No es fácil intentar abordar un disco de Björk. ¿Cómo dar cuenta verbalmente de todos los momentos por los que pasa Homogenic (1997) o de lo sublime en Vespertine (2001)? Inclusive en Medùlla (2004), que trabajaba sobre un concepto más claro al componer en base a voces y ruidos humanos, los alcances de la música de la islandesa sobrepasan toda idea inicial y lo que termina atrapando finalmente a quien la oye no es ese complicado entramado cerebral que define los contractos de su discografía, sino una poderosa fuerza pulsional que sólo ella sabe cómo conseguir. Una concepción de la música inigualable, una voz exquisita llena de matices y una sofisticación a toda prueba definen la identidad de esta artista cuyo sello personal es tan potente que hoy por hoy es una de las pocas compositoras (sino la única) cuya música escapa del recocido estético y del pastiche sonoro.

Volta, según ella, es un retorno al ritmo lúdico y a los juegos de Debut (1993) después de proyectos tan serios y tan orientados a una elegancia que no le permitía divertirse. “Quería algo más emocionante” , declaró en una entrevista a Pitchfork. Por una parte es cierto, pero también Volta es una manera de salir del callejón sin salida que significó Medùlla, pues una vez que (teóricamente) se llega a la ontología del sonido y se construye sobre la esencia del ruido ¿qué más le queda por hacer? Intentar ser menos pretenciosa no es una opción para alguien como Björk, y es que hasta ahora ha sido un icono que da cátedras de todo lo que a reinvención se refiere. Por ello cada nuevo álbum de la escandinava encanta más que el anterior y propone un mundo completamente diferente.

En este caso, y como ya es costumbre, convocó a varias celebridades para tejer nervio por nervio, con paciencia de hormiga, un conjunto de geniecillos contemporáneos que aportan su grano de arena para solidificar el imperio Björk, que, para ser honestos, siempre termina por proyectar su sombra sobre los colaboradores, que quedan bajo la omnipresencia de la llamada “reina de hielo”.

Autoproducido de principio a fin, Volta cuenta además con la colaboración de Timbaland, que promete poner a Björk en los rankings Billboard como lo ha hecho hasta ahora con varias popstars y rostros del R&B como Justin, Nelly furtado, Missy Elliot, Aaliyah, Janet Jackson o Destiny`s Child, mientras que Mark Bell se encarga de estampar el gusto refinado por la electrónica y el sonido de elite. Además Antony Hegarty (Antony And The Johnsons) pone su voz en dos de los temas y asegura una intensidad interpretativa tan estremecedora como en su álbum I’m A Bird Now, además de la presencia de integrantes de Lightning Bolt y Malian Kora y del compositor Sjön que ya había colaborado en los singles de ‘Bachelorette’ y ‘Oceanía’.

Estamos frente a un finísimo trabajo en bajo y en percusiones así como también en la estructuración de todas las voces en juego, siguiendo la astucia de su disco anterior Drawning Restraint 9 (OST, 2005) y del mismo Medùlla. Las sintetizaciones más agresivas pueden llegar a ser incluso bailables, mientras que la orquestación, esta vez casi sin cuerdas, está protagonizada por un vasto conjunto de trompetas e instrumentos de viento que recuerdan aquellas canciones de Selmasongs (OST 2000), de Debut y de Post (1995), cuyo tema ‘I miss you’ encierra varias claves para entender el nuevo álbum. El arpa, constante piedra angular de su discografía y cuya máxima expresión es Vespertine, también tiene una presencia en ‘I see who you are’ y en ‘My juvenile’ (con la voz de Antony acompañándola).

De esta manera, Volta es un disco que posee varios estilos mezclados y revueltos, desde el hip hop a la orquestación, desde el R&B a la ópera, desde la indietrónica hasta el melodrama, sin reposar sobre ninguno en preponderancia sino sobre la idiosincrasia de esta extraña criatura, cuyos gustos siempre avecinan lo que las generaciones pop venideras podrán digerir de manera más fácil. Porque, es cierto, los discos de Björk son difíciles y poco digeribles.

Abre ‘Earth Intruders’, primer single del álbum. Una percusión tribal señala los espacios por los que irá experimentando la Islandesa. Voces hipnóticas que llevan el ritmo apresurado cuasi bailable, conjugadas con las características sintetizaciones de Timbaland, pero puestas al servicio de una expresión más pueril que el uso erótico que hasta ahora habían tenido con Timberlake y Furtado. El video dirigido por Michel Ocelot (Kirikou y la Hechicera) muestra una tribu de nativos que hacen referencia a las tierras del pacífico, visitadas por Björk tras el desastre del sudeste asiático que la inspiró fuertemente. Le sigue ‘Wanderlust’ cuya orquestación de trompetas se ve transgredida poco a poco por una programación fría muy a lo Massive Attack, que con el ritmo de la voz de Björk se pone en tensión crecientemente hasta llegar al coro, que explota en una dramática interpretación de trompetas que desplazan y de los gritos de la escandinava, que ponen la piel de gallina. El contrapunto entre la electrónica y la orquestación es quizás una buena manera de describir la música de ella, y que sumado al drama de su interpretación como en “Jóga” o en “Sodd off”, logra notables niveles de emoción en el receptor.

El primer dúo con el andrógino californiano es ‘The dull flame of desire’, toda una opereta de perfecta armonía entre la voz vibrante y frágil de Antony con la potencia desgarradora de las cuerdas vocales de Björk. Las trompetas le inyectan un aire épico y ensoñador que recuerdan a canciones como ‘New world’ del soundtrack de Dancer In The Dark (Lars Von Trier 2000) o ‘Play dead’ de Debut. Una percusión se va colando tímidamente a lo largo de la extensa dimensión del track, para terminar con un clímax que condensa toda la tensión que las dos divas habían estado generando en la fusión de sus voces y de sus propios ritmos: un deleite. Sigue ‘Innocence’, que retrae al indie y al hip hop, un juego similar al de ‘Allarm call’ o al de ‘Triumph of a heart’, con una programación excelente e ideal para bailarla después de un tema de Diplo.

‘Vertebrae by vertebrae’ y ‘Pneumonia’ también se estructuran sobre los elementos centrales de Volta, música de cámara, percusión análoga/digital y una intensa interpretación como es costumbre, recordando los sublimes estados de Vespertine y de Medùlla. De hecho ‘Pneumonia’ sólo ocupa orquesta y voz, de manera que esa analogía extraña entre trompeta y barco a vapor que intenta pintar Volta, como si se tratara de un paisaje de un puerto en su isla natal, llega a su máxima expresión con el ruido de las olas y gaviotas reconstruyendo la imagen. Pero la diversión vuelve a ‘Hope’ y el tono cálido de las arpas y de las otras cuerdas junto con la conjunción de voces es un reconfortante abrigo para luego arrojarnos a ‘Declare independence’, anunciado como segundo single y cuyo video será dirigido por Michel Gondry. Una canción ruda como si Autechre se hubiera unido con Peaches, o como si ‘Come to daddy’ de Aphex Twin tuviera voces femeninas. El ruido extraño y las sintetizaciones enajenantes recuerdan el tema ‘Pluto’ de Homogenic, así como la voz retrotrae a cualquier cantante de metal industrial con inclinación electrónica. De seguro será un paradigma de ahora en adelante para referirse al aspecto más terrorífico de la electrónica de Björk.

Y finaliza el disco ‘My Juvenile’, retomando el arpa y la atmósfera escurridiza, onírica, exótica y envolvente que tanto gusta a la ex Sugarcubes. Sutil y sencilla, resulta el cierre perfecto para el viaje de Volta, una travesía que al principio puede extrañar pero que después se vuelve necesaria, algo así como las cosas que sólo logras comprender con el paso del tiempo. Pero no sólo es comprender sino prenderse de ellas, enamorarse de cada sonido, de cada canción, de cada estrofa, de cada momento del álbum. Comprender por qué en el liceo eras enfermamente fanático de esta mujer con cara de asiática y con gustos tan estrafalarios o porque cada vez que saca un disco se te aprieta el estómago por la ansiedad de escucharla una vez más y saber con qué sale esta vez.