Si Kurt Cobain volviera de entre los muertos por un rato y se le obsequiara una gran pila de discos post 1994 seleccionados al azar (para escuchar solo en una habitación, como era su gusto), probablemente llegaría a dos conclusiones: o bien esta selección no es azarosa, o “desde que me fui, poco nuevo ha salido bajo el sol”. Y nosotros, desde el futuro, no podríamos hacer otra cosa que asentir.

Blood Red Shoes es una de esas bandas cuya razón de ser se debe en gran medida a la existencia de Nirvana, como tantísimas otras que han ido y venido con más o menos gloria desde que KC dijo no va más. Una banda que cae estrictamente bajo la definición que el mismísimo Cobain hizo sobre la suya en sus tristemente célebres Diarios: “hard rock con matices punk”.

Este dúo de Brighton, Inglaterra, formado por Laura Mary Carter en guitarra/voz y Steve Ansell en batería/voz se ha dedicado a hacer ruido desde 2004, sus entonces quinceañeros miembros fueron rescatados de las cenizas de otros proyectos fallidos de bandas punk. Curiosamente, quizás por simple miopía crítica (debido a su número de miembros y distribución de género de los mismos), Blood Red Shoes fue instantánea e injustamente comparada con aquella famosa banda boy-girl, quizás habiendo perdido de vista el hecho de que el blues y el punk son tan distintos como el día y la noche.

Su álbum debut de 2008, Box of secrets, fue una ráfaga de hardpop auténtico, fresco y urgente. El infeccioso single “It’s getting boring by the sea”, incluido en la banda sonora de la película indie británica Scott Pilgrim vs. the world, los catapultó al circuito de festivales de verano europeo (Reading, Pinkpop, Lowlands), donde forjaron su merecida fama de gran acto en vivo.

Su segundo álbum, el excelente Fire like this de 2010, no sólo realzó los aciertos del anterior (las pegajosas melodías pop envueltas en power-chords, los logrados contrapuntos vocales, la actitud neo-punk), sino también demostró que la banda, a pesar de sus evidentes limitaciones instrumentales, era capaz de consumar canciones de fuerte poder sónico y emocional, como la inspirada “When we wake”, y la monumental “Colours fade”, indudablemente el peak de sus talentos.

Con In time to voices, Blood Red Shoes parece haber sucumbido a la maldición del tercer álbum. Como hemos comprobado en el pasado, si el disco debut de una banda representa la revelación y el segundo la confirmación de un talento, el tercero o bien es el camino a su consagración definitiva (como lo fueron White blood cells, OK computer y Doolittle) o en un desastre de proporciones (tal como Our love to admire, It’s blitz! y First impressions of earth) capaz de sepultar la carrera musical más promisoria.

In time to voices tiene algunos momentos rescatables, como el primer sencillo “Cold”, en que las voces de Laura Mary y Steve se complementan ferozmente, la power ballad “The silence and the drones” y el tema que titula la placa.

Sin embargo, el grueso del álbum es, sin duda, un gran paso en falso: la ruidosa “Je me perds” desea con fervor ser “Territorial pissings”, fracasando de manera espectacular; “Two dead minutes” son más bien tres y medio y el resto es perfectamente olvidable. Habrá que ver si en su próximo disco (si es que existe) la banda es capaz de superar las limitaciones que impidieron que In time to voices fuera el cumplimiento de la promesa que debió haber sido.