Podría ser que la independencia, fuera del manoseo estético en que se concibe hoy, sea simplemente el deseo de hacer lo que se quiere. Sin el afán de doblegar la escuela, el mercado y/o el público: Hacer música (en el caso de bandas o solistas) y escuchar música (en el caso de nosotros, los que oímos y leemos de música).

La banda chilena Bombyx Mori ya lanzó dos discos antes, de la mano de fondos concursables, casi en absoluto silencio. Tal vez a propósito, haciendo caso omiso de eso que llaman “progresivo???, de esa mirada con desdén que adquieren quienes estudian con un maestro por años, observando sobre el hombro, con la nariz levantada. Tal vez había que independizarse de eso también. Si bien los sonidos de Bombyx Mori nacen indesmetiblemente de la academia, se nutren en el camino de la tradición folclórica latinoamericana, del bucolismo cansino de sus baladas, de la sensualidad opaca del “fusión???.

El Desvelo se sostiene en la lentitud y del reposo, se articula en una melodía dulce en su dilución, y en la uniformidad timbrística que lo transfigura en un tejido absorbente de suaves texturas sonoras. Sin sobresaltos, el disco se desenvuelve con ternura en la sugerencia del bajo, acompañado casi vegetalmente en las cuerdas acústicas de la guitarra, recostado imperceptible entre varias capas de programaciones, mecido en momentos por una flauta traversa o un acordeón.

Tal vez si forzada en la métrica sus letras, la melódica vocal se hace entrañable en la nostalgia, rearmada desde el fraseo clásico de la trova, acompañándose hacia el final del largo por el susurro preocupante de Sol Aravena (Muza).

Bombyx Mori ha hecho de su tercer disco un pastoral claroscuro donde predominan los tonos de verde natural y las brisas lentas de paisajes dando en la ventana, con el coraje de ser fresco y llamativo sin apelar al prozac ni a la molotov, quizás en la actitud más independiente de lo que va corrido de año.

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