Inmensidad. Esa es una de las primeras sensaciones que experimentamos al enfrentar el nuevo trabajo de Brian Eno, donde el inglés se adentra una vez más en nuevos territorios, tal como ha hecho desde que inició su carrera solista en 1973. En sus propias palabras, la idea era hacer un disco “que no dependiera de las bases normales de la estructura rítmica y las progresiones de acordes, pero que permitiera la existencia de voces en su propio espacio y tiempo, al igual que los eventos en un paisaje”.

Bajo esa premisa, e inspirado por eventos como el hundimiento del Titanic, ciertas instalaciones artísticas y las canciones populares de la Primera Guerra Mundial, Eno balancea su lado más ambiental junto a su querencia por las estructuras pop, que cierran el disco con una inesperada versión de “I’m set free”, original de The Velvet Underground.

Antes, los paisajes electrónicos ocupan la mayor parte del minutaje, entre el extenso tema titular y las dos primeras partes de “Fickle sun”, adornadas por letras creadas a través de algoritmos que, más que producir textos sin sentido, crean historias abstractas donde es posible encontrar varios matices, ya sea en los versos cantados por Eno en “The ship” o “Fickle sun (I)”, así como en el misterioso recitado del comediante británico Peter Serafinowicz en “Fickle sun (II) – The hour Is thin”.

En tiempos en que la inmediatez invade prácticamente cada aspecto de la vida, se agradece que se sigan haciendo discos como este, que deben disfrutarse sin prisas, dejando que sus sonidos nos envuelvan y nos entreguen nuevos detalles con cada escucha. Poder vivir dentro de este disco sería una gran terapia.