Conor Oberst tiene una de ESAS voces. Maravillosas, expresivas, dotadas, pero que deben ser administradas en cantidades razonables para no buscar el pescuezo del responsable y terminar con el ejercicio de virtuosismo. Pienso en Bjork, Robert Wyatt, Jeff Buckley, todos ellos con diferentes estilos, pero hermanados en la posesión de gargantas privilegiadas. Bright Eyes (Oberst y ocasionales colaboradores de la talla de Neutral Milk Hotel, My Morning Jacket o M Ward) posee el ambivalente plus de la voz, pero en las últimas ocasiones el acompañamiento ha tratado de estar a la par, lo que se agradece.

En discos como A collection of songs: recorded 1995-1997 (Saddle Creek, 2000) o Letting off the happiness (Saddle Creek, 1998), Bright Eyes había optado por supeditar las bases en favor de su llamativo canto y sus altamente melancólicas letras. El resultado funcionaba bien en temas con un entramado más complejo como ‘No lies, just love’ o la fantástica ‘Sunrise, sunset’, pero caía en la parodia Radiohead en canciones como ‘A perfect sonnet’ o ‘It’s cool we can still be friends’. Una mayor intención en el fondo musical ya fue desarrollada en Lifted or the story is in the soil, keep your ear to the ground (Saddle Creek, 2002), pero las expectativas eran aun mayores luego de su reconocimiento político-público en la última gira Vote for Change, que lo juntó con gente bien intencionada, pero poco efectiva (considerando quien permanece en la Casa Blanca por otro período), como R.E.M o Bruce Springsteen.

Si consideramos los ¡4! EPs de 2004 como un primer tanteo, se puede decir que Bright Eyes da el golpe final con dos discos de acercamientos diferentes, pero con una calidad homogénea. Aunque algo excesivos en el minutaje final y con ciertas vacilaciones en su transcurso, las dos placas lanzadas a la par en enero de este año se presentan bastante bien.

I’m wide awake, it’s morning es el álbum de inspiración folk, que reduce la instrumentación a lo básico y comparte sensibilidades con gente como Songs: Ohia o (Smog). En este caso, son las plácidas interpretaciones de ‘Old soul song’ o ‘Landlocked blues’ (ambas con Emmylou Harris al micrófono), junto con la contenida energía de temas como ‘Another traveling song’, los elementos que más resaltan. A la base están las cristalinas cuerdas, la omnipresente steel-guitar y un agradable ritmo cansino que le ha traído un reconocimiento mediático importante. Este sería el disco A, de cierta manera.

Digital ash in a digital urn, al lado de su par, es el capricho personal (¿Disco B?). Ampliando el registro desde lo emo hasta ciertas cadencias latinas (interesante el uso de la percusión en ‘Arc of time’), Bright Eyes logra, entre tanto intento, anotarse varios puntos: hay buen pop de guitarras en ‘Ship in a bottle’, algo así como unos Keane en ácido en ‘Gold mine guited’ e incluso cierto experimento indietronico en ‘Take it easy, love nothing’, que no desentonaría en un disco de The Notwist.

Escuchando esta última canción es fácil pensar en un posible lado B de un single de The Postal Service (Jimmy Tamborello, del mencionado grupo, participa en el disco). También se puede elucubrar que con este álbum se aleja cada vez más la posibilidad de que Conor Oberst muera en manos de un melómano de oídos sensibles. Parece que la ecuación hoy es: contención=calidad. Sólo falta aplicar lo mismo a su criterio de publicación y generar solo un buen disco en vez de dos con ciertas irregularidades. Por mientras, esto es lo más parecido a un compilado de (buenos) MP3s que se puede encontrar al azar por ahí.