Aparecido en 1994

Travesti es un disco de enamorados. O sea el que lo hizo estaba enamorado y su escucha lo entenderá mejor si también lo está. Mejor, si está recientemente enamorado y se sorprende con los pequeños gestos, las miradas cómplices y las luces que iluminan. “No significa nada para vos/ poesía sentí yo”, dice a los 15 segundos en ‘Nena mía’ y queda todo claro. ¿Aún te recuerdas cómo era eso?

De Daniel Melero se han enamorado con la misma facilidad que se le ha odiado. O sea, el tipo ha recibido tomates y flores en su vida. Literalmente hablando. En 1982 fue abucheado por una multitud cuando se le ocurrió hacer tecno-pop junto a Los Encargados en un festival de rock, y a principios de la década siguiente se anotó como un innovador en la escena musical argentina con un disco basado en samplers (Recolección Vacía) y dándole algo de prestigio indie a Gustavo Cerati en un trabajo conjunto (Colores Santos). También produjo discos, recomendó bandas nuevas y se ganó el mote de “pope alternativo”. Ese fue el momento en que aparcó su carrera de investigador sónico y dirigió su mirada hacia las canciones. Era 1994, Melero estaba enamorado, tomó su acústica e hizo Travesti.

“Quiero entrar en tus cosas/revisar/ abrir cada cuaderno y dejarlo en su lugar”, “Estabas junto a un árbol y una flor se desplomó”, “Guardaré en un cajón aquella mirada/y vendrán días buenos (…) jamás quise herirte/ no sé qué pasó”. Un pequeño sampler de un disco carenciado de ellos. Frases sueltas, como las que componen el interior del disco, reafirmando su tónica minimalista. Nada de brillantes líneas a la Stephen Merrit, sin juegos de palabras como Jarvis Cocker. ¿Es que nunca te has enamorado para callarte un rato?

Travesti es tan pequeño, que pareciera hecho por Melero en su habitación, sin la ayuda de algunos buenos amigos a sus órdenes. Pero es que además de los aportes puntuales de músicos de Babasónicos, Travesti es una obra de ensimismamiento, la del artista reencantado con la vida y su propia capacidad creadora. No es el sofoco y desconsuelo de Rocío (Indice Virgen, 1996) ni la exhuberancia de crooner presente en Piano (Warner Music Chile, 1999). Menos aún la fría intelectualidad de Operación Escuchar (1995). Este disco es, quizás, el menos previsible de un tipo altamente imprevisible como Melero. A espaldas de los fans y de frente a su espejo.

Son 33 minutos y 11 tracks los que dan forma a Travesti. Con canciones casi como apuntes en busca de un desarrollo mayor. Algunas se sustentan en guitarra y voz (‘Nena mía’, ‘Quiero estar entre tus cosas’), otras incorporan un discreto registro rockero (‘Todo’, ‘Herirte’) y existe una pequeña obra de cámara (la insuperable ‘Resfriada’); pero ninguna supera los 2 minutos y medio de duración. Incluso la electrónica funciona de manera orgánica en esta lógica, reforzando la placidez de ‘La sed’ y amagando un intento de sicodelia en ‘Te amo’.

Lo que entrega este retrato sobre el cambio de personalidad (por supuesto que el de la portada no es Melero, sino un otro al que referir) es que sólo en el enmascaramiento es posible alcanzar una cuota de verdad. El amor no es el lugar donde te presentas como eres (eso es a los 10 años de matrimonio), sino el momento en que la realidad se nos presenta como el maravilloso lugar que no es, ni jamás llegará a ser. La claustrofobia del maravilloso Rocío actuaría como el reverso de Travesti, en una carrera que, luego optaría por el autohomenaje, ya sea éste emocionante y merecido (Piano) o claramente disparejo (Vaquero, Después). ¿Es que no se volvió a enamorar, acaso?

*Todas las semanas revisamos un clásico contemporáneo. Algo para hacer memoria reciente.