas cuotas de soul, se puliría en las siguientes entregas (quizás con menos naturalidad y un poco más de impostura) hasta llegar al reconocimiento masivo de la mano de Lynch y su oda a las culpas inconscientes.

Y de Trent Reznor, productor de la banda sonora de “Lost Highway???, que entre tanto desvarío industrial (Rammstein gruñen por ahí, Marylin Manson muestra su escaso talento esta vez en la pantalla) le solicitó algunos temas de Oedipus Schmoedipus a Adamson y le conminó a adaptar otros. Sería la vertiente más lounge del trabajo la que saldría en pantalla, obviando los arranques derechamente jazzeros (‘Miles’), propios de la música concreta (‘Dirty Harry’, ‘It’s business as usual’) o pop-funkeros (‘Set the controls for the heart of the pelvis’, con la voz de Jarvis Cocker) que completan este “viaje psicoanalítico-sexual acerca de las relaciones madre-hijo???, como gustaba decir sobre el disco su autor. Si es así, mejor ni pensar en qué significan el arranque baladístico de ‘State of contraction’ o la sedosa colaboración con Nick Cave en ‘The sweetest embrace’.

La búsqueda fue, en el principio de este comentario, de la música perfecta para la ocasión. Podríamos decir que, matizando (¿se puede?) el contenido pulsional inconsciente de Adamson, Oedipus Schmoedipus sirve para un abanico de situaciones en las que el sexo desencadene la euforia (‘Set the controls for the heart of the pelvis’), el misterio (‘the vibes ain’t nothing but the vibes’, ‘the big bamboozle’) o simplemente tome las formas del voyerismo (las máquinas contestadoras de ‘It’s business as usual’). Como si Isaac Hayes hubiese nacido en Manchester y recibido una buena dosis de actitud post punk, Barry Adamson con su disco de 1996 crea una película de sexo y violencia alojada en los niveles más profundos de la mente del oyente. ¿A disfrutarlo, entonces?

*Todas las semanas revisamos un clásico contemporáneo. Algo para hacer memoria reciente.