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Devendra Banhart es un compañero de ruta que te pillas cada cierto tiempo en el camino, que aborda cómodamente tu camioneta, cruza dos o tres palabras rápidas de bienvenida y se larga sin prisa a desplegar historias polvorientas, taciturnas, picarescas, llenas de sabor local y sueños brumosos, mientras la carretera se desenrolla hipnóticamente frente al parabrisas. Si Devendra hubiera nacido junto a la generación beat, sería uno de los números musicales más queridos, un modesto visionario alineado a la misión ciega del joven Dylan, encarnación rutilante de la filosofía vital de Ginsberg, otro personaje más en la galería interestatal de Kerouac, amigo pasajero de Sal Paradise o compinche ideal de Dean Moriarty. Una estela musical como diamante en bruto, cayendo por la pendiente bajo su propio peso, libro abierto y trashumante que siempre invita a la contemplación y el regocijo en partes iguales.

Devendra acumula 16 canciones en este quinto lp, siguiendo el alero creativo de su álbum anterior, Cripple Crow (XL, 2005), pero tomando mayor distancia de la ambición y puntillismo de aquellas melodías. Smokey Rolls Down Thunder Canyon fue grabado en el cañón Topanga (Los Angeles, California), meca del folk-rock de los setenta para estrellas como Neil Young, creado junto su banda actual, Spiritual Boner, compuesta entre otros por Andy Cabic y el notable colega Noah Georgeson (productor y multi-instrumentista), además de sabrosos invitados como Nick Valensi (The Strokes), Rodrigo Amarante (Los Hermanos) y Gael García Bernal (¡ups!). Smokey… podría haberse llamado ‘Koala mans return to pineapple temple’, ‘Bacchanalian beat box’, ‘You who are familiar with grandma’s hyacinth’ y otros títulos similares, como testifican las noticias de su web, y habría dado exactamente lo mismo para este transformista musical y visual. Es una nueva jugarreta suya para probar estilos y géneros en un paisaje agreste (la Sierra de Santa Mónica) y mental al margen de las modas. En ese aspecto Devendra gana puntos, pues se da el lujo de crear en comunidad y dejar que su música fluya bajo derroteros muy propios.

También se nota una mayor distensión al enfrentar las canciones, con un filtro menos exigente y un ánimo volátil, cercano al introvertido Niño Rojo (Young God, 2004). Claramente, Smokey es un disco menor al lado de Cripple Crow, para ser escuchado con una atención más dispersa, un viaje y un punto de experimentación casual en un mapa sin norte. Y si no todas las canciones corren al mejor nivel –como ‘Cristobal’, que abre el disco junto a García Bernal en apoyo vocal, arpegio de cuatro, flautas tropicales y una entonación fantasmagórica en español para ‘Día de los Muertos’, que termina siendo plana y blanda para partir-, hay otros momentos de gracia dignos de apreciar. Allí está la bellísima ‘Rosa’, bosanova cadencioso, de gran potencia lírica, cantado con Rodrigo Amarante de Los Hermanos. Una canción taciturna que te envuelve como seda, con entonación sensual tomada de Gilberto Gil, piano trágico en las penumbras y un fondo espectral de percusiones para completar el suspenso. El sonido es tan orgánico y sencillo que ya lo quisiera Gustavo Santaolalla para musicalizar epopeyas solitarias. Otra pieza interesante es ‘Seahorse’, de ocho minutos, donde combina una balada muy quieta de western y folk sureño con un arranque inusitado de jazz, tomado del clásico score ‘Take five’ de Dave Brubeck, mezclando órganos rocanroleros en una progresión de rock efusivo, sumando la poderosa voz de Vashti Bunyan y un ataque más directo de guitarras y batería. Como no hablar de la divertida ‘Carmensita’, pequeño relato de galán entregado al romance y surrealista irremediable por el collage cultural que lo define –“Ay tu primo colorado/con barba carburada y llena de ballena/inclinándose al sol/Ay tu rayo de luz roja, besando nuestra boca/ el beso que te sopla sabe a Pampero”-, siendo un clásico alegre ideal para talonear a Santana en Woodstock. Otras buenas tomas son ‘Bad Girl’, registro típico donde cruza templadadamente rock y folk y ‘Seaside’, cumbre musical que puede pasar oculta si ya has caído bajo en sus hechizos de folk sicodélico (Wooden Wand), de canción dormida, peculiar género que distingue a este tejano-venezolano.

Smokey también destaca por su amplia paleta de instrumentos, desde la viola y el trombón, pasando por trompetas, melódicas hasta otros más peculiares como ukelele, charango, cuatro y cajas orientales. Añadiendo el avezado manejo del piano y la agrupación típica rock, el cuervo burlón hace parada en la motown (‘Lover’), el gospel (‘Saved’), el pop romántico que importara la nueva ola en los sesenta (‘Shabop Shablom’), el reggae (‘The Other Woman’) y una samba muy fanfarrona (‘Samba Vexillographica’), con la promiscuidad propia de quien no tarda en jugar y probar los sabores de la vida sin preocupación por el qué dirán. En estas danzas variopintas, Banhart afianza su puesto de músico mundialista, tanto como Manu Chao, camuflándose en el cancionero latinoamericano y siguiendo arriba con su show humorístico, de charlatán por naturaleza, improvisador y juerguista visionario.