Antes de formar Everything but the Girl junto a su pareja Tracey Thorn, Ben Watt se proyectaba como cantautor folk a comienzos de los ochenta en Inglaterra. Ni siquiera tenía 20 años cuando ya contaba con la bendición del consejo de ancianos: Kevin Coyne produjo su single debut y Robert Wyatt fue el cómplice de su primer EP. Tras firmar un disco que amerita culto, North marine drive (1983), pasó un largo período dedicado a otros proyectos, entre ellos Buzzin’ Fly, el sello de house al que le puso el nombre de un tema de Tim Buckley. Recién el 2014 volvió al formato solista con Hendra, otra vez sintonizando frecuencias melancólicas e introspectivas, con David Gilmour como invitado y Bernard Butler en calidad de músico estable.

Ahora Watt está en la zona y no tardó en sacar otro disco. Fever dream es una reacción al impulso de Hendra, su secuela lógica y emotiva, un manojo de canciones surgidas poco después, más o menos con la misma vibración. Hablamos de un repertorio en el que convive el influjo de todas las leyendas con las que ha colaborado. Cruza folk, blues, jazz y rock clásico, aunque en realidad John Martyn, acaso uno de los secretos mejor guardados de los setenta, es el referente óptimo para establecer un paralelo ilustrativo. Watt nunca esconde su admiración: hay ecos del imprescindible Solid air (1973) al comienzo de “Running with the front runners”; además las percusiones de Martin Ditcham —que tocó en Spirit of eden de Talk Talk, por cierto— en la canción homónima, “Faces of my friends” y “Between two fires” parecen inspiradas en las de “Head and heart”.

Sería fácil caracterizar a Fever dream como un retorno a las raíces, pero es mucho más que un cliché. Se trata de Watt yendo en contra de las expectativas nostálgicas que, aparte de perseguirlo, amenazan con tornarlo igual de conservador que esos colegas suyos que pasan la vida tratando de recrear el pasado. Su contraoferta es tentadora: un cancionero espléndido, crepuscular, tan reflexivo que pasa por triste. Si hubiese que enumerar sus aciertos, figuraría la insistencia en la guitarra de Bernard Butler —el ex Suede brilla desde la crecida de “Gradually” en adelante— y la elección de Marissa Nadler como voz compañera en “New year of grace”. En lo más alto de la tabla estarían canciones como la decidida “Women’s company”, con un coro hecho de urgencia y testosterona, o la sobrecogedora “Winter’s Eve”, en la que canta “Todavía hay tantas cosas que quiero hacer”. Es un reflejo de su ánimo actual: pese a que mira atrás con añoranza en “Bricks and woods”, describiendo la casa de su infancia, termina reconociendo que “es mejor avanzar, porque el pasado se ha ido”. Se nota que lo último que Watt quiere es tocar “Missing” con Everything but the Girl de nuevo.