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Esta década ha sido especial para glorias de la música oscura que ya viven su etapa de adultez. Por ejemplo, el norteamericano Michael Gira está gozando de un nuevo estado de gracia al rodearse de jóvenes talentos; fue el descubridor de Devendra Banhart y Akron/Family y está dejando para la historia el gran legado de sus disueltos Swans, con su actual labor en The Angels of Light y otras interesantes colaboraciones. Lo mismo podríamos decir de Genesis P-Orridge, quien después de reactivar a Psychic TV, este año hace lo mismo con su viejos Throbbing Gristle (lo que se debe en mucho al rescate de su influencia por parte de nuevos exponentes, como Wolf Eyes).

Por su parte, David Tibet, el más digno homólogo británico del mencionado Gira también está experimentando una madurez muy fructífera. A él debemos agradecer haber presentado al mundo al incomparable Antony y sus The Johnsons, después de haber editado su primer disco de estudio en su sello Durtro, etiqueta con la cual ha fichado a los más diversos y extravagantes artistas. Pues bien, Tibet no reflotaba desde hace cinco años su proyecto personal, Current 93, con el que lleva un cuarto de siglo investigando áreas vertiginosas e incómodas de la creación. Lo que ha resultado como su nuevo disco es, en pocas palabras, una obra mayor. Lo más curioso es que lo factura siguiendo los mismos códigos que ha venido utilizando desde la década pasada, es decir, un folk acústico, inspirado en temáticas que indagan en el ocultismo y la religiosidad pagana, pero desde una perspectiva poética que lo separa de muchos exponentes irrelevantes de lo que se ha denominado rock gótico. Dentro de este esquema, la principal virtud de Tibet es su capacidad para conjugar con maestría lo que es la belleza en su acepción más clásica y el feísmo descarnado, como si de dos caras de la misma moneda se tratara.

Black ships ate the sky es un disco conceptual. Aquí se vale de un lenguaje parabólico y onírico que versa sobre el Apocalipsis, pero el inglés no recurre a artimañas de profeta demente o de hechicero mercachifle; Tibet se sitúa con total regocijo en la idea de la aceptación de la culminación de la vida humana, ciclo del que, según él, ya somos partícipes. Como eje central figura el tema ‘Indumæa’, un estándar religioso escrito en 1763 por Charles Wesley (uno de los fundadores de la iglesia Metodista), que es interpretado en diferentes versiones por un selecto grupo de invitados colaboradores y que se repite, alternado con otras composiciones a medida que transcurre el álbum. Es así como intervienen Marc Almond (sublime, con un registro alto e hiriente), Bonnie “Prince??? Billy (que entrega una versión donde su lamento agreste se compatibiliza con un banjo solitario), Antony (una de las mejores voces de nuestros tiempos, a capella y con diferentes doblajes, que se hace presente en dos cortes), Cosey Fanny Tutti (la ex Throbbing Gristle aporta su hipnótica voz en la pieza más larga de este puzzle: ‘Black ships were sinking into Indumæa’) y Shirley Collins (veterana cantante folk de Inglaterra, quien cierra este álbum de manera magistral), entre varios otros. En este contexto, aparece la voz juglaresca de David Tibet, quien, entre la elegancia y el espanto, narra sus visiones oníricas de forma estremecedora.

La musicalidad de este compendio es de prolija sutileza, fundamentalmente gracias al fino trabajo de guitarras acústicas de Ben Chasney y Michael Cashmore, quienes van construyendo el entramado principal, sin echar mano a elementos rítmicos propios del rock; éste es un disco absolutamente despojado de percusiones, lo que se relaciona más con una perspectiva clasicista del folclore europeo. En este tejido sonoro se incorporan arreglos de chelo, harmonios, melódicas y una electrónica casi oculta; en conjunto, generan un ambiente de una tranquilidad inquietante y por momentos aterradora, alternado con ocasionales segmentos drónicos, de acidez feedbackera y arreglos disonantes.

Es posible señalar a Black ships ate the sky como el pináculo en la inventiva de Tibet en su veta folk (no nos olvidemos que sus primeras incursiones como Current 93 durante los ochenta se podían enmarcar dentro de las corrientes del industrial y el noise). Aún así, cualquier palabra con la que se intente describir este trabajo queda corta si se compara con la experiencia de disfrutar la obra en su totalidad e imbuirse de su atmósfera. Tibet y compañía han logrado plasmar uno de los álbumes más hermosos y ambivalentes de los últimos años. Su escalofriante belleza no dejará indiferente a quien decida escucharlo.