Brian Eno es un hombre que asociamos de inmediato a sonidos producidos para los extremos de la escala de tiempo: el microsonido que produjo para la apertura de Windows 95, por una parte, los extensos ejercicios de meditación alienante de Ambien 1: Music for airports (1978), por otra. Sin embargo, como demostró temprano en Taking tiger mountain (by strategy) (1974) y más tarde junto a David Bowie en la que quizá sea la mejor concebida seguidilla de discos de la historia del pop, las distancias cortas también le quedan bien a Eno.

Alguna vez, él mismo definió el ambient, y por extensión, su música, como algo que permanece igual y vive de cambios sutiles, como un río o una nube. Al leer la frase, provocadora y simplista al mismo tiempo como cualquier buen eslogan, no se sabe si dudar de las intenciones de Eno al escribirla. Como su música, el eslogan parece establecerse en una relación ambivalente, pendular, a medio camino entre la espontaneidad y el cálculo. Como su música, se mece entre la improvisación entendida como la existencia natural de un sonido, y la composición, como una organización racional de ese sonido en el tiempo.

En su música, tal vez más que en ninguna otra, la discusión se torna relevante por el carácter mínimo de mucha de su producción. Al oído le cuesta distinguir cuánto de lo que suena es una sucesión de accidentes y cuánto es una progresión de cálculos. Y el oído se entretiene en esa cavilación.

Es el lado calculador de Eno el que parece ganar en Small craft on a milk sea, un disco que, cosa curiosa en estos tiempos de irrelevancia de los sellos discográficos, parece hecho a la medida de Warp Records. Las composiciones son cortas, precisas, casi viñetas en algunos casos. Distancias cortas. Como para complacer a los seguidores del “sonido Warp” (si es que alguna vez eso significó algo), Eno se da permiso para jugar con percusiones crispadas y ciertos pasajes de melodías maquinales que parecen responder a una concesión estética al sello que dio Autechre, Aphex Twin y Squarepusher al mundo.

El Eno de Small craft… está lejos, en todo caso, de la libertad de formas que se aprecia en otras composiciones, como su manifiesto a favor de la Música Generativa publicado a mediados de los 90. La concisión es parte de su manera de entender este set de reglas, el del “juego Warp”.

Pero el disco también es una declaración de principios, de cierta manera. Fue editado en tres versiones, cuál de todas más cuidada: una “sencilla”, que incluye el disco en CD, una en vinilo que también trae la versión digital, y una de lujo que viene en una caja con una pequeña colección de serigrafías numeradas y firmadas. Así, Small craft… también es un objeto, al mismo tiempo que una colección de sonidos. Un objeto que adquiere relevancia sólo por el hecho de existir, de estar ahí. Como un río. O una nube.