Advertencia: la siguiente reseña omitirá de forma rigurosa cualquier mención relacionada con los siguientes tópicos: la salud mental, aspecto físico y comportamiento social de Chan Marshall; elementos anecdóticos y/o extra musicales como divorcios, colapsos o ausencia de calzones; las frases “desorden bipolar”, “refugio en el alcohol” y “sus demonios.” Para tales aspectos, favor dirigirse a cualquier otra nota sobre la artista en cuestión. Atentamente, C.O.

Todos quienes disfrutamos de esto de escuchar discos con atención extrema y celo enfermizo, compartimos, en secreto, un terror común: el terror de ser testigos de una transformación fundamental en aquel artista que es objeto de nuestra admiración. Aún siendo conscientes de la necesidad de cambio, la evolución y demás conceptos altruistas, puestos a escoger, elegimos sin duda la tibieza del status quo.

Reconocernos como fans significa asumirnos, al menos en principio, como agentes contra el cambio, reaccionarios del arte. Esperamos (¿exigimos?) que el artista “mantenga su integridad” y “no se traicione a sí mismo”, artísticamente hablando. Y todo esto lo hacemos, claro está, con relajo pasmoso. Ah, la vida del crítico de rock.

El nuevo disco de Cat Power se recibe, en este sentido, como una bofetada no del todo inesperada. El arte de tapa, que incluye un retrato de Chan Marshall con el gesto perdido de quien se ha recién enterado que vive enchufado a la Matrix, bien podría haber sido reemplazada por un enorme botón etiquetado RESET. El subtexto del álbum es claro e inequívoco: olvide todo lo que sabe de mí; aquí partimos de cero. Reset.

Y es que Sun, el séptimo disco de canciones originales de Cat Power, no marca simplemente un cambio de rumbo en su carrera; es lisa y llanamente un nuevo punto de partida. Aunque los códigos musicales son claramente reconocibles, es el ánimo, la vibra, la carga emocional transmitida la que hace la experiencia de escuchar Sun un asunto gratamente fresco, edificante y hasta leve (en el sentido positivo que Kundera da a la palabra en aquel famoso libro), todo lo cual, en el caso que nos ocupa, es al menos inesperado.

Habiendo dejado tras de sí a la princesa neo-folkie de What would the community think, la torturada trovadora de Moon pix, la heroína indie de You are free, y la soy-negra-de-alma de The greatest, Chan Marshall decidió encerrarse sola en un estudio (o varios), dejar la guitarra a un lado (o casi), y prender las maquinitas para concebir el álbum más minimalista de su carrera.

La presencia de sintetizadores y drum machines es una constante a lo largo del disco, y lejos de hacerlo distante y mecanizado, la producción (exclusivamente a cargo de Marshall, tal como la ejecución de todos los instrumentos) proporciona un ambiente ideal para esta colección de nuevas canciones. En particular, el impecable uso de layering de distintas pistas de voces, logrando que Marshall armonice consigo misma una y otra vez, es un logro total.

Sun puede entenderse como una obra en tres actos: el primero, con “Cherokee”, “Sun” y el primer sencillo “Ruin”, retoma la veta electro/dance de los momentos más poperos de You are free (2003). Estando habituados a la imagen de triste artista amargada que la prensa le ha otorgado, es lindo imaginar a Chan dichosa de haber parido este par de perfectas joyitas bailables.

La transición al segundo acto viene dada por “3, 6, 9”, tema R&B infeccioso y groovy, que de manera algo perversa nos desvía a un oscuro (aunque conocido) territorio lírico (“toda la noche despierta / con la cabeza tan llena como un basurero / me siento asfixiada, emocionalmente rota / en la alcantarilla, mirando hacia abajo”). Es aquí donde el disco se desploma de manera momentánea; las tres pistas siguientes son un claro ejemplo de como un cóctel de malas ondas, sintetizadores y un aislamiento profundo pueden resultar en cortes competentes pero distantes; canciones que se esconden en vez de florecer, en particular “Real life”, un experimento fallido por donde se mire.

Es el último acto, definido por el tercio final de canciones, el que nos revela una vez más el talento tan descaradamente excepcional de Chan Marshall. Comenzando con la fresca y sencilla brillantez de “Manhattan”; siguiendo con el beat severo y brutal de “Silent machine”, que logra invocar toda la carrera de Depeche Mode para luego destilarla en tan sólo 4 minutos; y culminando con el que no sólo es el corte que define Sun de principio a fin, sino también, si me empujan, hasta puede que la carrera entera de Cat Power.

Una canción tan expansiva como ambiciosa, que parece abarcar todo lo que uno quisiera escuchar en ese preciso instante, “Nothin but time” es presentada como una especie de carta imaginaria de un alma adulta a una joven (“te veo, niño, solo en tu habitación / tu mundo recién comenzando y la vida que parece no tener fin”), sobre un piano pegado que repite y repite el mismo par de acordes durante los once minutos de duración este poema épico.

Somos testigos de cómo Marshall asume su condición de ícono sin drama ni excusas, y asistida por lo que parece ser un ejército de sus gemelas en coro, brinda sus perlas de sabiduría a las nuevas generaciones: “tienes todo el tiempo del mundo / y el tiempo no te toca / y sabes lo que quieres.”

El clímax de “Nothin but time” (y de Sun) llega exactamente a mitad de camino: un grito distante, rabioso e inquietante que vocifera “you wanna live!”; es ni más ni menos que Iggy Pop, ícono de íconos, sobreviviente de sobrevivientes, quien llega al rescate de Marshall como para reforzar el mensaje. Nene: tienes todo el tiempo del mundo —que es lo que a nosotros, sobrevivientes de demasiadas generaciones del circo del rock and roll, nos va faltando. Los roles se han invertido: escuchar la voz operática de Iggy con las armonías angelicales de Marshall (de quien podemos adivinar poseedora de una enorme sonrisa en ese preciso momento), es un regalo del cielo. Un sol, ni más ni menos.

Disponible en Tienda Sonar en formato CD a $12.900 y vinilo $19.900. Tienda Sonar está ubicada en Paseo Las Palmas, local 017, Providencia