Quemados los pantalones baggy y olvidando ese sentador corte bacinica, Damon Albarn dio el golpe de timón necesario para alejarse de esa merecida posición secundaria (sino inferior) en el panorama inglés. Tomando nota de respetables antecesores como The Kinks, Madness o The Jam, Blur se dieron cuenta que era mejor negocio hablar sobre la esquina de tu casa que intentar conceptualizar el mundo entero.

Se afinó la idea (y las ventas, qué mejor) de su antecesor Modern life is rubbish, pero se mantuvieron un par de constantes: las letras costumbristas y la moral de playlist de adolescente inquieto. En lo primero tenemos esas viñetas inglesas tan bien contadas que las gritaremos japoneses, chilenos y gringos sin sonrojarnos (“Parklife”, “London loves”, “Jubilee”). En lo segundo, un mixtape esquizofrénico, pero repleto de buen gusto (punk-rock, psicodelia, synth-pop, lounge de supermercado, etc).

Lo que siguió fueron cuatro singles exitosos, lindos números y un político aprovechándose de la idiotez rockera. En plena borrachera del brit-pop, un amigo infiltrado de Bush llamado Tony Blair invitaba a los Albarn, Coxon y Gallagher del mundo a sentirse importantes y prestar sus famosas y jóvenes caras para apoyarlo. Años después un compungido Albarn se arrepentía, mientras un relajado Gallagher sólo se reía. Diferencias de carácter que se dice.