Woody Guthrie (1912-1967) fue el compositor americano más importante de su generación. Los múltiples brotes que su música y sobre todo su lírica dejaron, pueden apreciarse en la infinidad de bandas y solistas que lo han convertido en bandera: Bob Dylan, Pete Seeger, The Band, The Birds, Johnny Cash, Bruce Springsteen y hasta The Clash, no serían ni hubieran sido lo mismo sin la influencia de Guthrie y su máquina mata fascistas.

Sus grabaciones son el testimonio de la América de mediados del siglo XX y sus letras, un campo de fertilidad infinita donde muchos han encontrado y seguirán encontrando inspiración.

Guthrie, tuvo una carrera tremendamente intensa y prolífica durante toda la primera mitad del siglo que lo vio nacer, aparte de componer y cantar, fue locutor, dibujante y columnista en diarios rojos. En 1952 fue diagnosticado con la enfermedad de Huntington y pasó de forma errática los últimos años de su vida en diferentes hospitales, hasta su muerte el tercer día de Octubre de 1967 en Queens, NY. Nunca dejó de escribir.

En la primavera de 1995, Nora, una de sus hijas, invitó al compositor y cantante Billy Bragg a hurgar entre las letras que su padre había dejado huérfanas antes de morir. Ella quería que Bragg escribiera la música para algunas de ellas. Después de todo, es uno de los pocos cantautores que siempre ha defendido su lugar en el mundo a punta de guitarra acústica y versos que denuncian la injusticia y la desigualdad de nuestra sociedad, capaz de pasar de la canción protesta a la canción de amor con la facilidad de un chasquido y que, además, está en sintonía con el trabajo, el discurso y el espíritu de Guthrie.

Con las letras seleccionadas, el británico reclutó a Wilco como banda de apoyo (por entonces aún bajo la sombra de Uncle Tupelo, pero con dos magníficos discos bajo el brazo), y más que un simple sostén para Bragg, el aporte de los de Chicago iluminó el lado más íntimo y reflexivo de una obra perfecta. Mermaid Avenue (1998) es un festín de folk urbano y psicodelia rural que bien podría estar entre lo mejor que ha grabado cada uno de los artistas involucrados (Natalie Merchant y Corey Harris incluidos).

A mediados de 2000, se editó un segundo volumen que poco o nada tenía que envidiar a su predecesor salvo el factor sorpresa. Las canciones de Mermaid Avenue II son mucho más que la resaca de la primera parte y nos devuelven dos años después la misma sensación del original.

Esta postura confirma la fertilidad compositiva de Guthrie, además de su atemporalidad. Caminando en aceras opuestas, pero con un destino común, Bragg y Wilco continúan dando vida a un cancionero inabarcable, fruto de los sueños, los triunfos y las derrotas del hombre común.

Mermaid Avenue, bautizados así en honor al lugar donde Woody, su esposa Marjorie y sus hijos vivieron después de la segunda guerra, son mucho más que un homenaje o un tributo. Ambos discos son de principio a fin una maravilla. La selección de las letras y la música escrita para estas es abrumadora. Aquí está el Guthrie que pedía un mundo mejor, pero también está el caballero enamorado de la vida y las mujeres, el padre, el esposo y el amante.

Honestidad extrema que Bragg y Wilco saben arropar de la mejor forma según la ocasión. Folk-rock sin límites, desnudez acústica, apuntes de blues y libertad pop, para un disco que se sumerge en la tradición americana con una facilidad abismante y que recorre el esqueleto de la América de 1950 regurgitándolo en dosis de rock contemporáneo y sin tiempo.

Canciones como “Way over yonder in a minor key”, “Ingrid Bergman”, “At my window sad and lonely”, “One by one”, “Airline to heaven”, “Blood of the lamb” o “All you fascist” son ejemplos perfectos de lo anteriormente expuesto y el testimonio de que estas sesiones fueron producto del amor a Guthrie y a su obra por sobre cualquier afán de lucro.

Finalmente este año Nonesuch ha publicado Mermaid Avenue: The complete sessions, que como su nombre indica, contiene todo el material grabado y, junto a las dos primeras partes, incluye un tercer disco y el (mediocre) documental Man in the sand. Aunque estas 17 canciones restantes no estén siempre a la altura de lo ya publicado, este magnífico boxset se yergue como testimonio final de una comunión artística en estado de gracia.

Todos los invitados lograron mucho más que un homenaje o una revisión. Esta sesión conmemora, celebra e incluye al bardo. Después de todo es su palabra la festejada y Mermaid Avenue (en todas sus encarnaciones) es eso, una gran celebración que pone en evidencia esta cúspide creativa tan fuera de alcance.