Aparecido el 1 de junio de 1996

Por Felipe Cussen.

Supongo que al igual que muchos conocí a Daniel Melero por su trabajo con Soda Stereo y por su disco junto a Cerati. A esas alturas se me aparecía principalmente como un obsesionado por las secuencias, aunque no faltó quien también me avisara que la famosa ‘Trátame suavemente’ era una composición suya. Más adelante, tuve la oportunidad de escuchar en una tienda parte de Operación escuchar, una serie de ruidos que sólo borronearon más la imagen que tenía de él. Recién en 1997 pude conseguirme un disco propiamente suyo: Rocío. Y no entendí nada. Felizmente, hasta hoy sigo sin entender este disco. No es porque sea difícil de disfrutar (eso sucedió desde el comienzo), sino porque me cuesta discernir las intenciones de su autor. Paseándose sin prejuicios por paisajes tropicales o escenas urbanas, por dulces melodías o lentos machacazos, desarrolla su propuesta en el límite entre la ironía y el confesionalismo. Aunque es una grabación completamente casera (en la noble tradición de producciones como Kamikaze, de Spinetta, por ejemplo), abundan los ecos, las resonancias que permiten adivinar una respuesta más allá de la voz dubitativa que susurra en un cuarto cerrado. Incluso el ordenamiento es extraño: la primera canción ya suena como una despedida, pero la última también.

Son esas contradicciones las que hacen de éste un disco tan complejo e inagotable. Muchos estímulos se acumulan para representar a la perfección la sensación de quien divaga entre falsas ilusiones, consejos inútiles, amarguras solemnes, reproches por los propósitos y los despropósitos. Todo tipo de detalles sonoros contribuyen a desplegar este catálogo, como si quisieran llamar nuestra atención desde puntos muy distantes entre sí. Pero pareciera que entre ellos se tiende una constelación que habla de una melancolía que trasciende los recuerdos, una melancolía por lo aún desconocido.

Siempre se agradece cuando un artista comienza su viaje sin saber adónde llegará. Por ello, para seguirlo sólo puedo recomendar escucharlo con audífonos:

“Cuando entro en mi audífono,
cuando las manos lo calzan en la cabeza con cuidado
porque tengo una cabeza delicada
y además y sobre todo los audífonos son delicados,
es curioso que la impresión sea la contraria,
soy yo el que entra en mi audífono, el que asoma la cabeza
a una noche diferente, a una oscuridad otra.”

(Julio Cortázar, “Para escuchar con audífonos”)

*Todas las semanas revisamos un clásico contemporáneo. Algo para hacer memoria reciente.