Volvamos a mirar 1993 sin nostalgia. Volvamos a recordar nuestra casi perfecta ignorancia de la existencia de Blur hasta que el grupo de Damon Albarn reventó al año siguiente, 1994, gracias a la irritante “Girls and boys”. Volvamos, entonces, a la curiosidad que despertó el sonido del resto de aquel tercer disco de Blur, Parklife, que revelaba una banda mucho más compleja que la responsable de aquel éxito guarro y veraniego. Y volvamos, entonces, al momento en que Modern life is rubbish sonó por primera vez en algún discman.

No lo sabíamos entonces, pero Blur venían de avergonzarse de su debut, Leisure, que Damon Albarn hoy considera “una basura”, quizá para escarnio de los fans que descubrieron, en el primer mundo, a una banda que traía de vuelta el sonido de las viejas glorias del pop británico. Eso los llevó a rebuscar en sus influencias y a expandir su sonido para Modern life is rubbish, un largo sin singles fáciles, de atmósfera plácida y casi dominical, en el que los sobresaltos son cortes como “Sunday sunday” o la que abre el disco, “For Tomorrow”.

Modern life is rubbish es uno de esos discos que, por recurrir a un lugar común, es fácil definir como “de transición”, que están definidos por un momento en el que el grupo busca, más que un nuevo sonido, una nueva identidad, un nuevo ethos que envuelva las composiciones de la banda en algo intangible que termine dándole forma al grupo, más que a las canciones.

La prensa británica se escandalizó en su momento por algunas fotos promocionales que mostraban a Damon Albarn y los suyos vestidos de manera que recordaba provocativamente a las juventudes del Frente Nacional, y se apresuraron a etiquetar a Blur como unos oportunistas dispuestos a cualquier cosa por vender un par de discos más. La banda retrocedió y eligió medios más conciliadores de promoción.

Claro que casi nada de eso supimos por aquí. En nuestras tierras, sólo descubrimos en Modern life is rubbish el sonido de un grupo que, disco a disco, oídos en el orden que fuese, iba revelando aspectos inesperados de su personalidad, que en un momento podía sonar como algún grupo de fines de los años 60s y que luego avanzaba a punta de guitarra hacia una especie de presente opresivo y energético al mismo tiempo, una transición que, en el disco que nos ocupa, ocurre entre “Miss America” y “Villa Rosie”.

Pero convengamos en que los discos de transición no son los que hacen la historia del grupo, aunque quizá sí sean los que es más interesante volver a escuchar. No es casualidad que cuando Blur editaron su más masiva recopilación de grandes éxitos, creativamente titulada “The best of”, sólo incluyeran “For tomorrow” de este disco. Modern life is rubbish es un disco amable e interesante, pero es poco más que eso. Y claro, eso poco importa con la distancia del tiempo: todavía faltaba un año para “Girls and boys”.