Para hablar del músico que nos compete en estas líneas nos tomaremos una pequeña licencia inicial. Sin el ánimo de caer en comparaciones odiosas, hay que decir que el canadiense Dan Bejar tiene algo que recuerda a uno de los grandes y nunca bien ponderados artistas salidos del Reino Unido, Epic Soundtracks, y es la capacidad de meterse en los zapatos de sus ídolos con sumisión y originalidad. Si bien, a estas alturas Bejar ya goza de un creciente prestigio, como Destroyer o como parte de The New Pornographers, condición que siempre le fue esquiva a Soundtracks en vida -al menos a nivel de popularidad, ya que su carrera con The Swell Maps, Crime & The City Solution o en solitario siempre fue reconocida por sus colegas músicos-, ambos tienen puntos de convergencia, el amor por las estructuras clásicas y la estampa de poeta libertino.

Al escuchar Rubies, sexto larga-duración (séptimo, si contamos Ideas for songs de 1997, solo aparecido en formato cassette) de Destroyer, podemos evocar rápidamente nombres como Marc Bolan, David Bowie e, incluso, al genial Luke Haines. Sin pretender ser ellos, el prolífico Bejar construye composiciones personales y atemporales usando el formato tradicional del rock, pero se aleja de muchos otros ejemplos que han intentado hacerse de estos legados copiando solo los amaneramientos, sin llegar al punto mordiente de sus referentes.

Lo de Destroyer, en cambio, es amor por el formato; un glam sin maquillaje ni tacos altos, que solo toma prestados ciertos moldes con los que logra expandir posibilidades e instalar discursos donde uno cree que ya está todo dicho. Haciendo uso de una voz desacomplejada, imperfecta y pasional narra historias donde lo vivencial es tratado con sabio y cínico cripticismo: “Cuando estoy en guerra insisto en la matanza y la adquisición de la hija del verdugo. Ella necesita la liberación. Ella tiene que sentirse en paz con su padre, el maníaco de mierda” , canta en ‘European oils’.

La forma que Bejar tiene para articular su visión de mundo roza la alta poesía. Se aleja de naturalismos extremadamente sucios para centrarse en el rescate de maneras semi- abstractas, en cierta forma herederas de Dylan, Reed e, incluso para no ir tan atrás, similares a las excentricidades de David Berman (Silver Jews). El canadiense se hace de códigos que le pertenecen generacionalmente y apela a situaciones que solo terminan de armarse con ayuda de nuestra imaginación: “Y me recuerdan aquel tiempo cuando fui cegado por el sol / Era un cambio bienvenido de la visión de ti colgando / como un sauce, del brazo de otro visionario que profitaba del punk de furgoneta de este (…)¿Dónde conseguiste aquella línea? / ¿Dónde conseguiste aquella mirada? / ¿Dónde conseguiste aquella inclinación para la destrucción en tu forma de hablar? / ¿Dónde conseguiste aquel paseo? / ¿Dónde conseguiste aquel cohete? / ¿Dónde conseguiste aquel pintor en tu bolsillo” . (‘Painter in your pocket’).

Es necesario recalcar que todas estas palabras de Bejar vuelan sobre la música. El de Vancouver es dueño de una frescura y una naturalidad que constantemente se echa de menos en el rock. Sin embargo, no es difícil tomar su talento a la ligera, especialmente con la sobredosis de información de nuestros tiempos y la complejización de los lenguajes de la música popular -¿cuántos antiguos punks que pululan en la ciudad hoy parecen adoradores del rock progresivo en sus discursos llenos de erudición y fundamentalismo?-. Para apreciar la inventiva de Bejar (y vaya que la hay en este último disco; no sobra ningún tema) hay que volver a creer la estética de la simpleza y en la belleza del pop, ya que tal como dice en ‘Water colours into the ocean’: “Algunas situaciones buscan la reparación /Algunas canciones solo van – ‘probando, probando’ / Tomo una imagen: Estoy harto del movimiento” . Esa es la soltura, el tono que comprendió durante los últimos años de su vida nuestro citado Epic Soundtracks. Tal vez si se hubiesen conocido con Bejar habrían terminado tocando juntos, en una noche de cerveza y frases para el bronce.