Las hermanas Casady vuelven a traer consigo el dulce embrujo que han trabajado desde La Maison de Mon Rêve (Touch & Go, 2004) pero codificado en una señal digerible, menos extraña y mucho más pop. En esta tercera entrega incluso se permiten un hip hop más explícito y un ritmo bastante más elaborado que los primeros acordes caseros que hicieron estremecer a quien las escuchara; una propuesta naïve por excelencia y de gran intensidad que no se ha perdido por mejorar los sistemas de registro y la calidad del sonido. La calidez de sus voces y el colorido mundo de fantasías paganas se ven reforzadas por un manejo más preciso de los tempos y de la producción sonora, que esta vez está a cargo del islandés Valgeir Sigurdsson (Björk, Múm, Sigur Rós).

Asociadas a la New Weird America (Freak Folk) por su amistad con el hippie Devendra Banhart y otros cantautores, las norteamericanas experimentan más allá de los límites estilísticos incursionando tanto en el rap como en la ópera, echando mano a todos los instrumentos que puedan con el fin de conformar esa imagen barroca, pero a la vez sofisticada, que tienen sus canciones. Es así como se asoman arpas, pianos y guitarras a lo largo del disco, conviviendo a la par con los ruidos que adornan cada espacio sonoro: animales de juguete, timbres de bicicletas, cajas musicales y máquinas extrañas que Bianca gusta hacer sonar encontrando ritmos deliciosos y generando ambientes que recuerdan a la música concreta. Sierra, la otra hermana, mantiene su registro de soprano envolviendo al receptor en un mundo de ensoñación que no se detiene al terminar un tema sino que discurre como un flujo constante de colores de arcoiris.

‘Rainbowarriors’ abre el disco y nos dice de inmediato que las escurridizas hermanas no son tan etéreas como parecían, sino que saben llevar un ritmo punzante con la intrepidez que se requiere. Apelando al mundo de la imaginación, sin ser burdas ni caer en clichés, CocoRosie insiste en hacer música desde el mito, construyendo el discurso desde lo mágico religioso hasta las tradiciones de los indios norteamericanos (cuya influencia se explica por el padre de ambas, que realizaba extensos viajes a las reservas indígenas del poniente del país). Es precisamente ese sincretismo cultural el que CocoRosie transforma en su sello de identidad, reinventando las modas postmodernas en un ritual del que todos somos partícipes. Por ello no es de extrañar el rapeo cool en ‘Promise’ o el tono onírico en ‘Sunshine’, pasando desde el lado más hip de Metric hasta las profundidades más oscuras de Joanna Newsom o incluso de la terrorífica Josephine Foster.

CocoRosie tiene la capacidad de llevarnos a la atmósfera de esa pieza de niño, cuando los juguetes salían de noche a hacer de las suyas y las sombras de los árboles creaban horribles ogros en la cortina de la ventana. No sólo logran concentrar el tiempo pasado y presente en uno común, sino que son capaces de plasmar un precioso momento lleno de intimidad.