Hacía muchos años que no estaba tan convencido de cuál sería mi disco favorito del año. El 2016 estuvo lleno de publicitados experimentos estéticos en el mainstream: Kanye West publicando seis versiones diferentes de The Life of Pablo dependiendo de su actual estado de ánimo, Beyonce estirando todavía más lo que ya había hecho en 2013, esta vez incluyendo una mini película distribuida por HBO. O el ejemplo de Frank Ocean, editando un disco -en realidad, dos- donde el oyente se enfrenta al desafío de sumergirse en una incomprensible melcocha de autosuficiencia para rescatar algún par de canciones.

Car Seat Headrest, por su parte, vienen a rescatar viejas fórmulas, justamente esas que cada cuánto se dan por muertas. Si bien Teens of Denial es el segundo disco que les edita Matador, la banda ha editado profusamente en formato digital a través de Bandcamp. Como suele pasar, una parte de la crítica musical se ha detenido en las cosas obvias: la juventud de sus integrantes, las renovadas referencias noventeras. Pero curiosamente, nada de eso es lo verdaderamente importante.

Pavement, Weezer y quizás algo de The Strokes son parte de la fórmula de Teens of Denial, que no tiene dobles lecturas ni abusa del oyente con juegos grandilocuentes que esperando ser descifrados con elementos que se venden por separado. El disco contiene más de una hora de música y 12 canciones que avanzan, mutan y se transforman en otras diferentes, repletas de ideas que se van desgranando violentamente al principio, de a poco hacia el final. Lo que conecta a Teens of Denial con sus colegas de los noventa no es solamente el sonido, sino que está construido con mucha atención a las canciones como su centro gravitacional. Todo gira en torno al riff que gatilla, al estribillo pegajoso, a las cuatro notas que van a quedar en la cabeza.

Y las letras. Muchos han tratado de conectar a la banda, y en particular a Will Toledo -el letrista y voz principal-, con una suerte de voz adolescente. Las canciones hablan de historias de cambio, de relaciones complicadas que se transforman con el tiempo, de la de nuestros padres, con las drogas, con la resaca, con los amigos con los que construimos nuestro universo juvenil. El disco de Car Seat Headrest se queda con nosotros porque despeja a patadas la pretensión del mainstream cosecha 2016, porque refresca fórmulas rockeras probadas por décadas, y porque ofrece ideas diferentes. Ya lo decían otras viejas glorias, los sueños adolescentes son tan difíciles de vencer.