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Lo maravilloso del pop es que todavía hay quienes son capaces de transformarlo sin sacrificar su accesibilidad y riesgo mediante el talento de hacer parecer fácil lo que no es. Puede ser el arpegio en una guitarra, un arreglo de vientos, la pronunciación de una palabra de determinada forma. O, en el caso de Dan Friel, cómo trabajar con un viejo sintetizador y pararse en la línea entre el caos y la armonía. Ghost Town, la nueva aventura solista del líder de Parts & Labor, obtiene un equilibrio que descoloca porque, a pesar que opera en terreno conocido, no suena para nada obvio. Cuesta explicar qué pasa en menos de media hora, el tiempo que se extiende el disco, que lo hace una obra sobrecogedora y atípica, que encuentra en lo disonante un parámetro sónico que ronda en muchos artistas pero que no siempre se concreta tan bien como en Ghost Town.

Parts & Labor podría estar dentro de lo que a fines de los noventa se llamó emo, en una línea estética similar a la de The Dismemberment Plan. Inevitablemente, Ghost Town se ve influido desde esa órbita, que le permite escaparse de tentaciones ambientales o abstractas, recurriendo a un tipo de composición melódica y veloz, trabajada con mucha distorsión lo-fi y ciertos toques electrónicos del tipo 8-bit.

En siete de sus ocho tracks, Ghost Town apela a una composición estructurada y directa (la única que se aparta es “Singing Sand”, una especie de jam industrial), en que va desde apariencias shoegaze (“Buzzards”) a momentos de minimalismo glitch (“One Legged Cowboy”) hasta cierto guiños de baile bastardo (“Appliances of Bremen”). Hay un aire espectral que invita imaginar cómo en una fábrica abandonada de alguna forma ha surgido vida; en esa ruta Ghost Town va de lo contagioso de la tremenda “Ghost Town Pt. 1” a lo apacible de “Horse Heaven”. Durante el trance, Dan Friel logra dar con cómo incorporar esa vitalidad del pop a la frialdad y manierismo noise. En este punto uno aprecia que Friel ha creado un disco más pop que noise, pero todo con una vuelta.